El quiebre moral y político

Recordemos una afirmación de Bolívar (cosa que no me gusta, por aquello de la descontextualización y del culto del personaje; pero a veces es refrescante). Dice así: "Es la superioridad de la fuerza moral, la que inclina para sí la balanza política". Como de todas las sentencias fuera de contexto, le caben múltiples interpretaciones. Por lo menos dos son interesantes en el presente contexto. Presumo que Bolívar se refiere a la importancia del ánimo y la entereza de una fuerza política que está comprometida con una lucha difícil. Igualmente, como sus maestros ilustrados (Rousseau, Montesquieu), el Libertador concibe una relación muy estrecha entre la ética y la política, cosa que Maquiavelo y un largo etcétera pondrían en discusión. En efecto, entre la total independencia maquiavélica entre la moral y la política, y una política centrada en los mandamientos de alguna religión revelada (sea la Shariá islámica, sean los mandatos de amor de Jesús o los mandamientos de Moisés), hay una gran variedad de matices: que si el político debe ser responsable (Weber), que sí hay una compleja (en el doble sentido de complicada y enmarañada) relación entre los dos términos (Morin), incluso la identidad de la virtud individual y la colectiva, expuesta y defendida desde Sócrates, Platón, Aristóteles y otros filósofos más.

Me interesa en este momento explorar esa relación política/moral cuando ésta última falla y, en consecuencia, la primera se hace aborrecible. Es posible, como dijo Lord Ashton, que haya una relación entre un absoluto éxito político, el cual se vería reflejado en la obtención de un poder absoluto, y la corrupción y decadencia de un proyecto político. Así mismo, las derrotas, sobre todo cuando son tan enfáticas que lanzan a la opción vencida al basurero de la historia (me refiero, por ejemplo, a los cátaros, o a los guerrilleros latinoamericanos de los sesenta), pueden tener repercusiones graves en la moral de los seguidores de un movimiento político. Al parecer, tanto la excesiva victoria como la triste capitulación, llevan al quiebre moral. Esto no es una ley. Hay fuerzas políticas que han sufrido repetidas derrotas y se recuperan, se repliegan, acumulan fuerzas y, de pronto, allí están, en la pelea. Las heridas de la derrota pueden conducir igual, tanto a un fortalecimiento, como a una degeneración. Este último caso se puede ver, por ejemplo, en la historia de los sandinistas en Nicaragua.

Cuántos fracasos, muertes, decepciones, fracturas internas, prisioneros, torturas, debieron sufrir los sandinistas desde la fundación del FSLN en 1962, hasta lograr derrotar una de las más sanguinarias dictaduras de la historia latinoamericana en 1979. Y aún, desde antes, desde el asesinato vil, porque fue una trampa, de su inspirador histórico, Augusto César Sandino, quien logró una victoria militar y política frente a los marines norteamericanos que habían invadido su Patria, dirigiendo un ejército de obreros y campesinos. El triunfo de la revolución sandinista aquel 19 de julio de 1979 fue también el sello de una reconciliación de tres tendencias, en las que se dividió dolorosamente el FSLN, por diferencias estratégicas: una, la Guerra Popular Prolongada (Tomás Borge, Henry Ruiz y Bayardo Arce), orientada hacia la organización de un ejército campesino a partir de guerrillas que rodearían a las ciudades hasta que estas cayeran; otra, la Proletaria (Jaime Wheelock, Luís Carrrión y Carlos Núñez), que pretendió ganarse en las ciudades los sectores obreros y estudiantiles que, desde hacía tiempo, constituían los factores más activos en la oposición al somocismo. La tercera (Daniel y Humberto Ortega y Víctor Tirado), la llamada "tercerista", buscaba complementar la lucha armada con una política amplia, de agrupamiento de sectores tradicionales de la oposición a la dictadura, así como a alianzas internacionales con la socialdemocracia.

Los sacrificios durante la guerra de liberación se continuaron con la guerra de los "contras", respaldada por los Estados Unidos, desde 1979 hasta 1990, fecha en que los sandinistas perdieron las elecciones por el cansancio y el quiebre de aquella dura lucha que diezmó gran parte de la juventud nicaragüense. Respetando la constitución y los compromisos políticos adquiridos en la lucha, el FSLN entregó la Presidencia de la República nica a un sector tradicional de la oposición, no sin llegar a acuerdos de "transición" importantes, que preservaban, entre otras cosas, posiciones decisivas en las Fuerzas Armadas. Pero esa derrota política, después de diez años de sinsabores, tratando de cumplir las promesas con su pueblo en medio de una sangrienta y destructiva guerra, tuvieron su efecto en la moral de la vanguardia de los nicaragüenses. Justo antes de la transición, se aprobó la llamada "Ley Piñata", por la cual propiedades confiscadas a Somoza (quien había convertido el país en su hacienda privada), pasaron a manos privadas, en las personas de varios dirigentes sandinistas y familiares.

