Desde la ignorancia capitalista se mira al cooperativismo con prejuicios y desprecio. Se le considera una práctica económica marginal y para “marginales”. No se le percibe como “amenaza” a la hegemonía capitalista ni como alternativa económica viable. Otros, no tan ignorantes o tan prejuiciados, a lo sumo lo perciben como una forma de economía “alternativa”, entendiendo por alternativo, aquello que es viable pero incapaz de competir con “la verdadera Economía”. En el caso venezolano, los más irracionales se oponen al cooperativismo por una sencilla razón: –que es la misma por la que se oponen a todas las cosas buenas que están ocurriendo en este país– las cooperativas están siendo impulsadas, ampliamente, por el gobierno del presidente Chávez.
No obstante, hay quienes consideramos que el cooperativismo no es una forma de economía marginal ni alternativa, sino que, por el contrario, es la verdadera alternativa a la Economía. Y cuando decimos Economía, con mayúscula, obviamente nos estamos refiriendo al capitalismo y a todo sistema de producción, distribución y consumo basado en el lucro y el dinero. He allí la diferencia fundamental entre cooperativismo y capitalismo: El capitalismo tiene por centro el dinero, que le es indispensable como principio y como fin. El cooperativismo, en cambio, tiene por principio el trabajo y el bienestar humano como fin. Aun cuando se dice que el cooperativismo no posee fines de lucro –lo que ha dado lugar a muchas confusiones– comparte con el capitalismo el hecho de que ambos sistemas procuran la generación de riqueza; pero esto no significa, como lo entiende generalmente el capitalista, la intención de hacerse rico. Para el cooperativista, esa lógica resulta absurda, porque el cooperativismo no explota a nadie, no es especulador ni practica la usura. Pero, sobretodo, porque es consciente de que en un planeta con recursos finitos, la riqueza excesiva de un solo individuo está inevitablemente relacionada con la escasez y la pobreza de muchos.
Una empresa capitalista se puede crear si hay capital (dinero) y su objeto último es generar ganancias (dinero). El trabajo y todos los procesos intermedios son simplemente los mecanismos para la reproducción del dinero. Una empresa cooperativa, por el contrario, requiere del dinero tan solo como un medio porque todavía no puede prescindir de él, pero nace y se mantiene si hay vocación de servicio (trabajo), vocación democrática, solidaridad y deseo de justicia por parte de sus miembros.
La mayor aberración del pensamiento capitalista ha sido confundir bienestar con dinero. A menudo escuchamos, desde la lógica capitalista, que hay gente floja o pobre porque no quiere trabajar; pero la verdad es que la mayoría de los pobres y los despiertos lo que no quieren es seguir siendo explotados para hacer rico al patrón a cambio de un miserable sueldo. El cooperativismo es la economía del futuro porque le devuelve al dinero su condición original de medio –no de fin– y le devuelve al trabajo su espíritu de servicio dignificador del ser humano.
Si algún día desapareciera el dinero o repentinamente perdiera su valor, el sistema capitalista colapsaría de inmediato y la economía mundial se vendría abajo –hay quienes sostienen que esto es inminente o que de algún modo ya está ocurriendo–; pero si eso llega o termina de ocurrir, el sistema cooperativista no colapsaría por ello. En un mundo sin dinero, el cooperativismo subsistiría porque la cooperación, el apoyo mutuo, la libertad, el trabajo, la solidaridad, la autonomía, la equidad, la igualdad, la democracia participativa, la educación, la honestidad, la transparencia, la responsabilidad social y el compromiso comunitario, son valores y principios universales del cooperativismo que nada tienen que ver con el dinero. O como diría Facundo Cabral con menos palabras: “Solamente lo barato se compra con el dinero”.
Esta nota ha sido leída aproximadamente 12914 veces.