América Latina ante los ojos de EE.UU


Según se desprende de entrevistas y conversaciones con inversionistas de Wall Street, administradoras de riesgo y funcionarios del sector de in-dustria y comercio de Washington, así como de una lectura cuidadosa de los reportes del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, del Financial Times y de las páginas financieras del New York Times en los pasados seis meses, existe una jerarquía de favoritos y enemigos entre los gobiernos de América Latina. Los criterios usados para juzgar a los regímenes se refieren a su disposición para seguir las políticas neoliberales de Wall Street y Washington, su capacidad de llevarlas a cabo y de asegurarse legitimidad política.
Las calificaciones del establishment han cambiado en años recientes, en particular cuando los gobiernos favoritos han sido ineficaces en imponer políticas o se han aislado políticamente. Por ejemplo, hace uno o dos años el presidente boliviano Sánchez de Lozada, el peruano Toledo y el régimen de Uribe en Colombia tenían calificación alta por su fuerte apoyo al libre comercio en la región, sus programas de privatización, su compromiso con el pago expedito y total de la deuda y su apoyo incondicional a las intervenciones militares de Bush en Colombia, Afganistán e Irak. Este año han perdido puntos, no porque hayan cambiado sus políticas sino porque están casi privados de respaldo político, son clientes aislados y desacreditados, de valor limitado para los objetivos de la agenda de Washington y Wall Street.

Los favoritos de 2003

A la cabeza de la lista de favoritos están los regímenes de Brasil y Ecuador. Si bien la ma-yoría de los más veteranos y astutos diplomáticos y funcionarios del Departamento de Estado sabían desde antes de la elección de 2002 que Lula no era ya una amenaza radical y ni siquiera un reformista de consecuencias, la mayoría de los ejecutivos de Washington y Wall Street, sorprendidos por la selección que hizo el brasileño de un equipo económico liberal ortodoxo, se sintieron extasiados cuando comenzó a ejecutar una agenda radical neoliberal, que incluye la privatización de la seguridad social, la reducción sustancial de las pensiones de los burócratas y un procedimiento más fácil y menos costoso para los patrones de despedir trabajadores.

Un funcionario de Washington me comentó que el explícito repudio de Lula a las políticas redistributivas keynesianas de su Partido de los Trabajadores le recordó la abjuración del comunismo de Gorbachov y su entrega a Eu-ropa y Washington sin necesidad de coerción ni negociación. El consenso en Wall Street es que la única diferencia económica significativa entre Lula y Bush es que el brasileño es un defensor del libre mercado más congruente que el estadunidense: demanda que Washington reduzca su barrera comercial sobre una lista de productos protegidos (jugo de naranja, acero, textiles, etcétera).

En la actualidad Brasil ostenta la más alta calificación en el establishment estadunidense por cuatro factores: 1) lo que un cínico corredor de Wall Street (y ex izquierdista) llamó el "neoliberalismo talibán" de Lula (en referencia a su dogmática adhesión a todo el repertorio del FMI, desde la austeridad fiscal hasta sus exhortos a las empresas trasnacionales para combatir la pobreza); 2) su vigorosa aplicación de la severa agenda neoliberal, incluso formando alianzas con los partidos de derecha y disciplinando a los diputados disidentes de su propio partido; 3) el hecho de que conserva una mayoría popular en las encuestas y ha tenido éxito en cooptar o neutralizar a la organización sindical de izquierda (CUT) y hacer caso omiso de las demandas del Movimiento de los sin Tierra; y 4) que Lula sigue llevando adelante la agenda del FMI pese a una tasa de crecimiento negativa en los primeros seis meses de 2003.

El segundo en la lista de popularidad es el presidente Lucio Gutiérrez de Ecuador, quien ha reafirmado la economía dolarizada, confirmado la base militar estadunidense en Manta, apoya la intervención dirigida por Washington en Colombia (Plan Colombia) y propone privatizar las estratégicas industrias petrolera y energética. Antes de su elección se le conceptuaba en Washington como una especie de vacilante oportunista que hablaba en favor de Pinochet o de Castro según quien le pagara los viáticos. Poco después de la primera ronda electoral Gutiérrez fue a la capital estadunidense, donde, según declaró un funcionario off the record, se le consideró un "escucha dócil". Una vez electo "habló con los indígenas pero trabajó con nosotros", según un im-portante asesor en inversiones petroleras. Con gran agrado del mundo oficial de Washington, ha dividido al otrora poderoso movimiento indígena cooptando a su ala política pachacuti mediante la designación de algunos de sus notables en ! puestos ministeriales sin mayor poder efectivo, y de políticos locales en cargos menores de su gobierno. En el mo-vimiento social indígena Conaie existe una división entre dirigentes y militantes en cuanto a una posible ruptura con Gutiérrez, lo que debilita severamente los esfuerzos por unificar a la oposición. El mismo proceso de cooptación se da en el alguna vez poderoso sindicato petrolero. Todo esto es bueno para Washington, puesto que Ecuador ha visto a dos presidentes clientes de Estados Unidos arrojados del poder por la Conaie y sus aliados en los sindicatos eléctrico y petrolero.

