La historia de la independencia de Venezuela no es solo la de Bolívar y sus generales patriotas, sino también la de figuras oscuras como José Tomás Boves, quien supo explotar las contradicciones de la lucha independentista para movilizar a las capas más bajas contra las élites criollas. Su brutalidad, su promesa de saqueo y su discurso de redistribución lo convirtieron en un líder temible, cuya estrategia recuerda a los métodos fascistas bajo el capitalismo.
Aunque a menudo se le etiqueta como "realista", Boves no respondía a ningún rey, monarca o autoridad colonial. No luchaba por la restauración del dominio español ni por el mantenimiento del orden imperial. Su guerra no era por la monarquía, sino una cruzada de destrucción total contra los patriotas, utilizando la bandera realista como simple excusa. En realidad, su movimiento anticipó al fascismo: una movilización de masas empobrecidas dirigida por un caudillo que usaba el odio, la violencia y el terror como métodos de dominación.
Formalmente, su ejército peleaba bajo la causa del rey de España, lo que llevó a muchos a asumir que defendía el régimen colonial. Aunque la mayoría de sus seguidores eran llaneros, pardos y esclavos, algunos sectores leales a la corona lo vieron como un aliado útil.
No respondía ante el rey ni ante ninguna autoridad colonial: A diferencia de los verdaderos realistas, como Monteverde o Morillo, Boves no actuaba bajo órdenes de la monarquía. No le debía lealtad a la burocracia colonial ni buscaba restaurar el poder del virreinato.
No buscaba reestablecer el orden monárquico ni tenía un proyecto estatal. Su guerra era de saqueo y venganza contra la élite criolla.
Su ejército no defendía el sistema colonial, sino que explotaba el resentimiento de los sectores oprimidos para convertirlos en una fuerza de devastación. Esto se asemeja más a los movimientos fascistas del siglo XX que a una guerra en defensa del absolutismo monárquico.
Boves el caudillo de la desesperanza
Boves no era un defensor del orden colonial en términos ideológicos. No se guiaba por principios monárquicos ni buscaba preservar el dominio español de manera tradicional. En su lugar, encarnó una versión violenta y oportunista del conflicto, utilizando un discurso de odio contra los mantuanos, es decir contra la aristocracia criolla, para atraer a los sectores más pobres: esclavos, pardos y llaneros.
El atractivo de Boves radicaba en su capacidad de ofrecer lo que Bolívar y los patriotas no podían: beneficios inmediatos. Mientras los patriotas hablaban de libertad, pero mantenían intacta la estructura de propiedad de la tierra, Boves permitía el saqueo y ofrecía botines a sus seguidores. En su ejército, la promesa no era la emancipación abstracta, sino la redistribución violenta de la riqueza a través del pillaje.
Sus métodos se basaban en la crueldad extrema. A su paso por los pueblos, no solo derrotaba a los patriotas, sino que destruía completamente cualquier resistencia, ejecutando a los prisioneros, arrasando con las propiedades y sembrando el terror. Su estrategia no se diferenciaba de la de los fascistas del siglo XX: movilización de los sectores más desesperados, discurso de odio contra una élite específica y uso sistemático de la violencia como forma de dominio.
Las masacres de Boves. El horror en San Mateo y Caracas
Uno de los episodios más emblemáticos de la brutalidad de Boves fue el asedio a San Mateo en 1814. Bolívar había convertido la ciudad en un punto clave de resistencia, pero la ferocidad del ataque de Boves convirtió la batalla en una de las más cruentas de la Guerra a Muerte.
San Mateo fue testigo de la implacabilidad de Boves: su ejército arrasó la ciudad, masacró a los patriotas capturados y ejecutó sin piedad a quienes se resistieran.
Su ejército llevó a cabo una política de exterminio contra todo aquel que representara a la causa independentista.
La batalla, que se libró en marzo de 1814, tenía un objetivo claro para Boves: destruir la resistencia patriota en el centro del país y debilitar el liderazgo de Simón Bolívar. Su estrategia era la del terror: a donde llegaban sus tropas, imponían el saqueo, la destrucción y la masacre de civiles y soldados capturados.
