Reflexiones del Libertador (III)

LA NUEVA GRANADA

¡Cuantas dificultades y sufrimientos hube de soportar! Primero el asunto de Miranda y el problema de Puerto Cabello. Vinoni en connivencia con Domingo Guzmán, (abuelo de Antonio Guzmán Blanco) aprovechándose de mi ausencia mientras acompañaba en su boda a mi amigo Americh, liberaron a los prisioneros españoles y los armaron con el arsenal de la República. Por su causa los armamentos no llegaron al Generalísimo y por ello feneció la Independencia. Luego mi fracaso ante la acometida de Boves, donde también fui acusado de ladrón y cobarde. Recuerdo las múltiples intrigas que me envolvieron: un día era Mariño, otro Bermúdez, finalmente Piar y la necesidad que tuve de fusilarlo. Piensen ustedes en la infinidad de contratiempos y sufrimientos físicos y morales que padecí durante todo ese tiempo.

Una vez más recalé en Cartagena y una vez más hube de enfrentarme a las rivalidades y disensiones, que al igual que en Venezuela, devoraba a los patriotas, yo siempre he creído que ese espíritu competitivo y envidioso que priva entre venezolanos y colombianos ha sido y será el mayor problema a vencer sí deseamos hacer una gran nación. El enemigo más enconado que encontré entonces fue el coronel Manuel del Castillo, el mismo que, entre 1812 y 1813, se oponía a que yo, con fuerzas neogranadinas, pretendiese liberar a Venezuela, A regañadientes y a pesar de haber liberado a Cúcuta de los monárquicos, se adentró conmigo en Venezuela en la campaña llamada “Admirable” no hacía sino murmurar y decir pestes contra mí desde que cruzamos la frontera, incitando a los oficiales neogranadinos a que me desobedecieran. Les tuve que ordenar que se regresaran.

Nunca se me olvidará lo que me sucedió con un oficial cucuteño a quien en la Grita le di una orden. El mozo, haciéndose eco de lo que venía diciendo Del Castillo, me contestó de malas maneras, negándose a acatar mis instrucciones. Se me revolvió el Bolívar con el Palacios y, sin poderme contener, le grité desaforado. ¡Carajo, o usted me obedece o me mata, por qué, si no, yo soy el que lo va a matar a usted! El muchacho se chorrió y, casi temblando, me respondió: si, mi general; como usted mande y ordene. ¿Saben ustedes cómo se llamaba aquel joven que pretendió irrespetarme? Pues nada menos que Francisco de Paula Santander, hombre que, con José Antonio Páez, más vainas me ha echado en mi vida. Luego me lo encontré cinco años más tarde. Iba yo en camino de Angostura, luego de haber sido nombrado Jefe Único, cuando me salió al paso en compañía de mi querido y gran amigo el General Urdaneta. Los dos venían de desertarle a José Antonio Páez, quien en esa época era un guerrillero sin mayor importancia, pero con más vista que un lince y más agallas que un pargo.

Los años de 1814 al 1816 fueron decisivos en la fragua de mi carácter. Ante la proximidad de Boves, Santiago Mariño y Yo, como jefes de la República, decidimos evacuar Cumaná y salvar el tesoro del Ayuntamiento que hicimos trasladar al Barco de Bianchi, del que se decía corsario al servicio de Venezuela, cuando en el fondo no era más que un vulgar pirata. ¿Cuál no sería nuestra sorpresa, cuando lo vimos levar anclas abandonándonos a nuestra suerte y robándose de paso aquella abultada fortuna? Mariño y Yo, sin perder tiempo, tomamos un velero rápido y, alcanzamos al filibustero y a punta de pistola lo obligamos a regresar. Sabiendo que Carúpano estaba en manos de los patriotas, enfilamos hacia aquel puerto, donde estaba al frente de la guarnición mi tío José Félix Rivas. Nuestra confusión fue en aumento. Al desembarcar, mi tío José Félix, rodeado de la población y de un piquete de guardias, me llamó cobarde y ladrón, al igual que al pobre Mariño, dando orden de que nos encerraran en la cárcel.Luego supimos que tanto Mariño como Yo habíamos sido destituidos de nuestros cargos.