Un poco más abajo en la escala aprobatoria están los presidentes Vicente Fox de México, Uribe de Colombia y Lagos de Chile, quienes son devotos discípulos de la agenda neoliberal del ALCA que impulsa Washington. Va-rios factores han causado que estos presidentes clientes pierdan la más alta calificación. En primer lugar, Fox ha sido incapaz de sacar adelante la privatización del petróleo y la electricidad que promueve Wall Street, e insiste en obtener a cambio la legalización de 4 millones de trabajadores mexicanos en Estados Unidos. En segundo lugar, permitió que Jorge Castañeda, activo número uno de Washington, fuera echado de la cancillería. Además, no se alineó con Bush en la votación del Consejo de Seguridad contra Irak.

De la misma forma Uribe perdió puntos por su incompetencia en librar la guerra de Washington contra las guerrillas y su creciente aislamiento político y social. Prometió a Washington que militarizaría el país y destruiría las guerrillas. Después de un año de combates su fracaso ha sido total. Fuentes del Pentágono afirman que sus comandantes militares es-tán más interesados en confiscar drogas para revenderlas que en combatir a los guerrilleros.

Lagos cuenta aún con el favor de Washington pero, a medida que la derecha neopinochetista cobra ímpetu y la coalición del presidente se hunde en escándalos de corrupción, se le ha degradado un poco, en particular después de que se abstuvo en la resolución sobre Irak en el Consejo de Seguridad.

Los clientes de segunda clase tienen la virtud, a los ojos de Wall Street, de ser aliados estratégicos y neoliberales, aun si sus ocasionales y tibias expresiones de disensión irritan al Pentágono de Rumsfeld.

En el tercer nivel en la escala positiva están muchos que antes estuvieron en la posición más alta: Batlle de Uruguay, Sánchez de Lozada de Bolivia y Toledo de Perú. Batlle encabeza un régimen infestado de corrupción que se mantiene en el poder en buena medida gracias a la inercia del sistema político y al ultralegalismo y prudencia de la oposición parlamentaria de centroizquierda. Sánchez de Lozada y Toledo tienen menos de 10 por ciento de respaldo popular y constantemente en-frentan oposición en las calles. Son absolutamente ineptos y carecen de poder para aplicar como quisieran la agenda privatizadora de Wall Street y las políticas represivas de Washington contra los cultivadores de coca.

Washington y Wall Street continúan apoyando a estos regímenes, pero tienen previsto descartarlos si crece la presión popular. En-tonces tienen la opción de buscar a un centrista "responsable" (como Alan García del APRA, en Perú) que apague el fuego, o de una junta militar-civil en Bolivia (como da a entender el embajador Greenlee) que tome el poder para "salvar la democracia" conforme a la fórmula de Rumsfeld.

Entre las calificaciones positivas y las negativas está el nuevo presidente argentino, Néstor Kirchner. Washington demostró su reacción negativa a la derrota de sus dos candidatos favoritos de ultraderecha (Menem/Mur-phy) enviando a un emigrado cubano de bajo nivel, ministro del gabinete, a la toma de po-sesión de Kirchner. Wall Street está ansiosa de ver cómo maneja el argentino las negociaciones con el FMI, qué tan aprisa reanudará los pagos de la deuda y por cuánto tiempo puede mantener el orden y llegar a acuerdos con la elite financiera local y las trasnacionales. Ni a Washington ni a Wall Street les gustó la declaración de independencia del presidente respecto de la elite corporativa ni la prioridad que asignó a la integración regional en oposición al ALCA. Sin embargo, tanto los observadores de Wall Street como los profesionales de Washington están acostumbrados a la retórica populista y nacionalista poselectoral, y aguardan ver qué políticas concretas aplica el argen! tino. "Como gobernador de la rica provincia de Santa Cruz, Kirchner respaldó la privatización de la lucrativa industria petrolera, y eso cuenta algo", me comentó un periodista financiero. Washington y Wall Street lo tienen en el espacio de los no calificados con un asterisco que dice "pendiente de la aplicación de la agenda política económica".

