Si usted no ha leído la novela "En este país", de Urbaneja Achelpohl, no merece el gentilicio venezolano…

  1. A decir de Lubio Cardozo, la novela "En este país" se desarrolla en la época pre-petrolera de Venezuela (específicamente bajo el mandato de Cipriano Castro), mientras que la novela "La casa de las cuatro pencas", del mismo Urbaneja Achepohl, durante el gobierno de Juan Vicente Gómez. No me perdono haber esperado tanto tiempo para leer la obra de este extraordinario venezolano, Luis Manuel Urbaneja Achelpohl. Aquí se habla mucho de la obra de Juan Rulfo, pero Urbaneja Achepohl no se le queda atrás (incluso pudiera estar por encima), tiene sus tempos poéticos, sus abruptas sencilleces, crudas pinceladas criollas o sus sinuosidades sensuales, como por ejemplo, cuando Paulo y Josefina se declaran su amor a zarpazos limpios, escuetos, directos: "- ¿Y de cuándo acá sientes eso? – le preguntó Josefina bajando los ojos", a lo que respondió Paulo: "-Siempre lo he sentido, pero hoy como nunquita", para luego añadir el autor: "Declaración con la cual Josefina se llenó del más vivo regocijo. La maligna caraqueña se revelaba en la alegría resplandeciente en sus ojos, en aquellas dos llamitas muertas que se incendian como dos cocuyes con las sombras de la noche; en aquel aire coquetuelo e indiferente con que se revistió al ver a aquel muchacho rendido, echado a sus pies cual manso cachorro. Y con aquel don del sexo, que obliga a la hembra, para luego felinamente imponerse, llevó una de sus manos a los hombros de Paulo, quien se había ido arrimandito a ella, como bebiéndola los alientos…".

  2. Las expresiones son elocuentes y cortantes como un cuchillo, cuando describe el lechón muerto y rapado sobre una mesa, al cual se le ha echado agua hirviendo "… quedando en poco tiempo limpio de cerdas, más blanco y regordete que un niño de ocho meses criado a pura leche". Y van desparramados por toda la obra un pedregal de esclarecedoras sentencias, imágenes, dichos y sabrosos venezolanismos propios de aquel muriente siglo XIX, como "mogotes", "aljófar", "matojos", "guarimba", "cabañuelas", "gárgaro malojo que te pica el ojo", "ella ciega y cachorra", "los recuerdos se agolpaban como afanosas guanotas en torno de silvestre panal", "…el fustán pringoso", "como gayo plumón de guaca", "cuello papujado y corto", "apenas si eran unas blanquitas de orilla, mulatas, zambitas, tiñosas, cambadas, manumisas,…", "mascubaja alguna oracioncilla", "descontentadizo epulón", "… doña Epifania, en una silla de cuero, desgreñada en el escarmenar que una vieja negra y sucia hacía a sus cabellos enmarañados", "parientes y trastos viejos, pocos y lejos", "Caían las monedas como cristal sobre cristal y rodaban vueltas a la luz en un reír loco de pequeñuelas alegres, traviesas y gozosas", "esfondínguele la pipa a ese zambo", "iban enrumflados y silenciosos", "la lluvia caía con estrépito sobre la calvicie de los cerros… La lluvia descendía monótona y continua como el aletear de un murciélago… al relampagueo el ejército parecía como una culebra dividida en trozos".

  3. Las obras de Urbaneja Achepohl habían estado deambulando por mucho tiempo en mi biblioteca, de un estante a otro, a veces aherrojadas entre cajas que se guardan en closets (para sacudirlas y revivirlas en otros tiempos o momentos) o en maleteros ocultos entre cientos de otros libros que uno va seleccionando para la consulta de las batallas de cada día, en la investigación histórica o literaria. Hay libros que uno los descubre por un golpe de suerte, como me pasó, por ejemplo, recientemente, con la obra de Bartolomé Tavera Acosta. Mi esposa ME, imbuida en los últimos meses únicamente en temas de la literatura venezolana, quedó conmovida, estremecida, por esta novela "En este país", llegándome a decir que yo por no haberla leído me consideraba un venezolano a medias. También me urgió ME a que releyera con nuevos ojos a Pedro Emilio Coll, de quien yo conocía algunos cuentos.