En este contexto, el nombre de Antonio Ricaurte quedó grabado en la historia. Ricaurte, un militar neogranadino al servicio de la independencia venezolana, tenía bajo su custodia un parque de armas en San Mateo, una posición crucial para la resistencia patriota. Cuando las fuerzas de Boves lograron avanzar y se hizo evidente que tomarían el arsenal, Ricaurte tomó una decisión extrema: se encerró en el polvorín y lo hizo estallar cuando los realistas irrumpieron, sacrificando su vida pero destruyendo la munición que habría fortalecido al enemigo.
El impacto de este acto fue doble: por un lado, evitó que Boves se hiciera con un valioso recurso de guerra; por otro, consolidó la imagen heroica de los independentistas de sacrificio y lucha a toda costa. Aun así, la ferocidad de Boves no se detuvo, y San Mateo sufrió el mismo destino que muchas otras poblaciones venezolanas durante su brutal campaña: el exterminio de quienes se le opusieran y el sometimiento de los sobrevivientes a su autoridad.
Pero el clímax de su violencia llegó con la toma de Caracas en julio de 1814. El 6 de julio de aquel año, José Tomás Boves entró en Caracas al frente de sus tropas, tras haber derrotado días antes a los patriotas en la sangrienta batalla de La Puerta. Su victoria significó el colapso definitivo de la Segunda República y la entrada en una de las etapas más violentas de la lucha independentista.
Desde el amanecer, la ciudad, que había sido abandonada por Simón Bolívar y los principales líderes patriotas en un desesperado intento por reorganizar la resistencia en oriente, quedó sumida en el pánico. El eco de los cascos de los caballos y el estruendo de los tambores de guerra anunciaban el avance de la legión de Boves. No era un ejército convencional: era una turba de llaneros, esclavos liberados y descontentos sociales, todos ansiosos por cobrar venganza contra la oligarquía criolla que había sostenido el movimiento independentista.
Cuando los primeros destacamentos realistas cruzaron las calles de Caracas, el saqueo comenzó sin contención. Casas fueron asaltadas, tiendas destruidas y templos profanados. Las familias adineradas que no lograron huir fueron arrastradas fuera de sus hogares y ejecutadas en plazas y calles, muchas veces con una brutalidad innecesaria. Las cabezas de algunos patriotas fueron clavadas en picas y exhibidas como trofeos, un recordatorio del terror que Boves imponía en cada ciudad que conquistaba.
Los gritos de las víctimas se mezclaban con el sonido del metal chocando contra las puertas de las viviendas. Los soldados irrumpían en las casas con antorchas y machetes en mano, buscando riquezas, venganza y sangre. No había distinción entre soldados y civiles: cualquier persona que hubiera estado asociada con la causa patriota era asesinada sin juicio.
En medio de este caos, las calles de Caracas se convirtieron en ríos de sangre. El olor a pólvora, madera quemada y carne putrefacta se esparció por la ciudad en cuestión de horas. Boves, que había demostrado en cada batalla su absoluto desprecio por la vida, no detuvo la masacre. Al contrario, la alentó como una forma de consolidar su dominio. Caracas, que había sido la cuna del movimiento independentista, quedó reducida a una ciudad de espectros y cenizas.
La entrada de Boves en Caracas fue dantesca y una auténtica pesadilla para los sobrevivientes. No fue una simple ocupación militar, sino un acto de venganza desbordada, donde la furia se desató sin piedad.
Los relatos de la época, aunque fragmentados, coinciden en que hubo ejecuciones masivas, saqueos sin distinción y una represión despiadada. Las elites criollas que no pudieron escapar fueron exterminadas, mientras que la población común quedó atrapada en un caos de violencia y destrucción. Las cabezas de los patriotas expuestas en picas, la sangre corriendo por las calles y los gritos de los condenados fue parte del paisaje de esos días en Caracas.
Este episodio marca un punto de inflexión brutal en la guerra de independencia. No fue simplemente la derrota de los patriotas en Caracas, sino el colapso total de la Segunda República y la demostración de que la guerra había dejado de ser un conflicto entre ejércitos convencionales para convertirse en una lucha de exterminio.
