Capítulo uno
Una vez culminado su primer mandato presidencial (1974-1979), el expresidente Carlos Andrés Pérez se dedicó casi por entero a fortalecer su prestigio internacional. Al respecto dice el propio Pérez: "Cuando salí de mi primera Presidencia era evidente que no me iba a retirar a ningún cuartel de invierno. Comencé una actividad internacional muy dinámica que desbordó los límites del país (…) Además de darle impulso a la Internacional Socialista, me vinculé mucho con el movimiento sindical mundial (…) mi idea fue seguir adelante en la búsqueda y en la lucha por la democracia en América Latina, por la integración en la región. Me incorporé inmediatamente a actividades internacionales" (Hernández y Giusti. 2006; 315). Este aspecto de su vida política colmó entonces su atención.
Mantiene su residencia principal en la capital venezolana, pero fija en Nueva York su segunda sede domiciliaria, dado que esta ciudad le brindaba todas las facilidades para cumplir con el exigente itinerario de vuelos internacionales que debía cumplir. Fue este el escenario que sirvió al expresidente Pérez para mantenerse en la palestra política y para proyectar su imagen de hombre de Estado. Por estos años formó parte de la Internacional Socialista en la condición de Vicepresidente.
Estos viajes los aprovechó CAP para reunirse con importantes líderes políticos y con jefes de estado y de gobierno de los principales países de América, África y Europa. Con ese complejo itinerario visitó diversas capitales del mundo y se granjeó la amistad de numerosos líderes políticos, entre ellos, Felipe González de España, Willy Brandt de Alemania, Jimmy Carter de los Estados Unidos de Norteamérica, Cesar Gaviria de Colombia, Luis Echeverría y José López Portillo de México, Mario Soares de Portugal, Alán García de Perú, y muchos más.
Esos agitados años de su vida, en la década de los ochenta, fueron de mucho aprendizaje político para CAP. Acumuló horas de entrevistas, conversaciones e intercambios con numerosos estadistas internacionales, abordando temas de interés mundial, como: petróleo, deuda externa, finanzas, geopolítica, integración latinoamericana y democracia.
Se dedicó a lo que le gustaba hacer sobre todas las cosas, a su gran pasión, que era la política. "He sido un político a tiempo completo. Es mi vocación" (CAP. 2006). De manera que la ampliación de sus vínculos internacionales y esos frecuentes roces con importantes líderes del mundo, avivaron en el "Gocho" su interés por volver al primer plano de la política venezolana, de la que había salido un poco maltrecho, al final de su primer gobierno. Nunca descartó que pudiera presentarse como candidato presidencial otra vez. Pero no podía adelantarse a los acontecimientos. Debía esperar las circunstancias adecuadas para no fracasar en su intento, teniendo en cuenta que, en Venezuela, contaba con adversarios influyentes.
Capítulo II.
Ya en el pasado, "cada vez que había surgido su nombre en una contienda interna de AD, enseguida había prosperado el rechazo dentro del aparato. Le repelían ese modo de ser suyo, opinando sobre todo y metiéndose en todo. Levantaba urticarias su personalidad, que en más de una oportunidad había dado muestras de criterio independiente. Detestaban especialmente lo que muy temprano llamaron megalomanía y delirios de grandeza" (Mirtha Rivero. 2011; 35-36).
Su primera candidatura había sido rechazada por un sector del partido vinculado al presidente Raúl Leoni. "El grupo Leoni fue el más militante en esa posición" (Mirtha Rivero. P. 36). El hombre postulado por este sector de AD fue el doctor Reinaldo Leandro Mora. Y todo indica que también el expresidente Rómulo Betancourt veía con ojeriza la candidatura de Pérez. De manera que esa primera vez, a comienzos de la década de los setenta del siglo XX, tuvo que sortear el enorme escollo que significaba la oposición de dos de los fundadores del Partido, expresidentes del país ambos. Pero lo logró, y su candidatura fue tan exitosa que apenas el 3% del padrón electoral, poco más de cien mil electores, no acudieron a depositar su voto el 9 de diciembre de 1973, día de las elecciones nacionales, cuando CAP resultó electo presidente de la república con 2.130.742 votos, que en términos porcentuales equivalen al 48.70% de los votos sufragados ese día. El candidato derrotado esa vez fue Lorenzo Fernández de Copey, quien obtuvo 1.605.628, es decir: 36,70% de los votos.
