El exilio cubano está de fiesta. Celia Cruz ha muerto y la oportunidad la pintan calva. En Miami se dieron cita lo más granado de la gusanera anti-castrista. Alberto Cutie o “El Padre Alberto”, como quieran llamarlo, se robó el show de este sainete religioso. Convirtió el entierro en jolgorio anticomunista y ¿La Iglesia? Bien, gracias.
Como buenos anfitriones, miembros de la High Society artística latina “mayamera”, la pareja Estefan conformada por Gloria, crossover latina, y su tímido esposo y representante y presidente de Sony Latin, el mafioso Emilio, le pusieron en bandeja de plata al Padre Alberto la oportunidad de recrear su verbo coloquial en contra del gobierno de Fidel Castro; excomulgado enemigo de esa iglesia furibunda pro-gringa que hoy dirige tan connotado prelado. Peinado a la moda para esta ocasión y con una pintoresca sotana de color naranja brillante, dirigió el último concierto de Celia Cruz en los predios gusanos. Incluso, se permitió invitar a un amigo pastor presbiteriano que no dudó en hablar del exilio, del tirano y de esa Celia que, según sus palabras, “nunca salió de Cuba… Se trajo a Cuba con su canto”; dos milagros consecutivos, si tomamos en cuenta que dos iglesias antagónicas se unieron en una noche fulgurante y, encima, el caimán caribeño fue mudado y no existe en el nuevo mapa mental de los exiliados.
Celia Cruz cantaba extraordinariamente. Negarlo es una estupidez mayúscula. Más de un lector, ahora mismo, estará rememorando más de un baile “apretaíto” y guapachoso que culminaría en la cama de un hotel o en la cama matrimonial. Tenía una voz inimitable y un don escénico que pocos artistas pueden emular. Si era o no, una militante anticomunista o con una clara inclinación anti-castrista, no es un tema que deba explotarse sin empañar nuestra inclinación hacia la artista recién malograda. El exilio instalado en Miami, convirtió el fallecimiento de una estupenda artista en un vomitivo acto de proselitismo político. Los medios no se quedaron atrás y Telemundo se adjudicó una interminable transmisión con un par de sujetos, torpes relatores de una “premiere” que no paraba de atizar el fuego por la negación legítima del gobierno cubano, a permitir la entrada del cadáver a la isla. A nadie debe extrañarle esta negativa del gobierno cubano. Pero, la mesa estaba servida para reforzar el tema del comunismo y otras pendejadas que mantienen a esta colonia cubana en pie de guerra desde la década del sesenta.
El Padre Alberto, fiel exponente de esa iglesia retrógrada, tenía bien programado su espectáculo. Colocar a Carlos Vives y a Willie Chirinos, sobre todo este último balsero, cuando en las rogativas alza su voz por “La Libertad de Cuba y el pronto regreso de los exiliados a su tierra”, irónicamente choca contra los casi cuarenta y cinco años de una revolución que ha salido fortalecida de cuanta agresión inimaginable le ha impuesto el imperio. Chirinos, libreto en mano interpuesto por el Padre Alberto, sigue repitiendo la misma vaina que mantiene en vilo a una comunidad que hoy mangonea con el spanglihs en sus nuevas generaciones. No había y se convertiría en persona non grata de haber estado allí, ningún cubano perteneciente a esas organizaciones que hoy luchan por acabar con el soez bloqueo impuesto a la isla caribeña y la integración de este pueblo separado por la propaganda imperialista. Recordé sin querer, a esta oposición virulenta enquistada en Venezuela, que repite la sucia campaña de descrédito a la dignidad latinoamericana y que reitera la promesa de “pasar unas navidades sin Chávez”, cuando saben muy bien que eso no es verdad.
Para coronar el evento de marras, el Padre Alberto presentó a todos los presentes y a los manipulados televidentes, al Secretario de Vivienda Mel Rodríguez; por supuesto cubano y empleado de la administración Bush y emisario del “dolor WASP” que se bate en campaña pre-electoral, aprovechando cualquier oportunidad para ganarse el voto latino. La urna de Celia Cruz y su cuerpo, vehículo de inducción para lograr una imagen de reafirmación a los intereses de la reacción gusana.
No puedo culminar sin señalar a un Pedro Knigth sumamente agotado por este obligado periplo reaccionario de los restos de su mujer. A duras penas podía levantarse y sentarse ante el protocolo de una misa convertida en show anticastrista. Pero ¿Qué podía hacer? ¿Rebelarse? ¿Mandar al carajo al Padre Alberto y a la corte de masoquistas anticomunistas sin recibir la reprimenda de esta mafia enquistada en Miami? El Padre Alberto estaba ejerciendo su papel de dirigente activo de la conspiración; ejercido, por cierto, desde el púlpito de una iglesia que obedece más a intereses imperiales que al poder del Papa. Pedro no es pendejo y tuvo que salir del anonimato, obligado por la familia Stefan, cuando suponemos quería descansar de tanto viaje al lado de un cuerpo que no acababan de enterrar. Haber sido el esposo y representante de la Guarachera de América, le impondría una sonrisa ante el actor católico. Ese Padre Alberto, experto en el arte de acariciar un féretro, echar un chiste de mal gusto, hablar del amor al prójimo y excomulgar a los comunistas caribeños sin confesión ni penitencia… ¡Cosa más grande, Caballero…!
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