¿Traidor y ladrón, Yo? Ahora es que comprendo lo que le ha sucedido a Miranda. Al igual que nosotros, huyó con el tesoro, no para su provecho, ni por cobarde, sino para seguir peleando. ¡Dios castiga sin palo y sin mandador! Manuel Piar me quiere aplicar la misma medicina que le di a su jefe aquella noche en la Guaira.

Luego del ajusticiamiento de Manuel Carlos Piar, un manto de aletargada y silenciosa tristeza cayó sobre Angostura, designada capital de Venezuela. Era una ciudad en ruinas, de la que huyeron la casi totalidad de sus pobladores, que prefirieron la muerte antes que a la República. Manuel Piar, precedido por un cura, salió de la cárcel en dirección al paredón de la Iglesia. Al escuchar la descarga, se cubre la cara con las manos y emite un sollozo: ¡Dios mío!, ¿qué he hecho? ¡He derramado mi propia sangre!

-Se llamaba Manuel Carlos Piar (Hijo de José Manuel Duque de Braganza, Braganza Príncipe del Brasil y de Belén Soledad Concepción Xerez de Aristeguieta y Blanco Herrera) y era un General de verdad, verdad.

Yo quise salvar a Venezuela, Colombia y Ecuador del mal que los afligía. Sólo con un estado poderoso como el que yo proponía, y había logrado esbozar, se podían evitar, no los nacionalismos, como algunos propugnaban, sino esos mundillos de caudillos regionales y parroquiales que convirtieron a nuestros pueblos en múltiples, estados feudales, como jamás se diera durante el régimen colonial. Yo tenía que hacerlo por las buenas, pero cuando me di cuenta de que no era posible lo hice a la brava. Se imaginan que, después de cruzar los Andes y de estar diez años sobre el lomo de un caballo para libertar a América, me voy a parar en mis objetivos porque una cuerda de leguleyos quieren satisfacer sus apetitos. A mí se me acusa de ambicioso, y si, lo soy, si a grandeza se refiere. En eso no estoy dispuesto a ceder un ápice.

¿Cómo es posible que apenas me ausento de Lima para ponerle un correctivo a Santander, los bolivianos se alcen contra el General Sucre, y casi lo matan? Y al poco tiempo, con la ayuda de los peruanos, los soldados neogranadinos se declaran en rebeldía contra sus jefes venezolanos, obligándoles a regresar a su país. El general Santander, al saber lo que pasó, hizo batir campanas y salió a la calle como un sufuco a celebrar el triunfo de su gente contra el militarismo venezolano.

El guía, el maestro, el conductor, no puede dejar de alumbrar en todo su esplendor a quienes lo siguen, so pretexto de que su vida se le escapa. No tiene ningún derecho de adaptar su luz a sus necesidades personales; ese es y tiene que ser su destino. ¿Para qué sirve mi vida si tengo que postergar una gira o delegarla en otro por enfermedad? Ya desde los tiempos de mi viejo Samuel Robinsón, sabía que la alegría de vivir era el mejor antídoto para la muerte.

El negro Leonardo Infante, venezolano y amigo entrañable mío, ha sido fusilado por orden de Santander, por un crimen que no ha cometido. Mi presencia en Colombia es absolutamente necesaria. Los Malvados no tienen Honor ni Gratitud. No saben Agradecer sino Temer. El Mando pesa más que la Muerte para el que no tiene Ambición

Salud Camaradas.

Hasta la Victoria Siempre.

Patria. Socialismo o Muerte.

¡Venceremos!

manueltaibo@cantv.net


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Manuel Taibo


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