No me considero chavista a ultranza. Ni siquiera me gusta el término "chavista", que ocasionalmente empleo a falta de una palabra más adecuada. Creo que a veces Chávez es lobo de Chávez (el hombre es el lobo del hombre), pero también reconozco que, en sus momentos inspirados, el Presidente de Venezuela es el mejor aliado de quienes amamos esta patria y las naciones hermanas.
Ese es el Chávez que me tocó ver, oír y admirar en dos momentos estelares de la pasada semana. Por una parte, el estadista sin par, el político de talla internacional, único en el mundo que puede lograr que la recalcitrante guerrilla colombiana tenga gestos humanitarios y libere de manera unilateral un grupo de rehenes que, de otra manera y con casi absoluta seguridad, habría perdido la vida en la inhóspita selva amazónica.
Gracias aHugo Chávez Frías, a su credibilidad, sinceridad y clarísima visión del profundo drama colombiano, seis adultos y un niño (tres damas y tres caballeros) han vuelto a la vida civilizada recuperando esperanzas perdidas y dejando atrás la inmensa desolación que embarga a un ser humano secuestrado durante años que pesan como lustros y lustros que se hacen eternos.
Junto a ellos han recobrado la alegría decenas de familiares y amigos y, más que eso, la esperanza de poder lograr nuevos gestos humanitarios de las FARC-EP, en plan de mostrar un rostro piadoso que hasta ahora nadie había logrado develarles.
Después de esto y aunque solo se limitara a las personas liberadas hasta ahora, la gestión del presidente Chávez tendría razones para pasar a la historia y a él, a su inteligencia y tesón, deberán reconocerle estos logros de una singular diplomacia.
En contraste vale la pena recordar al Carlos Andrés Pérez que recibía como regalos finos caballos de paso de los capos del narcotráfico en el vecino país.
Como si fuera poco, el Presidente tuvo a medianoche una conversación telefónica por televisión (con Mario Silva, de La Hojilla). Se trataba de un Chávez angustiado y estupefacto ante la arremetida violenta de sus sedicentes partidarios. En la práctica, ellos intentan destrozar lo que el Mandatario ha logrado tras un esfuerzo titánico.
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