Una tarde como cualquier otra en un lugar para la renovación de
fuerzas y la correspondiente habladera de césped. Compartiendo conmigo, tres
jóvenes (entre los treinta y cuarenta) profesores de especialidades
distintas. En el lugar, -como pareciera que tiene que ser para no
desentonar- estaba el televisor sintonizando unos de los canales de marras.
En este caso el más de marras de todos: Globovisión.
En la pantalla una noticias narradas por un locutor de nombre
Alejandro Marcano, al pie de cuya imagen absolutamente elegante e impoluta,
se anuncia el lugar donde lo visten, la boutique que le pone la corbata, el
sastre que le confecciona las camisas y las corbatas y unas cuantas cosas
más. Todas ellas, -según creo- desentonando como baile real en alpargatas,
mientras pasaba de una noticia catastrófica a otra deprimente y pasando de
allí, por supuesto, a otra horrorosa y deprimente.
De pronto, con una sonrisa que ya envidiaría la obra maestra del
maestro Da Vinci, sin anestesia y de un solo mamonazo, nos sentimos
asaltados, -todos- por una música propia de fin de mundo, capaz de levantar
de su tumba a un muerto, para pasar a las gravísimas acciones de asalto y
violación de los derechos humanos de niños, mujeres, viejitos y demás
imágenes literarias evocadoras de debilidad e indefensión, ejecutada por los
militares del régimen y la guardia nacional, aquella que dice…y que el honor
es su divisa (locutor dixi).
Las imágenes, -como dice el Presidente de la República- “por
Dios y mi madre santa”, mostraban una gente entrando con niños en los brazos
en unos automóviles de los que yo no tengo, supongo del humo de la
lacrimógenas, y a renglón seguido: unas víctimas, -en este caso hombres
adultos, mayores y pesaditos- quemando una barricada de cauchos, (para
espantar los mosquitos, según decía mi abuelita), tirando piedras de regular
tamaño hacia los agresores del régimen, en tanto que otros inventaban (yo al
menos no conocía la técnica) una nueva forma de ataque a distancia: Se toma
un cohete, de esos que se tiran en las fiestas patronales con su palito
largo para que lleguen bien alto y explosionen a la debida distancia, pero
en este caso se coloca la parte superior en una especie de gancho de ropa
–para no quemarse, ¡vamos a dejarnos de vainas!- mientras con la otra mano,
-al estilo de Guillermo Tell- se apunta hacia el objetivo. Un segundo
“compañero” una vez verificado el blanco, -en este caso no el blanco sino el
verde del uniforme del agresor del régimen- prende fuego a la mecha y…
¡¡¡¡zuás!!! ¡blanco fijo!.
Bien, cuando pude oír el nombre del lugar de la agresión del
rrrréegimen donde se realizaba semejante masacre, supe que era una urbanización llamada Los Semerucos.
Como he leído de primera mano que esa urbanización es
propiedad de una empresa que llaman PDVSA y que ésta destina a sus empleados
como parte de una contraprestación, y he sabido, -porque he vivido en este
país los últimos sesenta años- que si yo abandono un trabajo me botan y si
me llevo una grapadora me mandan preso…¡porque no es mía!, no pude contener
la indignación contra mi mismo, por no ser tan “valiente” como estos
semerucanos. Estos señores, que yo sepa, están ocupando una propiedad que no
es suya, en tanto que yo, después de treinta años de servicios a una
institución compré de contado con el valor de todas mis prestaciones
sociales un apartamento. Tuve la “buenísima” idea de “creer” en una cuña de
esas que pasa el mismo Globovisión, en este caso de Banesco y se me ocurrió
construir una Biblioteca en el pedazo de terraza que tenía al descubierto.
No por un lujo sino porque es lo único que tengo: libros, cuadros, matas y
años.
Recibí un crédito al 30% de interés por 30 millones (costo de la
obra). Por no se cuales milagros financieros, nunca dejé de pagar el monto
que se me impuso como cuota, y cuatros años después le debo al solidario
Banesco 120 millones y, para evitar la guerra psicológica de los abogados de
la benefactora firma, entregué (entérense bien señores de los Semerucos), el
apartamento y no se enteró nadie, estoy pagando alquiler bien alto, he
trabajado toda mi vida y estudiado casi toda ella, y me fui sin quemar más
que un cigarrillo, porque empecé a fumar de nuevo de pura arre…. atendiendo
a una conminación (así creo que lo llaman) del Señor Juan Carlos Escotet,
dueño del benefactor Banesco. (Para mis amigos he iniciado juicio del
señorito Escotet, porque es bueno cilantro pero no tanto), pero…que vaina
¿Dónde estaba Globovisión?.
Hasta aquí todo está dentro de lo normal en este país
controlado, esclavizado y arrodillado por el dictador, asesino y delincuente
de Miraflores. ¿No les parece?. Lo que rebasa mi capacidad de tolerancia no
es lo que han hecho conmigo, o todos los epítetos que emplean para referirse
a un Presidente que no actúa con alguito del dictador que proclaman y saca a
estos invasores de viviendas ajenas. ¡No! Estoy escribiendo esto porque
tengo la absoluta seguridad de que el Señor Ravell y sus sicarios a sueldo
(con título de periodistas), creen que todos los venezolanos somos unos
soberanos pendejos, y si lo dudan vean:
A renglón seguido, sin solución de continuidad, sin el menor
temor del exabrupto, comenzaron a pasar un programa denunciando las
expropiaciones comunistas y las invasiones autorizadas por el régimen, las
cuales (el periodista dixi) “sólo confirman que este es un país en manos de
la delincuencia” en tanto que las cámaras tomaban unos campesinos
VENEZOLANOS pasando unos guaralitos para señalizar las tierras que habían
recibido como parte de la política agraria del INTI, en tanto que,
(¡sujétense de algo por favor, para que no me hagan responsable de un
carajazo en la nuca cuando se caigan de cu..) estas aseveraciones del
periodista(¿?) eran debidamente reforzadas por el Dirigente Social y
Agrario: Carlos Melo, quién entre otras lindezas amenazaba a los oficiales
de la Fuerza Armada con un juicio por crímenes de “lesa humanidad”, y de
“eso no los va a salvar nadie”.
Bien, compatriotas, o estamos en el centro del mejor libreto de
humor negro que pudiese haber ideado el finado Tito Martínez del Box, o de
verdad, está gente se está pasando. Yo le ruego a Dios, por ser de
naturaleza pacífica y no haber estado animado nunca por un sentimiento
distinto al amor, añadiendo a este hecho los años que reclaman sus
impedimentos, que no terminen por colmar la paciencia de este noble y bravo
pueblo, porque están jugando una lotería fea y cada día compran más números.
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