Hablar de Teresa es vivir un poco esas circunstancias que nos alejan de nuestras raíces; la obligación de enfrentar procesos irreversibles y una búsqueda permanente de aquello que amamos con toda el alma hasta que la madurez nos permite transmutar la sorpresa en rabia.
Ella vive en Hamburgo hace más de una década. Está allí, pero su alma divaga en Catia, Pro Patria, 23 de Enero y San José. Una fractura y la esperanza de un buen tratamiento la llevaron a orillas del río Alster. Hamburgo no ha podido borrar el amor por su tierra; aún resuena en su cabeza una Alma Llanera, la salsa del barrio y el transito caraqueño. Se casó en Hamburgo, Teresa, y no recuerda la fecha; hoy tampoco hace el esfuerzo para hurgar en la memoria ese evento. El desamor le ganó una apuesta y el temor le eleva la incertidumbre de aquello tan repetido: “Hasta que la muerte nos separe”. Hoy se ríe con dolor de las frases eternas, mientras su esposo, orgulloso alemán, entra y sale de casa como un perfecto desconocido
Tuvo un hijo en Hamburgo, Teresa. Le puso Simón por El Libertador y Ernesto por el Guerrillero Heroico. Ha sido su cómplice y alumno de una cultura que no olvida. Le recuerda su origen materno desde que lo tenía en los brazos. La cultura no se negocia y Teresa lo asume con encono. Este fue el origen de su desamor. El alemán, otrora su sueño, desdeña las virtudes latinas y los ancestros de Teresa le revolvieron la rebeldía. No pudo integrarse ante quienes no la integraban; no pudo asumir la esclavitud cultural ante comentarios y actitudes de superioridad que no concebía. Se escapó alguna vez al Bronx de Hamburgo, para sentarse a saborear una cerveza y a visualizar aquellas pieles africanas, latinas, morenas que desfilan su prisión en ese ghetto. De alguna manera, esas incursiones, compensaban su soledad y le imprimían valentía a su propósito de enfrentar una sociedad con bastardas diferencias.
Su rostro refleja una dolorosa dulzura que contrasta con esa energía de acento caribeño en medio de los golpes del idioma alemán. En Puerto Rico fue el accidente que pudo haberla dejado inválida. De allí esa mezcla rara que la convierte en un ser único. Joropo y Salsa, frasean en sus conversaciones vecinales y se percibe el rechazo velado de quienes siguen sin aceptar que otras razas se pasean por el mundo. Simón Ernesto suelta un “¡coño!” ocasional; extraño elemento expresivo inmerso en el idioma teutón. Teresa sonríe ante tal irreverencia. Pues es la irreverencia su arma fuerte ante la intolerancia.
Cuando ganó Chávez en Venezuela, dejó escapar un grito de alegría – “Este si el es el hombre ¡Carajo!” -. Fiel a su radiecito en la cocina, Teresa es una enemiga contumaz de los adelantos tecnológicos. Pero, de alguna manera habría de obtener información. El internet le sirvió de vehículo y fue coleccionando artículos de rebelión, antiescualidos, hasta convertirse en adicta de aporrea. Tres, cuatro veces al día allí, investigando, leyendo, imprimiendo artículos, para luego leerlos en voz alta camino al trabajo y provocando a propósito los comentarios adversos. Chávez despertó aún más su ilusión por la patria lejana. Hamburgo, con su belleza y poder, terminó de enterrarse y… la brecha con su entorno se hizo abismal.
Teresa lloró el Golpe de Abril y Hamburgo se puso más triste. El 13 de Abril, lloró nuevamente; esta vez no había tristeza; la emoción cambió el gris de Hamburgo. Adorno la cartelera del condominio con fotos y afiches del Comandante. Simón Ernesto, orgulloso habló de Chávez en un colegio que está a ocho mil kilómetros de Venezuela. Sin embargo, los medios no solo conspiran en este país. El zambo que está en Miraflores, por partida doble es enemigo de la raza superior. Por zambo, por su inclinación a defender el orgullo latino y por no permitir que la oligarquía siga sembrando su iniquidad, es el blanco de los medios privados y sus conexiones mediáticas en el exterior. A Teresa esto le importa un coño – “¡Viva Chávez!” – repite una y otra vez ante el disgusto de su marido y… la brecha, ciertamente, ya no se cerrará.
Teresa pidió el divorcio, pero no contaba con las leyes alemanas. Se le concedería el divorcio, pero jamás podría sacar a Simón Ernesto de Alemania sin el permiso del padre o del estado. Solo podría hacerlo si obtenía la ciudadanía alemana. Las leyes no conceden tregua al derecho natural de una madre. Puedes ser madre, pero nunca dueño de la nacionalidad impuesta por un estado. A Teresa no le quedó más remedio que poner en la balanza su amor por Simón Ernesto y el derecho a ser venezolana. Su cultura, sus raíces, su historia estaba en riesgo; pero, Simón Ernesto era suyo y no del estado alemán. Solicitó la nacionalidad alemana que pronto fue concedida. Pero, nuevamente las leyes son inconmovibles ante el derecho de criar a su hijo. Un día la citaron del consulado venezolano. Teresa no entendía por que la habían citado. Cuando acudió al consulado en Hamburgo, un funcionario frío y distante, la puso a elegir - “O renuncias a la ciudadanía alemana o revocamos tu nacionalidad venezolana” - Teresa no entendía que estaba pasando – “¿Por qué?” – dijo. “Venezuela no tiene tratado de doble nacionalidad con Alemania” – respondió tajante el funcionario. Otra vez a elegir; Simón Ernesto o Venezuela. No había nada que hacer. El funcionario extendió mil papeles en el escritorio. “Firme aquí, aquí, aquí, aquí y aquí… también aquí”. Teresa perpleja firmando. “Entrégueme su cédula, su pasaporte y su licencia de conducir” Solo faltaba que le pidiera su dignidad, mientras la secretaria del funcionario la observaba con arrechera. Teresa tragando grueso y una lágrima que no se atrevía a salir. Todos y cada uno de sus papeles fueron destruidos en su presencia. Un hueco aquí, otro allá y finalmente varios sellos que la convertían en solo ciudadana alemana de golpe y porrazo.
Teresa empeoró de su fractura en la columna. Dijo algún médico que era algo psicosomático – “¿Y quién carajo no se va psicosear cuando te quitan tu nacionalidad de un solo coñazo?" – dijo Teresa angustiada – “Hoy puedo visitar a mi país solo en calidad de extranjera” –.
Han pasado tres meses y Teresa riega sus flores en el balcón con la melancolía a cuestas. El dolor ha estado pasando, pero la depresión aún se niega a abandonarla. La mantiene viva su energía y esa dignidad a toda prueba. Recita a Lorca y olvida su pena en medio de artículos de rebelión y aporrea. Frente a su balcón está el Puerto de Hamburgo; Simón Ernesto de vacaciones con una amiga africana y un grito que despega desde su estómago, sorprende a esa raza ajena - “¡VIVA CHAVEZ, CARAJO!” – y el eco que rebota en un barco llamado Esperanza.
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