Hace unos veinte años, allá por Ciudad Bolívar, tuve la oportunidad de asistir a una función del humorista cubano Virulo y de otro humorista, también cubano, del que nunca he podido recordar su nombre. Por encima de la actuación de Virulo, este humorista nos echó un cuento que hoy, con mi pésima memoria y tratando de encontrar la esencia de aquel cuento, publicó mi versión a continuación.
Mario Silva García
La Luz Enlatada
Juan apura el paso. En el pueblo hay fiesta y hablan de un pequeño circo que se mece abarrotado por los vecinos. Anunciaron a unos gitanos que leen la mano y venden jarabe para mal de amores. Juan nunca ha visto un circo; mucho menos a un gitano. Se le va la vida desde niño trabajando para el terrateniente y, con suerte o acaso unos rones de más, el patrón ha sido indulgente y le regaló un día de asueto. Llegó al pueblo y la timidez lo enredó en un rincón. Uno que vende chicha por allá; otro que ofrece empanadas; aquel que se arrecha por que no ha vendido nada. Es irremediable, los ojos de Juan son atrapados por un círculo de gente apiñada en medio de la plaza. Temeroso y arrastrado por la curiosidad, Juan se acerca y ve el motivo de la reunión. Un viejo quemado por el sol, gesticula y anuncia la venta de la Luz Enlatada. Habla, grita, se voltea y agita una lata en las manos. Algunos ríen, otros se van, la mayoría escépticos empiezan a dejarlo solo. Pero, Juan está allí, atrapado por aquel viejo quemado por el sol – “¡Vendo la Luz Enlatada...! Cuando tengas frío, cuando tengas calor; cuando te encuentres dubitativo, receloso o deprimido, ábrela y verás. Su fuente eterna de sabiduría, fue enlatada por sabios de Oriente... Te dará las respuestas, te cobijará con su calma y comprenderás que la vida no depende de la oferta y la demanda...” – Juan sigue allí y no se da cuenta que está solo; apenas uno que se retira y le dice: “Es un hablador de paja... ¡Que bolas! Y que la Luz Enlatada. Estos gitanos si hablan mierda” Juan no escucha y el viejo no hace caso del comentario. Sabe que Juan le ha prestado atención y eso es suficiente. “¿Te interesa la Luz Enlatada?”. Juan asiente con la cabeza sin emitir una palabra en espera de una mejor explicación. “Sabes hijo, si te la llevaras y la utilizaras con pasión, todo cambiaría. No habría hambre en el mundo; el hombre no explotaría al hombre; a los niños no les faltaría nada; el campesino, todos los campesinos, tendrían su tierra; el obrero junto a otro obrero, miles de obreros, tendrían su fábrica; el negro, el blanco, el indio, el mulato y el zambo serían uno solo, todos en beneficio de todos. No habrían amos ni esclavos; ricos ni pobres; patrones ni empleados, una sociedad justa que venciera el egoísmo natural en el hombre...”. Juan, que a tanta maravilla la hacía muy cara, solo preguntó: “¿Cuánto es su valor?” El viejo, sonriendo, le contestó: “Tu convicción...”
Casi le arrebató de las manos al viejo la lata y comenzó a correr de regreso a la finca. “¡Gratis!, me salió gratis... Una lata con todos esos poderes y me salió gratis...” No paró de correr hasta que el cansancio lo venció. Pero, la emoción era mucha y la curiosidad demasiada. Se detuvo a un lado del camino y trató de abrir la lata con una piedra. La golpeó varias veces y solo logró doblarla. La puso en el suelo y la pisoteó varias veces hasta que se enterró en la vereda. Nada, no lograba abrirla. Llegó hasta su cuarto y utilizó un martillo para abrirla. Le daba y le daba y solo se doblaba. Comenzó a desesperarse y sacó un hacha, ahora si, para terminar de abrirla. Uno, dos, tres y perdió la cuenta de los hachazos. La lata saltaba a cada golpe y solo se arrugaba. “¡No puede ser!... esta vaina no puede ser”. Cansado, Juan se detuvo. El sudor le bañaba la frente, los brazos, el cuerpo entero “¡Coño, no puede ser!” Se sentó en un tronco y soltó el hacha, el ánimo y comenzó a sospechar del viejo gitano. Una risita nerviosa brotó de su cuerpo. “Ese viejo me jodió... El sabía que no podría abrirla... Es igual a mi patrón; ofrecen las vainas y te cuelgan las penitencias. Y yo, como un pendejo, todo sudado y se me fue el día tratando de abrir esta lata. ¡Mi día libre! ¡Que vaina!”. Se levantó y se agachó para recoger la lata. La observó mientras le daba vueltas en la mano y de un impulso que le sacó el aire, la lanzó lejos, hasta caer en una zanja cerca de una mata de apamate.
Resignado y desilusionado, Juan le dio la espalda a la lata y se fue a su cuarto, dispuesto a olvidar al viejo gitano. A unos metros, bajo la sombra de aquel apamate, la lata maltratada, toda doblada y de ella, apenas por una ranura comenzó a brotar un rayo de luz y, Juan, hombre de poca fe... Mira tú que ha comenzado a amanecer.
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