PDVSA no solo era una cofradía que le brindaba protección a una clase política y comercialmente casada con los intereses yanquis. También había y aún persiste, una suerte de códigos clasistas que la diferencian del resto de los venezolanos. Dentro de la industria petrolera, subsiste una lucha de dos bandos muy bien definidos y otro, que aún mantiene los rasgos imperiales, sin aceptar que ese “meta estado” depende del gobierno nacional y no a la inversa.
Primero, está esa casta abiertamente racista, que no ha sido desplazada en su totalidad y que sueña con “normalizar” la situación interna y reinstalarse en el poder. Conspiran abiertamente y no tienen prurito en desafiar a quienes desean una libertad plena de información que desnude y ponga al descubierto de los venezolanos, los negocios que allí se efectuaban en detrimento de la industria y el país. Esta casta profesional que fue cómplice de los directivos recibiendo migajas por su silencio, no pueden ocultar su odio hacia el cisma provocado por la revolución bolivariana. Mantenían sueldos abultados que le permitían vivir al día y reflejando una opulencia hipotecada. PDVSA era una Venezuela con barras y estrellas, rodeada de una madeja de turbias negociaciones que se convertía en un muro infranqueable para los gobiernos de turno. Nunca pensaron que sus reyezuelos serían desplazados y su arrogancia fue tan grande, que estaban absolutamente convencidos de derrocar a Hugo Chávez en el pasado golpe petrolero de Diciembre. La Gente del Petróleo, bajo la conducción de Juan Fernández, fue su bandera y jugaron a ganador sin imaginar que la apuesta era muy grande y el pueblo no estaba dispuesto a seguir perdiendo. Los que no están hoy en la industria, todavía no se lo creen y trabajan en empleos “off shore”, esperando el maná ofrecido por Gente del Petróleo. Algunos venden quesos a domicilio, comida preparada a fiestas elitescas, perros de raza y otras baratijas que comercian entre ellos; por que aún fuera de la industria petrolera, mantienen ese contacto casi religioso que niega la derrota a que se vieron expuestos y los separa de esa Venezuela que ellos nunca quisieron aceptar. Quedan algunos de estos especimenes dentro de la industria; incluso, han ingresado algunos que no le ha importado cambiar de color, sin importar cuan incómodos puedan estar dentro de una PDVSA que inexorablemente ha cambiado. Una cosa si es cierta: Estarán aguardando a tirar el zarpazo para recuperar sus prebendas.
En segundo lugar, toda esta lucha interna dentro de la industria, parió una clase esperanzadora, nacionalista y revolucionaria, que había estado capitulando ante los atropellos de aquel “meta estado” que imponía sus criterios. El profesional de campo, el asalariado y algunos ejecutivos que sentían la necesidad de cambiar ante la corrupción imperante y el poderío que propiciaba la privatización de PDVSA, vio la oportunidad de sellar su compromiso con el país y entendió el mensaje que el pueblo les envió para que rescataran la industria de las manos fascistas. Sin embargo, todavía hay que hacer cambios internos no solamente estructurales. Se hace urgente un cambio cultural que permita acabar con el sistema clasista impuesto en la industria desde su nacimiento. Se necesita de una convicción más allá de lo meramente revolucionario, para que la moral no sea debilitada por los esquemas que aún persisten en sobrevivir. Se convierte en prioridad, crear cuadros dirigentes internos que asuman el espíritu de Diciembre y Enero de manera permanente. Esta nueva dirigencia tiene dos retos muy grandes e interesantes; digerir que PDVSA no es un ente apartado del país, que debe velar por una transformación hacia un estado autosuficiente y a mediano plazo, no dependiente de la industria petrolera. El segundo, asumir una posición popular hacia las reformas y permitir que la cogestión no se convierta en un acto de lucha clasista.
Hablar de un tercer bando, es regresar a la lucha de intereses que hoy pugnan por concretar una dirigencia que se debate entre el bien y el mal. Hay profesionales dentro de PDVSA que están de acuerdo con el proceso de cambios, pero superficialmente. En ellos está enquistada esa vieja PDVSA, hija de los niveles jerárquicos que se niega a fenecer. Confunden soberanía con negociación y, quizás, no consideran prioritaria la dignidad de un pueblo, anteponiendo al imperio y su poder de destrucción. La fe en este bando, está seriamente resquebrajada y desconfían en el enorme poder popular que respalda y exige un cambio definitivo en la industria petrolera. Es probable que este bando haya entregado ciertas concesiones a los golpistas; incluso, es posible que el temor a lo inevitable, que es una confrontación con el fascismo, haya permitido que ciertos cuadros opositores estén nuevamente vulnerando a PDVSA. Pero obvian, y lo repito enfáticamente, que allí hay un pueblo decidido y políticamente maduro a asumir los cambios desde la base misma de esta revolución.
PDVSA es hoy, ese Carabobo que aún no termina. En PDVSA está en juego la esencia de la soberanía. Todo revolucionario que entienda esto, estará claro que no hay lugar para ambigüedades.
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