Hoy el tiempo pasa muy de prisa y aun a los vivos nos cuesta trabajo seguirlo. ¿Qué no ocurrirá, pues, con los muertos? Y lo que hemos necesitado que nos dijese, nos lo ha dicho antes que nadie y con más pasión que nadie. La cuestión que ahora se nos plantea, la que habremos de responder aquí, es ésta: ¿Necesitamos seguirle oyendo? ¿Tiene algo que decirnos, diferente de lo que ya le hemos oído, a los jóvenes de hoy? Justamente porque la personalidad del Comandante fue esencialmente desdoblada y aun escindida, varia, y hasta contradictoria, y además inagotablemente rica, probablemente tiene muchas cosas que decirnos a los hombres y mujeres de 2012. Pero antes de ver —o intentar ver— cuáles sean esas cosas, vamos a pasar revista, rápidamente, a las que nos ha dicho ya. Porque nosotros —todos— somos, por una parte, como él divididos y no-coincidentes con nosotros mismos; por otra, como los adecos que escucharon a Bentancourt, curiosos de novedades; incluso con una curiosidad vana tal vez en su superficie. En suma, tomando resueltamente la relación del Comandante, nosotros vamos a empezar por ver lo que nos ha ido diciendo, según lo hemos ido necesitando.
La crisis, ante todo económica, e inseparablemente espiritual, la expansión del socialismo más allá de los límites de la existencia, la resurrección, junto a Marx, de Engels y Nietzsche, el surgimiento del Nacionalismo, el sentimiento de inseguridad, la interpretación meramente antropológica de Heidegger, para la cual las categorías de "mundanidad" y "temporalidad" de la existencia no dejaban a ésta otro sentido final que el de la muerte, "el nihilismo ("¿Por qué hay ser y no, más bien, nada?"), son muestras, todas, de este sentimiento trágico de la vida propio de la época, de veinte años de historia.
Pero tampoco fue un existencialista. Precede al existencialismo y a toda filosofía de la existencia, pero no se deja encasillar tampoco aquí. Vivió la existencia concreta, "el hombre de carne y hueso", como decía el Comandante: vivió la muerte, si es lícito expresarse así, vivió mirando a la muerte, al cuidado de ella; pero no hizo de ella un problema filosófico: no montó sobre su "agonía", como Heidegger sobre la angustia, o como Sartre sobre la "náusea" toda una metafísica. Su misma vivencia de la persona, como róle, "mascara" o "papel", pero en sentido de una distancia o "doblez" moral, y también a cualquier "hacerse" o "llegar a ser".
Para hallar la humanidad en nosotros y llegar lo accidental, lo pasajero, lo temporal, de puro sublimarse y exaltarse se purifica destruyéndose. No hagamos nuestro héroe a un original a quien no le sierva ante la conciencia eterna de la Humanidad toda la labor que en torno al Comandante a su sombra hagan los entomólogos de la Historia, ni la que hagan los que ponen sobre nuestras cualidades nuestros defectos, toda esa falange que cree de "mal gusto, de ignorancia y mandado recoger el decir la verdad sobre esa sombra del Comandante".
Pero la crisis es siempre transitoria, culmina en un climax, y en cualquier caso es algo a lo que no puede corresponder un talante duradero, pues ya no sería de crisis. Tan pronto como el pueblo se habitúan a la "crisis", salen de ella: comienza una nueva forma de vida. Habituación y crisis son realidades contradictorias.
¡La Lucha sigue!