El impacto político y moral, más que de la derrota electoral, de aquella rebatiña de real y propiedades, fue tremendo en el FSLN. No solo dio lugar a una división de la organización (surge el Movimiento de Renovación Sandinista), sino también a un proceso de degeneración autoritaria y patrimonialista (término de los politólogos para referirse a convertir la propiedad pública en privada de los que mandan, o sea, una galopante corrupción), por la cual la vanguardia no pudo discutir democráticamente sus diferencias, se dispersaron los reconocidos nueve comandantes de aquella dirección colectiva que fue ejemplo para toda la izquierda mundial y Daniel Ortega devino en un dictador esperpéntico, copia degenerada de Somoza, con todo y nepotismo, con el agregado grotesco y evidentemente perverso de la Chayo Murillo, una poeta mediocre que, al parecer, obtuvo su ventaja de la defensa a su macho, frente a las denuncias de abuso sexual de su propia hija por parte del nuevo sátrapa.

¿Y los nueve comandantes? Víctor Tirado López, uno de los fundadores del FSLN, el más viejo, luego de la aprobación de la "piñata" afirmó "la revolución sandinista, ética y transparente, duró desde 1963 hasta 1994, y finalmente, terminó". Otro pensamiento de Tirado fue: "el ciclo de las luchas guerrilleras revolucionarias se ha cerrado definitivamente en América Latina". Cuestionó duramente a Daniel Ortega, pero, víctima de demencia senil, según su hijo, fue manipulado para aparecer en público junto a la pareja perversa en 2018. Jaime Wheelock, por su parte, dijo, a raíz de las protestas masivas de 2018, que "una de las opciones que tiene Daniel Ortega es renunciar y actuar como estadista y no destrozar al país, después de esos 500 muertos". Su ONG (IPADE) fue disuelta por el gobierno. Luís Carrión, al saber que tenía una orden de captura, decidió marchar al exilio para "continuar la lucha por la democracia en Nicaragua y por la libertad de los presos políticos" y contra "la dictadura que es la desnaturalización de la revolución". Henry Ruiz expresó que el gobierno de Ortega "es la antítesis más horrible de la revolución de la cual formé ´parte". Además, "la revolución era para acabar con el somocismo, pero fuimos condescendientes con la corrupción del gobierno. Sobre el modelo del somocismo se montó el orteguismo". Junto a Sergio Ramírez y la comandante Dora María Téllez, Ruiz encabezó el Movimiento de Renovación Sandinista. Tomás Borge murió en 2012, siendo columnista de varios diarios mexicanos, ocasional crítico de Ortega, y Carlos Núñez falleció ese mismo año.

Una excepción a la línea de dignidad de los comandantes mencionados, fue Bayardo Arce, actual asesor económica de Ortega. Se quedó con el patrimonio del FSLN a raíz de la "piñata", unas 44 empresas que quedaron en manos de familiares del déspota y su ayudante. Es señalado de muchas violaciones de los derechos humanos cometidas por órdenes del déspota y su mujer. Dirige la empresa editorial que produce el Diario oficial del FSLN "Barricada", pero también ha sido presidente de Radio Sandino.

No hay nada que rechace más un autócrata y su sistema de corrupción sistemática, que confunde a propósito los bienes de la Nación con los de su familia, amigotes y personales, que el juego de mutuos controles entre los Poderes Públicos, la libertad de expresión con su exigencia de justificación pública de todas las acciones del poder, el derecho de asociación y movilización que garantiza la expresión del pueblo frente a los déspotas, todo propio de las democracias. Ceder ante la corrupción, permitirla para poder controlar a los cercanos con sucesivos chantajes, favorecerla, llevando a cargos de gran poder a sus más evidentes promotores (como se hizo con Tarek El Aissami), favoreciendo a familiares (la familia Chávez en Barinas, por ejemplo), ya es garantía de descomposición. Igual, mentir sin pestañear, ejercer el descaro como esos funcionarios que invitan a la buhonería a nuestros maestros, o que anuncian que "ahora sí" van todas las promesas que una vez algo recordado como "chavismo" hizo. Claro, todos esos desmanes, violaciones de derechos humanos y a la Constitución (ya borrada de hecho por el tejido de leyes inconstitucionales que el régimen ha aprobado), se completa con claras actitudes delincuenciales, de la cultura de la delincuencia organizada, como podría ser el asalto de una embajada.

En ese contexto de podredumbre, arbitrariedad, ridiculez, descaro, es tan solo una guinda, un detalle, ese gesto de Ayatolá protector de la moral y las buenas costumbres, y de cosas como el respeto a las mujeres (que viola todos los días, en la persona de adolescentes presas o las madres de los presos políticos), que acaba de hacer Maduro, al tachar la canción del grupo "Rawayana". Claro, es tan solo una distracción, una payasada más, algo para desviar la atención. Pobrecita la palabra "respeto" en los labios de ese tipo.



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Jesús Puerta


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