En las calificaciones negativas vienen Venezuela y Cuba, en ese orden. Venezuela está en la calificación negativa de Washington pero es ambivalente en Wall Street. La discrepancia tiene que ver con la política heterodoxa de Chávez. Paga sus deudas a tiempo a los bancos, es un fiel proveedor de petróleo a Es-tados Unidos aun en tiempos de guerra imperialista, no ha nacionalizado ninguna propiedad estadunidense ni aplicado impuestos graduales. Su equipo y políticas económicas, de corte neoliberal, se consideran marcas positivas en Wall Street. Sin embargo, ha destituido a los ejecutivos más maleables y corruptos de la compañía petrolera estatal, proclives a Wall Street, destinado parte de las ganancias a las inversiones en desarrollo interno en vez de al mercado de valores estadunidense, lo que ha privado a éste de lucrativas comisiones. Ha instituido controles monetarios y limitado el flujo de capital y ganancias, lícitas e ilícitas, a los bancos e inversionistas en bienes ra! íces de Estados Unidos.

Si bien existe cierta ambigüedad en Wall Street respecto del desempeño económico de Venezuela, en Washington su calificación es absolutamente negativa. Chávez derrotó a los "activos" venezolanos dirigidos por la CIA y a los clientes políticos de Washington, que han tratado dos veces de derrocarlo. Ha adoptado una postura crítica hacia la guerra al terrorismo, el Plan Colombia y el ALCA en nombre de la paz, el antimilitarismo y la integración latinoamericana. Con Chávez, Venezuela mantiene comercio y amistosas relaciones diplomáticas con Cuba. En la visión mundial de Rumsfeld y Wolfowitz, Venezuela necesita un "cambio de régimen".

Cuba está claramente en el punto más bajo de la escala de Washington. El gobierno de Bush la considera un objetivo militar, como parte del eje del mal, que estaría al borde de la invasión de no ser porque cuenta con las fuerzas armadas mejor entrenadas del tercer mundo, con un excelente sistema de seguridad y con el respaldo popular de millones de cubanos. Es el enemigo número uno porque representa una clara alternativa a las colonias neoliberales de la región. Es una fuerza im-portante en Naciones Unidas y en todos los foros internacionales, que expresa solidaridad con los movimientos antimperialistas y antiglobalizadores y se opone a los designios imperiales estadunidenses en Asia, Medio Oriente y, en especial, América Latina.

Si bien Washington da a La Habana la calificación más baja posible, Wall Street, o al menos partes del gran sector agroempresarial, no siempre están de acuerdo. La Cámara de Comercio estadunidense y los grandes exportadores de productos agrícolas han conferido a la isla una calificación económica positiva en términos de su disponibilidad como mercado, además de que cuenta con importantes industrias en turismo, aerolíneas y servicios.

Conclusión

Las calificaciones estadunidenses reflejan los cambios en las complejas fuerzas políticas y sociales que operan dentro de América Latina, así como el éxito o fracaso de las políticas de Washington y Wall Street. Mientras que los movimientos populares han socavado las calificaciones de varios regímenes clientes como instrumentos eficaces de la política estadunidense, en otros casos importantes la evolución hacia la derecha de ciertos líderes populares ha conducido a que Washington conceda a sus países las más altas calificaciones. En buena medida las calificaciones estadunidenses a los regímenes latinoamericanos son resultado de las políticas y luchas de clases internas, los fracasos de las políticas económicas neoliberales y la lucha entre la intervención imperial y los movimientos y naciones antimperialistas.

En segundo lugar, resulta claro que, si bien en muchos casos Washington y Wall Street coinciden en sus evaluaciones, existen ciertas divergencias. Por último, en el caso de Brasil tenemos una situación peculiar, en la que el gobierno de Bush y Rumsfeld y los políticos latinoamericanos de centroizquierda coinciden en sus calificaciones. La evaluación positiva de Washington se basa en las políticas reales de Lula; la de los centroizquierdistas, en sus expectativas e ilusiones equivocadas.



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James Petras


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