A sabiendas de la muy segura jarana que se armaría dentro de AD, saber que quería optar por una segunda candidatura presidencial, el mismo Pérez tuvo dudas de hacerlo. Al menos así lo manifestó algunos meses después de finalizar su primer mandato. "No estoy pensando en volver a ser candidato presidencial. Más bien me asusta cualquier posibilidad en este sentido", fue su tajante respuesta al periodista Alfredo Peña cuando en su oportunidad lo emplazó sobre la materia. (1979. V.II; 175).
Pero esas dudas fueron desapareciendo a medida que avanzaba el tiempo, su prestigio político se acrecentaba y la situación socioeconómica de nuestro país se deterioraba. Y esto último fue muy evidente durante los gobiernos de Luis Herrera Campins y de Jaime Lusinchi. Fueron los años cuando comenzó el deterioro del sistema democrático inaugurado en 1958. La corrupción, el desempleo, la inflación y la inseguridad personal se convirtieron en verdaderas tragedias nacionales, y los venezolanos empezaron a dudar de la capacidad y honestidad de sus gobernantes. Por su lado, CAP pensó que él tenía la capacidad para corregir el rumbo del país y para recuperar la confianza de los venezolanos en el sistema democrático.
Capítulo III
En 1985, cuando habían corrido los primeros tres años de gobierno del presidente Jaime Lusinchi (1983-1988) en Venezuela se encendió de nuevo la mecha electoral. Al interior del partido Acción Democrática el ambiente no se presentaba favorable para una posible candidatura del expresidente Pérez. Desde la culminación de su primer mandato la imagen suya estaba asociada con la corrupción. El famoso caso del Sierra Nevada lo había dejado muy mal parado ante el país. El trato amarillista que la prensa de la época dio a este caso hizo que los venezolanos asumieran sin chistar que Pérez había metido sus manos en el erario público y que varios millones de dólares habían ido a parar a sus bolsillos. "Eso fue una conspiración en mi contra" afirma el propio Pérez. "La conspiración del Sierra Nevada fue articulada para destruirme, algo que estaba en el proyecto político de Copey y de otra gente, que me veían con mucha fuerza, mucha vitalidad y mucha proyección. El Sierra Nevada es el montaje más absurdo, una tramoya en la que participó cierto sector de Copey, que supuso que era la oportunidad para destruir a AD, con la utilización de dirigentes del propio partido. Se me quiso destruir. La gran maniobra del Sierra Nevada surgió de la manera más inopinada y absurda". (Hernández y Giusti. P. 282).
La familia del presidente sufrió directamente los efectos de la difícil situación. "A mi papá lo perturbó mucho el caso Sierra nevada, asegura su hija Sonia: Fue terrible el juicio. Lo dejaron solo. Nadie le quería hablar. Nadie lo quería ver. Mi papá estaba caído. El teléfono no sonaba. Si llegaban cuatro tarjetas de navidad fue mucho, cuando en las buenas épocas llegaban por centenares, lo mismo que las cestas de navidad". (Reportaje. Milagros Socorro. Revista Climax. Noviembre, 2011). Para completar el bochorno, se sumaron otros casos comprometedores de la condición ética del gobierno del expresidente que se ventilaron abiertamente, sin contemplaciones, por los periodistas y prensa venezolana. Nos referimos a asuntos tales como: la compra de las fragatas para la Marina de Guerra Venezolana, la compra del avión presidencial, y la negociación de Cementos Caribe. Todos estos casos sirvieron para acumular un voluminoso expediente judicial en su contra, suficiente como para que se le acusara formalmente, ante los tribunales, de estar incurso en delitos de corrupción.
