Esta es una crónica que hubiera querido no escribir. Antes de
hacerlo me dije que los bomberos no se pisan las mangueras; que los
humoristas superamos a los médicos en eso de condonar la mala praxis; que
somos pocos y no podemos darnos el lujo de atacarnos pues para ello existen
trogloditas dispuestos a cobrar con creces cada burla contra los sistemas
sacrosantos.
Pero más que el triste artículo de Laureano Márquez y la niña
a quien lo dirigió, lo que motiva estas líneas es la inicua campaña
posterior mediante la cual el victimario se convierte en víctima, el
agredido pasa a ser visto como agresor y, con la complicidad de los medios
privados y sus cofrades, se consuma una estafa contra la buena fe del
público.
Antes de seguir advertiré que me resulta cuesta arriba
calificarme de humorista. Creo, como lo dijo Zapata, que "el humor es la
expresión más elevada de la inteligencia" y, consciente de mis limitaciones,
me conformo con pensar que intento escribir humor y a veces la pego, aunque
en muchas ocasiones no provoque ni una sonrisa. En cambio, a pesar de
ubicarme en la antípoda ideológica de Laureano Márquez, no tenía empacho en
reconocerle ingenio y gracia, ello a pesar del combo de mediocres con los
que anda.
De paso, la vaina no es para que se ande comparando con Job
Pim o Leoncio Martínez, quienes, amen del talento y el valor personal,
fueron perseguidos por sus ideas. Márquez tiene a su favor algo que el Jobo
y Leo no tuvieron, no solo los medios sino también los reales.
El caso es que, así como el hampa tiene sus códigos, existen
normas que los humoristas, o quienes pretendemos serlo, respetamos. Por
ejemplo, no se hace humor con los moribundos; por más que uno desprecie a
Saddam Hussein, u otro de su calaña, se lo deja morir en paz. Con las
religiones no se juega y el sexo y la raza tampoco son temas para sacarles
filo. En todo caso, más explícita y universal resulta la prohibición de
involucrar a los familiares de la persona a quien se pretende criticar.
Parece absurdo que alguien como Laureano Márquez, ubicado al
lado de los que proclaman "¡Con mis hijos no te metas!", se antoje,
precisamente, de hacer lo propio con la niña menor del Presidente de la
República.
Pero, además, y esto conviene precisarlo, no se trata de una
crónica amable, cargada de sanas intenciones, como quiere hacer ver Laureano
Márquez, sino de un artículo mordaz e insidioso, repleto de criticas contra
Chávez, que de haber sido leídas por su pequeña hija le habrán causado
confusiones y molestias.
Claro está que ahora existe la Ley Orgánica de Protección al
Niño y al Adolescente para ocuparse de esos casos que son tan delicados como
complejos. Del tema conozco poco y por eso le tengo gran respeto.
Así pues, en mi opinión el artículo de marras no tiene nada de
humorístico y, más allá de lo legal, violó normas éticas que regulan este
oficio.
A todas estas, hablando en margariteño, así como les digo una
cosa, les digo la otra. La presunta sanción de multa por 40 millones de
bolívares me parece un exabrupto desproporcionado e injusto. No se repara un
daño moral con una sanción pecuniaria. Más correcto hubiera sido, como en el
caso del hijo de Alí Rodríguez Araque, una multa simbólica, equivalente a un
coscorrón en la conciencia.
augusther@cantv.net