Reflexiones del Libertador

Desde que vine al mundo no conocí la paz. A los pocos años de nacido, me apartaron de mi madre para protegerme de su tuberculosis; a los tres años quedé huérfano de padre, y cuando tenía ocho años huérfano de madre. De no haber sido por la Negra Hipólita, mi madre negra, y esto es lo que les explica mi confianza y simpatía por la gente de color, hubiese sufrido en exceso. Pero mis tíos y tutores no veían con buenos ojos que yo hiciese a una negra esclava mi madre. Trataban de imponerse y moldearme de acuerdo con severos principios, que en el fondo estaban desprovistos de amor, que es el alimento fundamental de un niño. Mi hermana María Antonia fue un ser que también me amó mucho, al igual mi tío Esteban Palacios. Pero el amor de todos ellos era insuficiente para satisfacer la necesidad de amor, seguridad y cariño que requiere un niño y que sólo un hogar bien constituido asegura. Por eso, busqué en María Teresa del Toro y Alayza, mi primera mujer y única esposa a la madre que se me fue temprano. Pero ese destino del que tanto les he hablado, como si se complaciera en atormentarme, me mató a María Teresa, de fiebre amarilla, en mi hacienda de Yare y no en San Mateo, como dicen los ignorantes.

Esteban Palacios mi tío me dijo una tarde en Madrid. –Te traigo dos grandes noticias Simón-. Tu ansiado título Conde de Casa Palacios va viento en popa. La posesión de un título Nobiliario era una de mis más caras aspiraciones y la mejor forma de borrar la lacra de Josefa Marín de Narváez, mi bisabuela. Aunque mi inmensa fortuna procedía de aquella antepasada mía, el hecho de haber sido bastarda y de la clase de color le impidió a mi padre, comprarse el título de Conde de Cocorote, no obstante haber pagado cien mil reales a los monjes de Montserrat. En aquella Caracas prejuiciado, pendiente siempre de las discriminaciones de casta, el asunto de mi bisabuela fue algo que me mortificó siempre y que más de una vez mis mejores amigos me echaron en cara en algún momento de juvenil arrebato. El título de Conde de Casa Palacios era la mejor forma de acallar maledicencias y de presentarme en la Corte como siempre lo deseé. Pero agárrate, con la segunda noticia. La Reina María Luisa, la esposa de Carlos IV, nos invita, tanto a ti como a mí, a pasarnos unos días con ella y sus hijos en el Palacio de Aranjuez. Doña María Luisa, ha tomado en sus manos el asunto de tu título. Dijo que lo haría con sumo gusto, ya que, eras la mar de simpático y bien plantado.

En Aranjuez fue que conocí a Fernando VII. Le derribé la gorra jugando a la pelota. En forma grosera, me exigió que le pidiese perdón por haberlo ofendido. De no haber sido por la Reina, que intervino a mi favor, quien sabe lo que me hubiese sucedido. Hay gente que piensa que todo aquello fue un presagio para “Narizotas” de que algún día le tumbaría la Corona. Desde aquel entonces le tomé odio y desprecio a los reyes, y en particular a los Borbones, casta venal de prostitutas y rufianes. Desde ese momento se acabaron mis veleidades nobiliarias y mi amor por la Monarquía. (Algún día, organizaré una expedición y desembarcaré en España para liberar al pueblo español de sus reyes y hechar al mar a los Borbones. Don Miguel de Unamuno años más tarde diría: ¡Que gran cosa hubiese sido que Simón Bolívar, nos libertara a nosotros los españoles!

Libertador: ¿cree usted en la democracia? La democracia es un ideal de perfección política; es quizás el sistema que hace feliz al mayor número de gentes. Pero la democracia, como el socialismo, es una etapa por la que forzosamente ha de pasar la humanidad. Si lo hace antes de tiempo, el sistema Fracasa. A la democracia se le puede perdonar su eficacia administrativa si nos provee de justicia y dignidad; pero si a la incapacidad se asocia una ausencia de las tres virtudes, la democracia no sirve. Hay que enseñarle a la gente primero a ser demócrata. De lo contrario, será caer en la anarquía y, de ella, volver a la dictadura.

Libertador, porqué, después de tener todos los ases en la mano, todo se le vino a bajo, hasta morir pobre y abandonado de todos, ocho años más tarde, cuando aquel día en que venció a San Martín estaba en el cenit de su gloria. Yo creo que todo empezó por el Perú, adonde llegué definitivamente en 1823, quedándome en ese país hasta 1826. Fue, sin duda, demasiado tiempo el que permanecí fuera, dejando la Presidencia de la República en manos de Santander, quien, sólo y de su cuenta, se fue alzando poco a poco con el santo y la limosna, hasta el extremo de quitarme el mando del ejército en vísperas de Ayacucho, cuando yo venía de vencer a los españoles en Junín. Bolívar, llegaría al Perú en donde permanecería por tres largos años. Allá su fama y su gloria llegó a la cima. Cuando se embarcó de regreso a Colombia, comenzó su trágico descenso.

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Manuel Taibo


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