La matriz de opinión generalizada en nuestro país era que el expresidente se había apropiada de varios millones de dólares y los tenía depositado en cuentas bancarias extranjeras. Se sumó también el malestar que produjo en el partido la derrota que el candidato de Copey, Luis Herrera Campins, infringió a Luis Piñerúa Ordaz, candidato de AD en las elecciones de 1978. Le atribuyeron a CAP esta derrota. Dijeron que por su mal gobierno y el escándalo de la corrupción se perdieron las elecciones esa vez.
Cuentan que, luego de abandonar Miraflores, en uno de esos días, cuando el expresidente estaba en la mirilla de los periodistas y prensa del país, echado en una hamaca y acompañado de su hija Sonia, exclamó furioso: "¿Es que yo me merezco esto? ¿Es que lo hice tan mal?".
En el CEN, sus miembros hicieron todo lo necesario para distanciar al partido AD del tema de la corrupción. Lo mejor era limpiar el rostro del partido ante su militancia y el resto de los venezolanos. Lo que se quería mostrar era que el corrupto era CAP pero no AD. Tanto se afanaron en tomar distancia que, según versiones periodísticas, la jugada en contra del expresidente partió de su propio partido. Compañeros suyos "Intrigaron y maniobraron y se regó la mala yerba de que el presidente había complotado para repartirse una comisión de diez millones de dólares". (Mirtha Rivero. P. 35).
Fuera de AD la figura de Carlos Andrés Pérez también padecía de animadversión. Esto ocurría en COPEY y en partidos de izquierda como el MAS, el MIR, el PCV, la Liga Socialista de Julio escalona y Ruptura de Douglas Bravo. Carlos Andrés los había derrotado, a unos, en procesos electorales limpios y transparentes; y a otros, cuando, como Ministro de Relaciones Interiores, le tocó enfrentar las acciones guerrilleras que estos grupos acometieron en contra del orden constitucional y del sistema democrático instaurado en Venezuela en 1958. Las heridas en ambos casos no se habían curado completamente. Quedaban todavía trazas de aquellas lesiones, y ese batallón de náufragos deseaba tomarse el desquite.
De manera que cuando discurría el año 1986, Pérez estaba por cumplir 66 años de vida, y nuestro país entraba de nuevo en un ambiente prelectoral, en el mundo político venezolano otra candidatura presidencial de Pérez sería abiertamente rechazada. En estos corrillos se le atribuían a Pérez algunos de los problemas que empezó a exhibir el sistema democrático desde los tiempos de la Venezuela Saudita (Sanin. 1978), cuando estaba Pérez conduciendo las riendas del país. Se cuestionaba el manejo que hizo de la inmensa cantidad de petrodólares ingresados a Venezuela esos tiempos, además de los que provinieron por la vía de los empréstitos otorgados por la banca internacional: "Lo que pasa en nuestro país de mentalidad saudi-arábiga es que la gente se imagina el realazo como la única forma de incrementar cualquier actividad" (Rómulo Betancourt).
Capítulo IV
En el seno del partido comenzaban a tejerse los hilos con el objetivo de concretar una candidatura que fuera consentida por la mayoría del CEN y, sobre todo, que garantizara un triunfo contundente en las próximas elecciones presidenciales, pautadas para diciembre de 1988. La maquinaria partidista aceitaba su engranaje electoral, cosa que sabían hacer muy bien sus directivos, aprendizaje obtenido a lo largo de varias décadas y de varios procesos comiciales, el primero de los cuales tuvo lugar en diciembre de 1947, cuando el adeco Rómulo Gallegos ganó las elecciones presidenciales de ese año. Lo mismo hacía por su lado el partido COPEY, organización política que para esta oportunidad se iba a definir por uno de sus principales líderes jóvenes, Eduardo Fernández.
