Después de cuatro horas durmiendo, nadie puede pararse con ganas de hacer un coño. Pero, mi hijo tiene que sacarse la cédula y este requisito es uno de los exigidos para su ingreso en sexto grado. Así que, a las cinco de la mañana y con un café que aborte la arrechera de un descanso interruptus a jurus, veo a mi hijo acicalándose para una foto que va a ser tomada tres o cuatro horas después y le digo jodiendo – “Recuerda que esta foto es para que la enseñes durante diez años… ¿Cómo vas a poner la cara?” – El sonríe por que sabe de las jodiendas paternales y de esa manía que tengo de burlarme de cuanto pendejo se me atraviese en la calle, sobre todo si habla mal de gobierno. Trata de escapar a mi broma, me quita la taza y corre a la cocina a llenarla de nuevo. Imagino que esta echadera de vaina a las cinco de la mañana, es una mamadera de gallo inaceptable. Pero, no soy bueno para desistir y lo persigo a la cocina para hacerle la misma pregunta. Con esos ojos tristones que tanto quiero y el pelo engominado al estilo cepillo, no le queda más remedio que hacerme una mueca y echarse a reír con desenfado.
Llegamos a la DIEX en Cagua a las cinco y cuarto. Hay días en que le miento la madre a la gente tempranera. Viene uno por el camino haciendo elucubraciones y apostando a ser el primero en la cola. Pienso en el frío, en la oscuridad, en la falta de algún autobús, en la pegadita de sábanas que retrasaría a más de un ciudadano que tenga el mismo plan de sacarse la cédula y me encuentro con una cola cabrona de cincuenta y cuatro personas, nosotros seríamos los del cincuenta y cinco, enumeración que luego pude saber por un carajo espontáneo que me dijo – “Dígame el nombre, para que no nos jodan los coliaos que llegan tarde…” – Así se organiza mi gente para evitar a los vivianes y de este tipo de situaciones solo se salvan los que le pagan a un tipo que, a su vez, tiene conexiones con otros tipos en la oficina de la DIEX. Lo había presenciado hace dos años y me extrañó que hoy no estuviera ocurriendo. Me aclaró el mismo recolector de números, que se había presentado un peo recientemente y de vaina no lincharon a uno que se dedicaba a este tipo de actividades. No es para menos. Las dos catiritas que están en los primeros puestos, llegaron a las cuatro de la mañana. Me pongo en su lugar y si un coñísimo de su madre llega a las siete de la mañana y le sacan la foto primero que yo ¡Nojoda! Allí mismo se acaba la cedulación.
Pasa la primera media hora y el silencio solo es interrumpido por el anotador oficial, algunos bostezos y el murmullo de algunos madrugadores. Con los primeros rayos solares, puedo entender por que en las cédulas tenemos cara de delincuentes. No he visto hasta el sol de hoy la primera cédula en la que una persona salga bien. Despeinados, amargados, trasnochados, lagañosos, ojerosos, ni a coñazo un leve parecido a fotos de estudio. Créanme que esto ha incidido en más de una redada. Más de un policía ha tomado más en cuenta la cara de subversivo, ladrón o asesino de la foto que al tipo que tienen en frente.
Seis treinta de la mañana y una señora que me ha tentado con su conversación, logra tomar mi atención. Está con su hija, quien saca lápiz labial, sombras, polvorete, espejo, cepillo para cejas, todo un mini salón de belleza que aún no sé como entró en su bolso. Es un misterio aún no revelado por el hombre, como una mujer puede cargar tanta vaina en una cartera. Justificando este laborioso intento por joder al fotógrafo de la Disip, me dice la madre - “Ella es muy coqueta y me dice que quiere salir bella” – Vano intento a mi modo de ver, pero guardo silencio. Le regalo una sonrisa cómplice a mi hijo y se oculta en mi espalda. “Hasta los zapatos nuevos se puso” – No puedo evitar una mueca burlona y responder que solo le toman fotos a la cara. El acento es gocho, pero la “z” de zapatos salió con un claro matiz español y le pregunto por su lugar de nacimiento. “San Cristóbal, pero también soy de nacionalidad española… Mi esposo, me estoy divorciando – aclara - es catalán” Me sorprende, prueba en mano, con el pasaporte de la comunidad europea y, temiendo lo peor, se lanza con el tema político. “Esto no pasa en España… Allí se hace una cola pequeñita y te atienden a las mil maravillas” – Casi le pregunto si le dan chocolate con churros mientras esperan por la foto, pero no quiero peos. “Soy licenciada en educación preescolar y trabajé duro cuando llegué a España. Ganaba sesenta mil pesetas mensuales limpiando una casa de cuatro pisos. Me casé y me dieron la nacionalidad… Desde que está Chávez en el gobierno, nos ven mal… a los venezolanos… y tengo que estar aclarando a cada rato que soy española…” – Me voy encendiendo y me conozco. Calma y paciencia, amigo Solín (recordando a Kalimán, el hombre increíble). “Pero quiero a esta tierra y que le voy a hacer… Vine de vacaciones a visitar a mi hija. Ella es ingeniero y no pudo hacer el postgrado allá… Son muy estrictos y le piden la reválida. Aquí entre nos – susurra – No me acostumbro a este alboroto con el Chávez ese… Si no fuera por que mi hija tiene que hacer ese bendito postgrado…” – No aguanto más y se me sale un –“¡Disculpe, señora! Soy hijo de gallego; no he visitado España jamás. Pero a mi hermana que si es española de nacimiento, pero tiene el acento venezolanito, en un viaje de vacaciones que hizo con su esposo, no la quisieron atender en un restaurante por que era “sudaca”… A mi viejo que llegó a Venezuela en el 52, lo ven como un intruso en su pueblo cuando lo visita ¿De que España me está hablando? ¿La que la adoptó por haberse casado con un catalán o la que la puso a limpiar cuatro pisos por sesenta mil pesetas?” – Pelón de ojos, espanto, acaba de ver a un chavista trasnochado en frente. “Le voy a decir algo señora. Chávez no es el problema de ustedes. El problema es que ustedes tienen colonizada el alma. Prefieren ser sirvientes en España, Estados Unidos o cualquier país del primer mundo a servir, en su caso, en una escuela bolivariana… ¡No me joda!” – Mi hijo sabe de mis arranques y me aprieta la mano esbozando una sonrisa de orgullo. Es hora de subir a sacarle la cédula y no creo que la gocha española tenga ganas de responder a mi arrechera.
Dos horas después, mi hijo ya es un número más en las estadísticas de este país. Vamos a casa y recordando con calma esta basura mental que a algunos les borra el país de la memoria, le dije – “Recuerda siempre que todos somos iguales. Negros, blancos, indios, españoles, venezolanos, brasileros… todos somos iguales. No hay nada peor que un pendejo que abandone su cultura y encima reniegue de ella creyendo que hay razas superiores o culturas superiores. Terminan siendo esclavos de sus ideas. Nunca olvides eso… ven dame un abrazo y un beso” – No se si me entendió. Pero, hoy aprendí una vaina muy importante. Tenemos que empezar desde abajo. Tenemos que empezar con nuestros hijos. Ellos están expuestos al mercado, a la pública y permitida publicidad de los medios, a la nociva manipulación racista y a esa corriente eléctrica que nos separa en clases, razas y culturas que termina irrespetando al ser humano. Empecemos por ellos.