  4. La edición que leí de "En este país", es de Monte Ávila Editores (1981), por cierto, impreso en España, lo cual llamó mi atención. Al parecer, durante la IV República, resultaba más barato imprimir libros en España que en Venezuela. El prólogo es de Lubio Cardozo, a quien conocí hace algunos años en la Universidad de Los Andes (murió en 2021 en Mérida). Hay muchos aspectos que me interesan de la obra de Urbaneja Achelpohl, cuyo tema predilecto fue Venezuela, el criollismo: la política, la cultura y la evolución histórica de nuestro pueblo. A mi entender, fue más profundo en el conocimiento de Venezuela que Rómulo Gallegos, por ejemplo. Sus descripciones del campo son únicas, poéticas, en la literatura nuestra, con un conocimiento del lenguaje vernáculo como pocos en nuestro país. En INVOCACIÓN comienza: ¡Oh, rústica doncella de mis amores, tiéndeme tu mano de capullo, para alcanzar la espiga de oro, símbolo de la abundancia en el granero aborigen y de ensueño, gloria entre la gente de nuestra raza", "y en la calva del Ávila jugueteaba la luz tenue de un sol cautivo", y describiendo a Paulo, el protagonista: "… de un color de oro muerto, tostado, melcochudo y áspero como greña de un africano". Y en otra pincelada sobre aquel campo, por allá por los lados de Los Dos caminos, en Caracas: "El día era en el valle; nubecillas ligeras corrían deshaciéndose en las colinas del Sur… (Paulo) pasó por la escuela, pero ante todo, fue un Guarimba, un cogedor de cabañuelas, que presentía en el silencio de la noche estrellada el trueno anunciador del lejano invierno y el saludo del renacuajo"…. "se arremangó con furia los calzones hasta los gruesos muslos", "Con los tiros se ponía locuaz y contento, como un arrendajo en la copa de un guamo. Sus soldados, acostumbrados a vencer, lo admiraban. Cogía las balas con el sombrero…". En el habla de la soldadesca, pareciera como si uno estuviera leyendo a Rulfo: "- ¿Qué armas cargabas tú?", y otro que responde: "-Yo no cargaba armas. Le estaba cuidando el macho al doctor". Otra pregunta: "-¿Tiene mucho parque?", a lo que responde el interpelado: "- No tiene mucho pero sí tiene sus bichitas". Sigue el relato: Traían a otro que parecía un cadáver, y "Mala-rabia se lo quedó mirando con ojos bondadosos. Era un pobre imbécil: "-Lléveselo pa´que le espante las moscas".

  5. Sobre doña Carmen Perules de Macapo escribe: "Era pequeña, muy apretada de carnes, con hoyuelos en los codos y el pie precioso, pequeñito, asomando bajo el ruedo violáceo de las enaguas de seda. Sus carnes eran almendras amasadas con rosas. Los ojos negros, grandes y aterciopelados. La frente estrecha y las cejas ligeramente arqueadas y suaves. La boca diminuta y la barba redonda… El cuello corro, algo papujado, ceñido por una gargantilla de corales. Desdeñosa y hostil en el gesto y las maneras, y el timbre de la voz, ingrato… De la abuela misia Carmen, los hoyuelos de los codos y los andares remilgados". Describiendo a don Toribio Pichirre: "en chinelas azules con flores bordadas en rojo y verde. Calzones color de pulga, oscura blusa de dril, muy planchada, donde el hierro al pasar dejó lamparones". La pintura de Gonzalo Ruiseñol es precisa y elocuente. ¿Quién no conoció en cada pueblo de Venezuela un Gonzalo Ruiseñol, que fue al Norte a llenarse de conocimiento para luego trasplantarlo a nuestra tierra? Allá en Las Mercedes del Llano, en el centro del Guárico donde viví de muchacho muchos años, conocí a dos Gonzalo Ruiseñol, los hermanos Manuelito y Fidel Marchena. Los había criado el boticario don Manuel Marchena, mi padrino, el hombre más culto y respetado del pueblo, hombre leído, con excelentes habilidades para tratar males terribles que causaban estragos en los llanos: sífilis y blenorreas, llagas, culebrillas, espasmos, temblequeras, histerias, fiebres palúdicas y reumas, entre muchas otras. Era un viejo solterón, muy admirado por mi madre. Tenía fama de bondadoso y se volvía extremadamente extrovertido cuando se emborrachaba. Cogía unas cogorzas pavorosas cada fin de semana Obeso y de mediana estatura usaba unos gruesos lentes de carey y una espinada barba; solía hablar batiendo mucho la mandíbula, sería de tanto mascar tabaco, y usaba una gruesa faja negra donde llevaba dinero que repartía a manos llenas, y pastillas para males diversos, oraciones sanadoras, sin faltarle una larga vaina al cinto con su puñal. Don Manuel Marchena envió a Fidel a Caracas quien se hizo abogado, y a Manuelito lo envió a Estados Unidos a estudiar agronomía, pero el muchacho terminó enrolándose en West Point. Manuelito volvió muchos años después a Las Mercedes del Llano, totalmente afectado por lo que vivió y conoció en el Norte. Se dejó crecer la barba y se internó en las selvas de Cabruta donde se amancebó con una india, y nunca más quiso saber de mundo. Mi hermano Adolfo solía ir a visitarlo de vez en cuando en Cabruta, y me dijo que se había vuelto un indio más de la zona.

