"La dignidad de la naturaleza humana requiere que enfrentemos las tormentas de la vida."
Immanuel Kant.
Existe una tendencia generalizada entre nosotros los seres humanos, de que, ante la desaparición física de uno de nosotros, propendemos a mitificar, exacerbar y en ocasiones a olvidar la naturaleza real de esa persona, lo que nos impide valorizar en la dimensión justa lo que pudiéramos rescatar como importante de la cuenta de esa vida.
Debo empezar reconociendo que como venezolano de a pie, no tuve la oportunidad de conocer al profesor Lanz, por lo que mi juicio solo estará contenido a lo que pude conocer de él, en su trayectoria de vida pública.
Sin embargo, este escrito, es nacido desde la imaginación de lo que pudo haber sido la angustiosa vida de este ser humano desde algún tiempo ya pasado hasta la hora de su muerte.
También debo admitir que, sin duda está muy influenciado por el hecho de aproximarme a la celebración de mi cumpleaños número sesenta. Es que antes, ni siquiera podemos pensar con seriedad en las consecuencias de las acciones de nuestras vidas.
En la vida son tan importantes las cosas que hacemos, como las que dejamos de hacer. Esta frase resume la razón de mi reflexión de este momento.
Negar el conocimiento, por parte del profesor Carlos Lanz de las circunstancias que rodearon su vida al final de sus días, es ofender su inteligencia. Es negar la sapiencia de un hombre que vivió su vida en la posibilidad de cambiar las cosas. Es negar la astucia de un hombre que fue capaz de hacer acciones que pocos hombres se atreverían, solo por la convicción de sus ideales. Ese es un buen resumen de la estructura moral del eximio ciudadano.
Como poeta, debo confesar que, desafortunadamente este hombre murió por creer en el amor. En un amor que un día se dio la oportunidad de decidir en volver a comenzar, luego de vivir ya una experiencia anterior. Como ser humanista, creyó en la buena fe de las personas y deposito su confianza en otro ser humano, cuyas virtudes o defectos le salieron choretas en la cuenta de la vida. No quiso, no pudo y no vio a la serpiente que invito a comparecer en el escenario más íntimo de su ser. No pudo percibir a su victimaria que saco de si las razones suficientes para justificar nuevamente a Caín matando a Abel.
Si reflexionamos sobre esto, si aceptamos que nuestro profesor conocía plenamente todas las situaciones sórdidas, repugnantes y vomitivas, en la conducta de sus seres más queridos. De las personas que permitió que formaran parte de su vida, sobre todo en la última etapa de la misma, donde solo deseamos que la sumatoria de nuestras decisiones nos den un saldo positivo, como única respuesta a las virtudes de honestidad y recto proceder, debió vivir esta etapa final como un infierno.
Este infierno, se hiso material esa fatídica mañana de agosto del 2020, cuando pudo de manera inequívoca verle el rostro a la traición y a la cobardía, elementos de la conducta humana que aborreció siempre, pero lo más importante según mis creencias, es que pudo comprobar que, en su final etapa de su vida, el, un hombre probo había cometido su máxima equivocación.
Cuantas veces no pensaría en develar, aun contra sus propios sentimientos, esa horrorosa historia, no para salvar su vida si no por el contrario salvar su honra.
Es por eso que creo, que ante la solicitud de sus victimarios de colocarse de rodillas, opto por exigirles ser sacrificado de pie, como último acto de valentía, coraje y dignidad de un hombre bueno.
Par ti, eterno educador, eterno ejemplo, dejo el título de mi último poema contenido en mi libro "Cuatro horas en el infierno", con el mismo sentimiento descrito para quienes lo inspiraron:
"REQUIEM AETERNAM DONA EIS, DOMINE, ET LUX PERPETUA LUCEAT EIS".
Hasta siempre camarada.
Recuerden ser felices, es gratis.
Paz y bien.