Un hombre de la vieja guardia era la mejor opción para la mayoría del CEN de AD. La candidatura de CAP en esta segunda oportunidad no estaba en los planes de la mayoría de la dirección política del partido. El fundador del partido, Rómulo Betancourt, si bien no ofreció ninguna demostración pública de su desacuerdo, tampoco declaró que le gustara. Algunos voceros del partido AD, entre los cuales destaca Octavio Lepage, dijeron al respecto: "Mi impresión personal, es que Betancourt no quedó satisfecho con el primer gobierno de Pérez porque él le dio mucha importancia a las acusaciones de corrupción que se le hicieron a ese gobierno. Para Rómulo la honestidad era fundamental; en ese terreno no hacía concesiones" (Javier Conde. 2012;129).
Además, los miembros del Comité Ejecutivo Nacional no veían con satisfacción que su partido, el de mayor arraigo popular en el país, violara esa tradición instituida en el sistema democrático Venezolano, desde el 23 de enero de 1958, de no reelegir presidentes. De allí que, al conocerse las pretensiones reeleccionistas de CAP, comenzaron a moverse al interior de la organización política de la tarjeta blanca los grupos opuestos a los planes de CAP. El propio presidente de la república, Jaime Lusinchi, terció en la disputa, promoviendo la candidatura de uno de sus ministros. Así fue como "tomó cuerpo la precandidatura de Octavio Lepage por el sector del Gobierno y del aparato partidista, con una injerencia muy determinante de un grupo de empresarios muy cercanos al presidente Lusinchi, y que gobernaban a su antojo la más importante seccional de AD en Venezuela, como era la del Zulia. De allí se explica que el jefe de la campaña presidencial interna de Octavio Lepage terminara siendo Américo Araujo, secretario general de AD en el Zulia". (Héctor Alonso López. P.223)
Sobre este espinoso asunto comenta el propio Octavio: "La reelección presidencial a la que aspiraba Pérez tenía enconados adversarios dentro y fuera del partido. El expresidente se impuso por la fuerza de la calle contra el aparato partidista". (Javier Conde. P. 125). Y en sus memorias, Carlos Andrés agrega más información: "La batalla por la candidatura la manejé con mucho aplomo y pulso. Mi candidatura se impuso en unas elecciones primarias que le gané al compañero Octavio Lepage, que era favorecido por el presidente Lusinchi. Se pretendió hacerme un juego en la elección interna de los colegios electorales, pero la fuerza mía era tan apabullante que disolvió la situación" (Hernández y Giusti. 318).
Por su parte, Héctor Alonso López narra las gestiones que él y otros compañeros de la dirección juvenil del partido acometieron para fraguar la candidatura del Gocho en 1988. Dice López: "Un grupo de amigos hicimos una reunión y analizamos lo que estaba ocurriendo. Algunos pensaban que, con el apoyo del Gobierno y la maquinaria partidista, que en la práctica se confundían, era prácticamente imposible presentar un candidato con posibilidades de éxito en lo interno de AD, a menos que lo fuera Carlos Andrés Pérez. Obviamente, era una simple especulación. Pérez estaba prácticamente viviendo fuera del país y se había dedicado a cultivar todas sus excelentes relaciones en el ámbito internacional. Como amigos que éramos quienes compartimos esa reunión, nadie por supuesto se atrevió a hacer algún vaticinio de lo que pudiera estar pensando CAP sobre una eventual segunda candidatura suya, y mucho más con la convicción que teníamos de que él sabía muy bien la verdad objetiva de lo que ocurría en Venezuela. Así que lo más razonable era despejar la incógnita hablando con el mismísimo Carlos Andrés Pérez, y resolvimos realizar un viaje a Nueva York y conversar con él personalmente. Nos fuimos Antonio Ledezma, Domingo Alberto Rangel, Pastor Heydra, Armando Durán y yo. Esa reunión fue muy interesante, pues además del profundo análisis que hicimos de la realidad nacional, a mí en lo particular me trajo a la memoria la célebre conversación de CAP conmigo en 1985 cuando me pidió que fuera a Mérida y, frente a las dificultades, me dijo: ―¿Y de quién es el pueblo?‖… Las condiciones, que no eran precisamente favorables, me obligaron a tener muy presente ese episodio para devolvérselo. No nos dio respuesta, a pesar de que estuvimos varios días insistiendo y escuchando sus reflexiones; sin dejar de mencionar la severa advertencia que le hizo quien era su mujer, Cecilia Matos, al expresar muy contundentemente: ―¡Bueno CAP!, si tú te vas a ser candidato, te irás solo, pero yo no estoy de acuerdo, si eso es lo que tienes pensado hacer!. CAP nos dijo: ―Mis queridos amigos, no me obsesiona volver a ser presidente de Venezuela, las reelecciones siempre han sido nefastas. Rómulo en eso fue sabio y se retiró a tiempo, y ha podido serlo si hubiese querido. Pero vamos a madurar las cosas, pensándolas bien. Y yo me comprometo a darles una oportuna respuesta". (Héctor Alonso López. P. 224).