La entrada de Boves en Caracas fue similar a la de los fascistas en cualquier capital bajo su control: destrucción del enemigo, imposición del terror y un mensaje claro de que la resistencia sería castigada con la aniquilación.
Boves, un uascista prematuro
La figura de Boves encarna de manera temprana lo que luego serían los movimientos fascistas en el siglo XX como Mussolini o Hitler.
Boves no proponía una transformación estructural de la sociedad, sino una redistribución caótica y violenta dentro del mismo sistema.
Al igual que el fascismo, Boves canalizó la frustración de los sectores más oprimidos no contra la estructura económica y social, sino contra una élite específica, en este caso, los criollos independentistas. No buscaba la abolición del régimen colonial, sino una forma de poder basada en la destrucción de sus enemigos inmediatos.
El fascismo ha utilizado históricamente la misma estrategia: movilizar a las capas más bajas de la sociedad contra el movimiento obrero y socialista. La clase trabajadora, en lugar de alzarse contra el capitalismo, es llevada a enfrentarse entre sí, dirigida contra comunistas, judíos o inmigrantes. Boves hizo lo mismo en Venezuela, convirtiendo a esclavos, pardos y llaneros en un ejército de destrucción que aniquilaba a los patriotas sin ofrecerles una verdadera alternativa social.
Errores de los patriotas. La oportunidad que Boves aprovechó
La incapacidad de los patriotas para ofrecer mejoras materiales inmediatas fue su mayor error. Bolívar hablaba de libertad, pero la estructura de propiedad permanecía inalterada. Las masas populares, al no ver cambios reales en su vida cotidiana, fueron presa fácil del discurso de Boves.
En la historia moderna, los partidos reformistas y estalinistas han cometido errores similares. Al no ofrecer una alternativa revolucionaria real, han dejado vacíos políticos que han sido ocupados por la reacción. La socialdemocracia, con su tibieza, y el estalinismo, con su burocracia, han alejado a la clase trabajadora, permitiendo que el fascismo se fortalezca.
Boves fue el primer ejemplo en Venezuela de cómo una lucha legítima puede ser desviada hacia la reacción si no se ofrece un programa claro de transformación social. Su victoria momentánea fue un recordatorio de que la movilización de los sectores más explotados puede ser utilizada tanto para la revolución como para la contrarrevolución.
Boves: la guerra a muerte y la destrucción sistemática
Tras la masacre en Caracas, Boves consolidó su dominio mediante una táctica de guerra basada en el terror. Sus fuerzas no operaban como un ejército regular, sino como una máquina de destrucción diseñada para sembrar el pánico entre la población patriota. No había reglas en su guerra: los pueblos que resistían eran arrasados, los prisioneros eran ejecutados sin piedad y los civiles sospechosos de simpatizar con la independencia sufrían represalias brutales.
A diferencia de los patriotas, que aún mantenían ciertas limitaciones en sus métodos, Boves convirtió la violencia en su principal herramienta política y militar. Este uso de la guerra total recuerda las estrategias de los fascistas en el siglo XX: la eliminación de cualquier oposición mediante el exterminio sistemático.
La guerra psicológica de Boves: el terror como arma
Uno de los mayores logros de Boves fue su capacidad para desmoralizar a los patriotas. Su ejército no solo vencía en el campo de batalla, sino que destruía la moral del enemigo. Cuando tomaba una ciudad, no se limitaba a ocuparla militarmente: la sometía a un castigo ejemplar.
En cada avance, las noticias de su crueldad se anticipaban a su llegada, paralizando la resistencia de sus oponentes. Esto se vio claramente en su camino hacia Caracas: los patriotas, ya debilitados por derrotas previas, se desmoronaron ante el pánico que inspiraban las historias de ejecuciones masivas y saqueos indiscriminados.
Este uso de la guerra psicológica fue una de sus armas más efectivas. Así como los fascistas utilizaron la represión brutal para infundir terror en la clase trabajadora, Boves aplicó el mismo principio contra los patriotas: su victoria no dependía solo de la superioridad militar, sino del miedo absoluto que generaba en sus enemigos.
