La Llave

Hay un abismo frente a nosotros. Abismo de rejas que forjamos y pulimos antes que desgastarlas o intentar al menos, darles inexistencia. La llave en nuestras manos de la puerta en nuestras narices, antes que llegar a la conciencia de saber utilizarla, reñimos con ella o con el espejo antes que implementarla en su único fin: liberarnos.

Cada minuto que ofrecemos al amor lo opacamos o lo revertimos en aplausos a quienes secuestran nuestra personalidad y dignidad. Vivimos rodeados de aplausos al egoísmo. Somos más grandes que Dios. Dios perdona yo no decimos con jactancia. Secuestramos el amor, se seca la esponja de nuestra mirada y el nudo en la garganta se hizo juez universal. Aplacamos stress con stress.

Ignorancia asesina contra la ternura ignorada: el agobio por la nevera llena contra los sin neveras. Nos sentimos elegidos porque inculpamos (desde el fondo de nuestro aljibe seco) a las colas que esperan un trozo de pan barato decomisado a unos truhanes, y gritamos con los truhanes, consignas contra los de la cola. Discriminamos y a eso lo denominamos, sentirnos elegidos. Y nos ofendemos si el detalle nos lo recuerda un pata en el suelo. Gritar "este país no debe regalar la energía a nadie de afuera", es más preocupante que la energía que no irrigamos a nuestra inteligencia. Presos de la moneda, recurrimos con nuestros grilletes de moneda a los templos de intercambio de moneda por hipnosis. Fuera de la hipnosis no hay vida: es monte y culebra.

Razón tienen los polos en decidir su deshielo. Razón tiene el aire en decidir su límite de oxígeno. La mediática incomunica porque no sabe sino de cárcel. El dinero y la mediática secuestraron al planeta, ahora son su juez y verdugo. Mil esposas poseyó Salomón, millones de acres obtuvo Alejandro, mil años mandaron los césares. Todo un pútrido imperio de quimera cual fábula de Esopo bebe agua del río y acusa al cordero que la toma más abajo, de ensuciar la suya.

Si somos astutos, aflojaremos la garganta, nuestro tártaro, tal cual lo hace la madrugada para que canten los pájaros. Nace la aurora la de los dedos de rosa a la noche tortuosa. Un nuevo día amanece -sin costo de moneda por cierto-, bendice nuestras manos y nos adherimos al canto-abrazo de hermano, así veremos cuánto sobra en nuestro pesado paso, cuánto sucio hemos labrado en nuestra vida precaria.

La astucia, pidamos, sea iluminada en esta nueva mañana. Lo que vale no tiene precio, pero es preciso hacerlo demanda, es preciso despertarlo en quien no ha sido envenenado, hacerlo cuántico avasallador, hacerlo empuje táctico y florecerá regenerador en el enfermo hipnotizado, en el ladrón de sueños.

Sin más rodeos, es el amor hermano. Él mueve gratis sonrisa, tu cópula y tu chispa traviesa. No pongas atención a quien hipnotiza, reclama tu derecho a la inocencia. Toma la llave de tu paz, abre la puerta y por vez primera, opina sin miedo, estás aquí para amar no para medir, ni juzgar, menos discriminar. Preguntarán por tu opinión, no será difícil responder: vine para amar y liberar, no a poseer. Sólo así serás abrazado de bendiciones, de hermanos, de salud infinita que ni percatas desde la cárcel.

arnulfopoyer@gmail.com


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Arnulfo Poyer Márquez


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