Capítulo V
Esa conversación tuvo lugar en la ciudad de Nueva York en los primeros meses del año 1985. Pasado un mes, Carlos Andrés Pérez viajó de Nueva York a Santa Bárbara del Zulia. La espita abierta en esa reunión con el grupo de jóvenes del partido le rondaba la cabeza y espoleaba sus aspiraciones políticas. Venía a auscultar en el terreno venezolano las posibilidades de su candidatura. Quería percibir directamente el sentimiento político de la población adeca con una posible candidatura presidencial suya. Comenta al respecto Héctor Alonso. "Mi presentimiento me decía, que CAP venía a ponerle el termómetro a la gente. El aeropuerto y las calles de Santa Bárbara y San Carlos resultaron espacios reducidos ante la multitudinaria manifestación popular que le recibió" ( P.225). Las semanas y meses siguientes continuó Pérez su recorrido por el país. Al final del año ya tenía el pupilo de Rubio información completa de primera mano sobre el altísimo nivel de aprobación de su opción electoral en el seno de la militancia adeca. "Por todas partes me hablaban de que iba a ser candidato", comenta Pérez. Y al mirar "las encuestas me daba cuenta que mi posición mejoraba después del bajonazo de Sierra Nevada" (Hernández y Giusti. P. 318).
Cuenta Beatriz Rangel, quien fuera Ministra de la Secretaría en la segunda gestión de CAP, que a mediados del año 1986 visitó al Gocho en su casa de Caracas, para revisar un discurso pronunciado por éste en el Congreso de la Internacional Socialista realizado en Lima el mes anterior. De repente, después de cenar "nos dijo a su hija Martha y a mí: No lo comenten todavía, pero he decidido lanzarme por la candidatura (…) Yo tengo un proyecto de modernización (…) Este país necesita enseriarse, desde hace rato necesita enrumbarse económicamente y fíjense que no lo han hecho por razones políticas (…) Yo voy a necesitar a la gente de la Generación Ayacucho, porque para eso yo les di oportunidades de que se formaran en el exterior. La gente del Plan Ayacucho es la que se necesita para modernizar a Venezuela" (Mirtha Rivero. P. 39)
Faltaban más de dos años aun para las próximas elecciones presidenciales en Venezuela. Pero ya no había marcha atrás ni tampoco ninguna duda en el empeño definitivo de CAP de postularse y ganar la candidatura del Partido. Ahora el asunto a resolver era la oposición que la alta dirigencia de AD mantenía respecto a sus aspiraciones presidenciales. La vieja guardia adeca ya se había decidido por uno de sus más prestigiosos compañeros y estaba dispuesto a pelear para imponerlo. Para esto contaba además con el apoyo de Jaime Lusinchi, presidente de la república para esos momentos, y de la muy influyente pareja sentimental de éste, la señora Blanca Ibáñez.