Boves y el fascismo: la utilización de las masas
La estrategia de Boves consistió en aprovechar el resentimiento de las masas populares contra las élites criollas para movilizarlas a su favor. En lugar de una lucha por la emancipación de los sectores explotados, transformó el conflicto en una guerra interna entre los pobres y los terratenientes patriotas con fines de saqueo.
Este método tiene un paralelo claro con el fascismo, que ha usado históricamente el descontento de los sectores más desesperados para desviarlo contra la izquierda.
Su movimiento no tenía un programa económico o social real: su única promesa era la venganza y el saqueo. Al igual que los movimientos fascistas que prometieron grandeza nacional mientras protegían los intereses de la burguesía, Boves ofreció redistribución momentánea mientras mantenía intacta la estructura colonial.
El Fracaso de los patriotas. Una revolución incompleta
La victoria de Boves fue posible porque los patriotas no supieron ofrecer una alternativa convincente a los sectores más explotados. Bolívar y sus generales hablaban de libertad, pero sin una transformación inmediata de las condiciones de vida de los pardos, esclavos y llaneros, su causa no tenía atractivo real para ellos.
En muchos sentidos, la independencia fue dirigida por una élite que buscaba reemplazar a los funcionarios españoles, pero sin alterar la base económica de la sociedad colonial. Esto dejó un vacío que Boves supo llenar con su discurso de odio contra los mantuanos.
La historia ha demostrado que las revoluciones incompletas pueden ser aprovechadas por la reacción. En el siglo XX, los errores de los partidos reformistas y estalinistas dejaron espacio para que el fascismo se fortaleciera. La falta de un programa realmente revolucionario en Venezuela en 1814 permitió que Boves se convirtiera en el símbolo de la guerra total contra los patriotas. Esto se convirtió en una lección que solo Bolívar comprendió.
La brutalidad de Boves en 1814 no solo significó la caída de la Segunda República, sino que dejó una enseñanza crucial para Bolívar: la guerra de independencia no podía librarse bajo términos moderados ni con concesiones a los enemigos de la revolución. Hasta ese momento, muchos patriotas, incluyendo Bolívar, habían confiado en la posibilidad de una lucha basada en la unidad de los criollos republicanos y la movilización parcial del pueblo, sin alterar las estructuras de poder y propiedad de manera radical. Sin embargo, Boves demostró que la guerra no era solo un conflicto entre patriotas y realistas, sino una lucha de clases donde los sectores más explotados podían ser usados por la reacción si la revolución no les ofrecía una alternativa clara y radical.
Bolívar entendió que no bastaba con expulsar a los españoles, sino que era necesario transformar la sociedad para evitar que la reacción volviera a tomar el poder con nuevas formas. Esta lección, que solo él comprendió en su momento, marcaría la última y definitiva fase de la guerra de independencia en Venezuela.
Boves como primer fascista de Venezuela
José Tomás Boves no fue un líder tradicional de los realistas. No defendía la monarquía española por convicción, ni tenía un proyecto político claro más allá de la destrucción de sus enemigos. Su ejército no era una fuerza disciplinada, sino una horda de saqueo impulsada por el odio y la desesperación.
Su método de movilización era la de aprovechar la frustración de los sectores más pobres para lanzarlos contra la élite independentista, se adelantó a las tácticas que los fascistas utilizarían siglos después. Así como Mussolini y Hitler desviaron el descontento de los trabajadores hacia el antisemitismo y el anticomunismo, o incluso hoy contra los inmigrantes, Boves canalizó la ira de los explotados no contra el sistema colonial, sino contra los criollos independentistas.
Los errores de los patriotas, al no incorporar a los sectores populares con una política revolucionaria real, facilitaron su ascenso. De la misma manera, en el siglo XX, los errores de la socialdemocracia y el estalinismo permitieron que el fascismo encontrara su base de apoyo entre las capas desesperadas de la sociedad.
Boves fue el primer fascista en suelo venezolano. No porque compartiera la ideología del fascismo moderno, sino porque sus métodos y su estrategia de manipulación de las masas anticiparon lo que sería la reacción en el siglo XX. Su legado es un recordatorio de que las revoluciones incompletas pueden ser devoradas por la contrarrevolución si no logran atraer a los sectores más explotados con un verdadero programa de transformación social.
