La inseguridad se ha convertido en una tendencia reiterada en los medios de comunicación tanto impresos como audiovisuales y ahora telemáticos; de acuerdo a ello el ciudadano común extraña este tipo de noticias que han inmortalizado barrios, delincuentes y fechorías cuando no son transmitidas, porque el espacio está siendo ocupado, ya sea por la incursión del Primer Mandatario en cualquier pauta de su agenda o cualquier otro evento que atrape al venezolano en su devenir cotidiano. Es que sobre el tema se han hecho tratados sobre criminología, periodismo de sucesos, derecho penal, cine y muchos otros espacios de libre creación y razón intelectual. La intención del presente escrito es muy simple: formar parte de los millones de venezolanos que clamamos justicia ajena y la propia porque es lo que se proyecta en la actual confluencia de factores violentos y delictivos, que a diario vemos reportados en los medios sin poder pronunciarnos: pareciera que sólo tenemos que “enrejarnos” y dejar aflorar la paranoia que invade al citadino cuando decide o debe salir a la calle en horas altas y bajas, porque me atrevería a realizar una apuesta, respecto a que cada venezolano sabe como se redactan las nota de sucesos en este país de acuerdo a titulares como “baño de sangre”, “abaleados”, “ultimados”, etc..
Y ni hablar de la prensa regional donde el amarillismo y sensacionalismo en torno a crímenes y otras fechorías domésticas es mostrado como una hazaña destacada del sistema social y la descomposición social en la que nos encontramos sumidos, porque todos los fines de semana cada quien disfruta a su manera, pero de manera si pudiese decirse estratificada: los malandros o gamberros en el cerro con una botella de lo que venga, en las urbanizaciones a puerta cerrada con el equipo de volumen a toda mecha, “los vecinos sanos a puerta cerrada”, unos más privilegiados en el jardín con una barbacoa, mera “herencia transcultural” de los gringos pero con un toque criollo de folklore y jolgorio, etc.
Imagínense que es tan grande el descaro del destino nacional (porque no tiene otro nombre) que en los últimos días han ocurrido una serie de hechos que ya rebasan el alerta amarilla de cualquier sistema de seguridad que se aprecie: La muerte del Luchador social Arquímedes Franco y ahora el asesinato de Yanis Chimaras a “manos del hampa”. Definitivamente dos extremos, porque en el medio (sin animos de mostrar una escala determinante, solo para ilustrar de manera gráfica el fenómeno) se encuentran esas fotos e imágenes de familiares llorando en la morgue, pidiendo justicia, del sin número de víctimas que todos los fines de semana y peor aún los comienzos de semana nos arrancan un “hasta cuando la inseguridad en este país”, “zapegato”, “carajo”, “nos estamos matando” por mencionar las más decentes. Incluso, uno se indigna como venezolano, cuando a un niño hay que traducirle a su lenguaje cualquier vocablo que se escape de esta nota de sucesos porque nacen rodeados del “hijo ten cuidado”, “mosca con los malandros”, de acuerdo a las posibilidades que cada quien tenga para brindarle protección a sus muchachos.
¿Que tan grandes son las manos del hampa señores?, ningún ser venezolano le gustaría pasar por este tipo de lamentables hechos, pero, es que ¿acaso este país se está sumergido en la indolencia?. Con estas sencillas reflexiones me sumo a la gran cuota de venezolanos que no queremos “muchachitos” motorizados en las noches por las calles de algunas zonas populosas de la ciudad atracando y mostrando guapetonerías fugaces, grupos de indigentes que te martillan y te amenazan con objetos contundentes, ladrones de carteras y otro tipo de objetos llamativos en cualquier esquina del centro, en calles solitarias de urbanizaciones lujosas, en fin todas esas situaciones que se han convertido parte de nuestro acervo ciudadano.
Las reflexiones desde la perspectiva sociopolítica del delito impune así como la politización de ciertos hechos delictivos y criminales aunado al deterioro social, en pleno proceso de construcción socialista, se lo dejo a los grandes intelectuales y especialistas académicos para que conviertan en realidad cualquier política pública que revierta un poco este triste foco de paranoia urbana. Porque esta desviación es omnipresente y no es justo que tengamos cómo adquirir los bienes y la tan ansiada calidad de vida por la que lucha tanto la clase baja y media (que me perdonen los especialistas en la materia de estratificación) para aparentar ser exitosa y sobrevivir a la “hecatombe” y no podamos hacer gala de ella, porque existe cierto descontrol sobre los guapetones y criminales de esta ciudad.
En conclusión, sugiero entonces que no a modo de derrota ni de desánimo, sino como una forma de protesta enérgica y sana, se plantee educar al ciudadano a evitar situaciones delictivas, que nos enseñen a tratar con el criminal, pero eso sí c..., que el gobierno convierta en política de Estado la represión contra quienes nos pretenden atemorizar, desde cualquier lado de la ciudad con su psique delictiva y su conducta criminal, porque bastante profesional con guáramo que sobra en este país para intentar revertir este fenómeno tan nefasto que ensombrece cualquier logro, por mucho que se pretenda tapar el sol con un dedo. No nos rendimos, pero intentamos sobrevivir ante tanto “malandro”, no solo al “playboy marginal orillero” como lo definió el Ilustre Doctor Arturo Uslar Pietri, pero sí como un signo inequívoco del fracaso de las instituciones. La tarea es sesuda y requiere de mucho cacumen pero hay que meterle el pecho.
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