La reciente invasión anglo-norteamericana a Irak
plantea nuevamente el problema de la convivencia entre
culturas diferentes en el contexto del mundo
globalizado. El saqueo de los museos y el incendio de
las bibliotecas coránicas en Bagdad, según diferentes
testimonios, no parece haber sido obra de la
casualidad.
Todo indica que estos actos destructivos fueron
ejecutados con toda la intención de contribuir a
borrar la memoria histórica de ocho mil años de
civilización que tiene la región Mesopotámica. Aunque
de parte de las fuerzas invasoras nadie asume la
responsabilidad de estos saqueos e incendios contra el
patrimonio cultural iraquí (que en sentido estricto es
patrimonio cultural de toda la humanidad), testimonios
de corresponsales como Robert Fisk, indican que hubo
una tolerancia de las fuerzas ocupantes hacia estos
actos de vandalismo. La protección absoluta que
implementaron los gringos en las instalaciones
petroleras, brilló por su ausencia en los museos y
bibliotecas.
Si hubieran volado una refinería, con toda seguridad
en corto tiempo se podría construir otra. Pero los
tesoros arqueológicos robados y los textos incinerados
no podrán recuperarse nunca. Ese detalle lo saben muy
bien quienes están detrás de estos actos. En ocasión
de la guerra contra Afganistán, luego de los atentados
de Septiembre de 2001, el primer ministro italiano
Berlusconi tuvo el "desliz" de afirmar en público que
los pueblos musulmanes eran inferiores culturalmente
ante occidente, y que estaban destinados a estar
sometidos por el mundo cristiano. Aunque muchos
criticaron en ese momento las palabras de Berlusconi,
él simplemente reconoció lo que constituye la norma de
las relaciones que ha impuesto occidente al resto de
culturas desde hace 500 años.
Lo que acaba de ocurrir en Bagdad es la repetición de
los saqueos y destrucciones que el imperio Español
realizó contra las civilizaciones Inca y Azteca. La
globalización sigue desarrollándose bajo los mismos
principios etnocidas y genocidas que guiaron los
períodos de conquista y colonización de América,
Africa, Asia y Oceanía desde finales del siglo XV.
El mundo occidental y cristiano aprendió en esa época
que un pueblo es sometido más fácilmente si pierde su
identidad, si sus valores culturales fundamentales son
borrados del mapa y de la memoria. Eso hicieron cuando
obligaron a los pueblos indígenas a cristianizarse,
olvidando a juro sus religiones y sus costumbres. O
cuando impedían a los esclavos traídos de Africa
practicar sus ritos y hablar en sus idiomas
originales.
Tal vez eso es lo que se intenta actualmente en Irak.
El modo de vida americano quiere imponerse sobre las
cenizas de los museos y bibliotecas babilónicas.
Nuevamente hoy se debe reivindicar que la
globalización sólo es viable si existe respeto por la
diversidad de culturas. Ninguna cultura es superior a
otra. Simplemente son diferentes.
(*)Director de Formación General.FEC-LUZ
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