El reformismo del siglo XXI: la alfombra roja para la ultraderecha
La historia de José Tomás Boves y su capacidad para movilizar el descontento de las masas sin ofrecer una verdadera transformación social encuentra paralelismos claros en la actualidad. Al igual que en 1814, hoy vemos cómo el reformismo, incapaz de resolver los problemas fundamentales de la clase trabajadora, allana el camino para el ascenso de la ultraderecha. Desde Donald Trump en Estados Unidos hasta Javier Milei en Argentina, pasando por Vox en España, la AfD en Alemania y Giorgia Meloni en Italia, el auge de estas fuerzas reaccionarias es la consecuencia directa de la bancarrota política de la izquierda reformista.
La promesa incumplida del reformismo
Los últimos veinte años han estado marcados por gobiernos que, en nombre de la izquierda, han administrado el capitalismo en crisis sin alterar sus fundamentos. En América Latina, proyectos como el del PT en Brasil, el kirchnerismo en Argentina, el chavismo en Venezuela y el progresismo ecuatoriano y boliviano prometieron justicia social y redistribución, pero en su mayoría se limitaron a concesiones superficiales mientras las grandes estructuras económicas permanecían intactas. No tocaron el poder real de la burguesía ni socializaron los medios de producción bajo el control de la clase trabajadora.
Este fracaso ha generado frustración en amplios sectores populares, que ven cómo, pese a los discursos progresistas, sus condiciones materiales siguen deteriorándose. En Europa, la socialdemocracia ha seguido un camino similar, gestionando la crisis capitalista con políticas de austeridad que golpean a la clase trabajadora. En Alemania, el SPD, en lugar de ofrecer una alternativa al neoliberalismo, ha impulsado políticas que han permitido el crecimiento de la ultraderecha representada por la AfD. En España, el PSOE y Podemos han gobernado sin revertir las políticas neoliberales y pagándose a los intereses de Washington, lo que ha fortalecido a Vox.
La frustración popular: el caldo de cultivo del fascismo
La historia nos enseña que cuando la izquierda no ofrece una salida revolucionaria, las masas en desesperación pueden ser arrastradas por la reacción. Tal como Trotsky advirtió:
"El fascismo levanta cabeza sobre los hombros del reformismo."
El fascismo nunca emerge de la nada; se alimenta del descontento que el reformismo es incapaz de canalizar hacia una solución socialista. En Argentina, la debacle del peronismo abrió el camino a Javier Milei, un ultraliberal que capitalizó el hartazgo social con un discurso antisistema, aunque su proyecto sea simplemente una versión más brutal del capitalismo. En Brasil, la corrupción y las limitaciones del PT dieron paso a Bolsonaro. En Italia, el fracaso del centroizquierda permitió la llegada de Meloni al poder.
Estos fenómenos no son simples casualidades, sino el resultado de décadas de políticas que han frustrado las expectativas de millones de trabajadores y jóvenes. En lugar de desafiar al capitalismo, el reformismo lo ha administrado, generando una profunda desmoralización que la ultraderecha ha explotado con demagogia.
Boves y el presente: la lección de la historia
Así como Boves utilizó el resentimiento de los sectores populares contra los criollos sin ofrecer una verdadera emancipación, la ultraderecha actual manipula el enojo de las masas contra chivos expiatorios (migrantes, feministas, izquierdistas) mientras protege los intereses de la burguesía. El reformismo, al no desmontar el capitalismo, permite que estos discursos ganen terreno.
La única manera de frenar el avance de la ultraderecha no es con más reformismo, sino con una alternativa socialista revolucionaria que expropie la banca, los latifundios y la gran industria bajo el control de la clase trabajadora así como construir un nuevo estado basado en Consejos de Trabajadores bajo el control de las asambleas obreras. La historia demuestra que, cuando la izquierda vacila, la reacción avanza. La lucha por un cambio real no puede quedarse en reformas superficiales, sino que debe apuntar a la destrucción del capitalismo y la construcción de una sociedad bajo el control democrático de la clase trabajadora. Si esto no ocurre, el pasado nos dice claramente cuál será el futuro.