El conflicto por la conducción del partido se atravesó en esta reciente rivalidad entre CAP y Lusinchi, pues al morir Rómulo Betancourt, en 1981, tanto Pérez como Lusinchi pensaron que podían llenar ese vacío y convertirse en la figura principal dentro de su organización partidista. Para ese momento eran ambos, los líderes con mayor peso dentro de AD. Y cada uno movía sus piezas en función de sus legítimas pretensiones. Lusinchi, desde Miraflores, las movía para quedarse con el control del partido, mientras que Carlos Andrés las movía para ganar la candidatura.
De acuerdo con las circunstancias del momento, todo indicaba que Lusinchi ganaría el forcejeo. Así pudo observarse durante la Convención Nacional de AD, realizada el año 1985, donde el único aliado de Pérez allí presente fue Héctor Alonso López. Los demás miembros habían sido cooptados por el presidente Lusinchi haciendo uso clientelar de su condición de jefe del Ejecutivo. Para entonces, los Secretarios Generales de cada uno de los estados del país habían sido designados gobernadores de los mismos, fundiendo entonces en una misma persona las labores partidistas con las labores gubernamentales. Gobierno y partido eran una misma cosa. "En el partido se había conformado una situación muy mala", comenta CAP. "Con prebendas se impuso una estructura clientelar" (Hernández y Giusti. P. 317).
Para contrarrestar el difícil escollo que significaba la situación interna de su partido, el expresidente se movió por todo el país, visitó un gran número de sedes partidistas, buscando sumar adhesiones y promoviendo la reorganización de la estructura de AD. Y así la candidatura se fue deslizando y adquiriendo fuerza dentro y fuera del partido. Ya contaba con el apoyo de la militancia. Así que, si lograba que, en la escogencia del candidato, la base del partido tuviera voz y voto su triunfo estaba garantizado. Y así ocurrió. Dos años después, en octubre de 1987, cuando se reunió la Convención Nacional del partido, y se realizaron las elecciones internas para escoger el candidato presidencial, Carlos Andrés obtuvo la mayoría de los votos, gracias al apoyo del poderoso Buró Sindical, cuyo respaldo inclinó la balanza a su favor. Esa vez las bases pudieron más que la maquinaria. Los trabajadores y la militancia adeca le ganaron a la vieja guardia, capitaneada por el propio presidente Lusinchi, en yunta con Octavio Lepage.
Esta segunda vez, nos dice el propio CAP, "la candidatura del partido la manejé con mucho aplomo y pulso. Fui conquistando la voluntad del partido. Mi candidatura se impuso en unas elecciones primarias que le gané al compañero Octavio Lepage, que era favorecido por el presidente Lusinchi. Se pretendió hacerme un juego en la elección interna de los Colegios Electorales, pero la fuerza mía era tan apabullante que disolvió la situación". (Hernández y Giusti. P. 318)
Y llegó el 20 de julio del año 1988, cuando Carlos Andrés Pérez se presentó en las oficinas del Consejo Supremo Electoral, situadas en las lujosas torres del Centro Simón Bolívar. Iba a formalizar la inscripción de su candidatura a la presidencia de la república, para unas elecciones que de acuerdo con la Constitución Nacional debían realizarse en diciembre de ese mismo año. Las ganó por amplio margen. Obtuvo 3.868.843 votos (52,89%), mientras que su contrincante de Copey, Eduardo Fernández, recibió 2.955.061 votos (40,40%).
Esta segunda vez, en ejercicio de su nueva presidencia, Carlos Andrés intentó, con su programa de gobierno "El Gran Viraje", enmendar los errores cometidos en su primer gobierno. Pero no pudo. Sus poderosos adversarios, dentro y fuera de AD, se lo impidieron. Hoy los venezolanos, malvivientes en un país destruido y arruinado por el chavismo gobernante, estamos pagando las consecuencias de ese complot que impidió acometer en nuestro país, las necesarias reformas políticas dirigidas a ampliar la democracia y hacerla más eficaz; así como también, las oportunas reformas económicas que buscaban liberar la economía de trabas burocráticas y proteccionistas, hacerla menos dependiente de la renta petrolera, y conectarla efectivamente a los mercados y finanzas internacionales.