  6. Pues bien, Gonzalo Ruiseñol es uno de los más extraordinarios personajes de "En este país", y así lo pinta Urbaneja Achelpohl: "Era Gonzalo Fascistol, más ¿cuál es aquel que sale en plena juventud a recorrer tierras extrañas, a perfeccionarse en algún arte o ciencia, que al volver a esta rinconada donde sólo quedaron los que no pudieron hacer otro tanto a los que como los crustáceos viven pegados a las peñas, cual digo, es aquel que no trae sus migalas de vanidad en el repleto saco de sus sueños?... Qué especie de agricultor, que no andaba sino de polainas y gruesos zapatos, para no humedecsre los pies…". Al bruto de Magalo lo define recio de entendederas pero blando de entrañas. Luego vemos esta estampa en casa de los Pichirre, la esposa (ciega) de don Toribio: "- Ya está puesta la comida, Toribio –dijo en esto la ciega, añadiendo: - ¿No gustas, Josefina?, es comida de pobres".

  7. SOBRE LOS OJOS DE PAULO: Quien posee esos ojos, tiene algo de jaguar, el gran gato montés de la selva americana, y como él es felino, fiero, rencoroso, huraño, voluptuoso en el crimen y en el amor. En el alma que animan esos ojos, como en un crisol inmenso, se han fundido tres ramas de la especie humana: la de los hombres de ébano, la de los de mármol y la de los de bronce. ¡Oh! alma, multiforme y anárquica, eres una vasija repleta de perfumes y de venenos.

Al relampaguear de aquellos ojos, Josefina se había cerciorado de lo que ya había presentido alguna vez; algo de lo que ella habría llamado cariño, amor de hermano por aquel muchacho, con el cual había corrido a través de los campos, con el cual había pasado días enteros en el cafetal en busca de pichones de arrendajo y azulejos; algo de lo que había experimentado, cuando le llevaba a su casa de Caracas nidos de palomas turcas, con todos sus huevecitos, o con pichones emplumados sorprendidos en los surcos, emparamados, con el copioso rocío de la noche.

- ¿Por qué me miras así, Paulo? -fue la primera palabra de su boca, después de evitar largo tiempo sus miradas.

- ¿Cómo te miro, Josefina? -inquirió Paulo conteniendo el aliento.

- ¡Como nunca me has mirado!

Y los ojos de Paulo se nublaron, bajo la selva de sus cejas castañas y gruesas; un intenso sacudimiento movió todo su ser, como los que deben de conmover en sus profundos, endurecidos senos, a las canteras graníticas, cuando revienta en su superficie la mina.

- Tú debes de tener algo Paulo - observó Josefina.

- Sí, siento aquí adentro un bachaquero, una quemazón; y cuando así decía, se golpeaba con los puños apretados el ancho pecho.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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