Un antecedente notable de la moda de vestirse con los colores de la bandera nacional, se produjo en los Estados Unidos, a mediados de los sesenta, siendo su protagonista el dirigente del movimiento contra la guerra de Vietnam, Abbie Hoffman. A mediados de los sesenta, el líder melenudo fue citado por el ya decadente Comité de Investigaciones de Actividades Antinorteamericanas del Senado de Estados Unidos, el mismo organismo que usó Joseph McCarthy para perseguir a destacadas personalidades del mundo sindical y cultural con el cuento de que eran “comunistas”, la misma histeria de cierta oposición venezolana. Pues resulta que Hoffman llegó a la sede del parlamento norteamericano con una vistosa camisa de barras y estrellas. La TV transmitía en directo la comparescencia por lo que también fue vista por millones de televidentes la tunda de peinillazos y rolazos que recibió el joven activista de parte de unos gorilas uniformados que consideraron inaceptable la irreverencia del atuendo. A tanto llegó la paliza que intentaron arrancarle la blusa barrada y estrellada. Al hacerlo se consiguieron con otra sorpresa. Hoffman tenía pintada en la piel de su torso otra bandera: la cubana. ¡Horror para los cubanofóbicos de aquí!
Se vincula a esta actitud irreverente del movimiento antibélico norteamericano de los sesenta, aquella memorable versión de Jimmy Hendrix del “Star Spangled Banner”, el himno estadounidense, en medio del Festival hippie de Woodstock. El guitarrista lograba reproducir con sus cuerdas los bombardeos de napalm, los llantos de los niños vietnamitas, las explosiones y el infierno producido por el imperio en el Sudeste asiático.
A principios de los noventa hubo una onda “nacionalista”, con bandera y conjunto llanero incluido, entre los jóvenes del este de Caracas, el norte de Valencia y otros sectores de la pequeña y mediana burguesía. Aparecieron muchachos de melena cantando con arpa, cuatro y maracas, e Ilan Chester hizo una versión en balada del himno nacional, defendida por Aldemaro Romero en medio de una polémica. El punto era si el símbolo patrio aguantaba cualquier arreglo sin implicar una falta de respeto. La opinión de Romero era positiva, con lo cual le abría las puertas a la adaptación del “Gloria al Bravo Pueblo” en vallenato, como efectivamente ocurrió con un músico colombiano, expulsado del país por esos mismos días. Pero más allá de esto, se trataba de una reinterpretación de lo nacional. Criticaba Romero, por ejemplo, el que se asumiera como única versión del himno un arreglo marcial, y esto lo asociaba con cierto militarismo diseminado en nuestra cultura, vinculado a su vez con el hecho (deformante, según él) de que el único proceso identificador de la nacionalidad era la guerra de la independencia. Esto, sostenía el músico, impedía tener representaciones contemporáneas, modernizadas, de la nacionalidad, que expresara la vida civil, profesional y empresarial, por ejemplo, de los venezolanos actuales.
Por supuesto, era muy diferente la irreverencia protestataria de los hippies norteamericanos vestidos con su bandera, respecto a ese intento de modernización de los símbolos nacionales venezolanos de mediados de los noventa, e igualmente, al Tricolor Fashion impuesto durante el año pasado. Me refiero, por supuesto, al uso masivo de franelas, blusas, tops, vestidos, cachuchas, pantalones, prendedores, zarcillos, incluso bikinis y ropa interior, diseños de pintura de uñas y tintes para el cabello, con el amarillo, el azul y el rojo; atuendos que le resolvieron la vida a mucho buhoneros durante las marchas, sobre todo de la oposición, en 2002 y parte del 2003.
Tal vez el primero que usó la bandera como atuendo, con una vistosa chaqueta tricolor, fue el mismísimo Chávez. Miren qué paradoja, porque, si bien en las marchas “oficialistas” pudieron observarse algunas usuarias del Tricolor Fashion, éste se convirtió casi que en uniforme en las movilizaciones opositoras. Pero la cosa llegó a mayores: se han organizado algunos desfiles de moda, en caros hoteles, con variaciones sobre el tricolor en vestidos de noche. Efectivamente la bandera se hizo fashion.
Pero, al lado y en circunstancias diferentes de las bailoterapias en que pronto se convirtieron las movilizaciones de la oposición, aparecieron otros atuendos, estos sí uniformes de combate, nada que ver con la coquetería: a sus usuarias las llamo las Facho Fashion, por la obvia asociación de esas franelas y pantalones negros, con las camisas pardas de los nazis y fascistas italianos. Son esas mujeres, al principio familiares de militares o empresarios opositores, luego karatecas dispuestas a enfrentarse a soldaditos, actrices desconocidas de telenovelas de presuntos violadores, recias cuaimas dispuestas a herir con el filo metálico adozado en la punta de las astas de sus banderitas, escuadrón de rostros fieros en cualquier foro, dispuestas a la acción directa, en células semiclandestinas. En fin: semilla de un partido neofascista en Venezuela.
Por supuesto, me quedo con las Tricolor Fashion.
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