No cabe duda de que el camino a seguir es el de la trabajosa
conquista de un saber objetivo, de un dominio real sobre
nuestro medio ambiente y sobre nosotros mismos. Pero,
mientras el hombre llore, el eco de cientos de miles de
años de tambores mágicos repicará en su sangre.
Natalia Bolívar Aróstegui
Donato Mezzerone estaba hastiado de tantas promesas. El bocón ese que tenía de presidente en Mientovisión, le había prometido que el Comandante no aguantaría más de seis meses con la batalla mediática. Pero, allí estaba el Comandante muy campante en Miraflores y los fondos del Banco Federal iban palo abajo. A Donato no le importaba tener una televisora que bregara con la verdad, mientras ingresaran dividendos por publicidad. Pero el llorón de Federico Rafell le estaba tocando los cojones en las cuentas de su banco adorado. Podía permitirse la pérdida de unos dólares que, a fin de cuentas le llegaban desde el norte. Sin embargo, este pendejo le estaba chupando parte de su patrimonio bancario y no se cumplían los objetivos. Había que hacer algo urgente, inmediato, ¡de súbito o de facto, coño!... La negra Carmela, veinte años preparándole el café de las mañanas, le había recomendado a un tal Filemón – “Con un milloncito, Don Donato, Filemón le quita ese problema de Miraflores…” – Donato no creía en vainas, pero por ahí le habían jodido la fe cristiana con esa vaina de un Fidel que estaba protegido por el Palo Mayombe y este zambo el coño se la pasaba con unos chamanes indios, recibiendo bendiciones raras, guindándose collares de peonías y pepas de zamuro. A lo mejor esta negra bruja tiene razón…
Donato se fue tempranito a casa del Obispo Zorras. Desde que existían los Círculos Bolivarianos, había dejado de confiar en la negra Carmela – “¡La pinga! Uno no sabe con quien se reúne esa negra los días sábados…”. Se le había metido en la cabeza alguna solución sobrenatural y quien más que el Obispo que tiene contacto directo con El Vaticano. Una vainita preparada frente a la Virgen de Coromoto en Guanare de manos de un Obispo, podría ser un misil arrechísimo contra las marramucias de ese zambo que “cruzaron” en las riberas del Orinoco. El Obispo Zorras se cagó de la risa cuando escuchó la petición de Donato – “¿Qué te pasa Donato? Tan viejo y creyendo en vainas… Ni yo me acuerdo que cara tiene Jesucristo y tú pidiéndome un escapulario… ¡Que bolas!...” – Donato asomó una risita fingida y le dio gracias a Dios por no haber perdido unos milloncitos con este cabrón de la iglesia – “Era echando vaina, Zorras… ¿Es que no habrá un poder divino que saque a ese carajo de Miraflores?” – Zorras le dio unas palmaditas y le dijo – “El Quinto Poder, Donato… el quinto poder…”
Donato pasó un día de perros. Rafell lo había llamado de Mientovisión, desesperado. CONATEL le había quitado el microondas a la televisora y no había posibilidad de negociar con esos cabrones que le jodían el bolsillo – “Carmela, esa negra coño e’ madre, me va a tener que decir quien coño es ese Filemón…” – Estaba decidido. No había más remedio. A grandes males, buenas son las visitas a Birongo – “Que lo joda, que le ponga un sapo en la barriga, que le de salpullido inglés ¡Nojoda! Pero que lo saque a cagar de una vez…” – Salió Donato de la sede principal del Banco Federal rumbo a su casa.
A la negra Carmela no le había sorprendido la orden y alertó a Filemón por celular – “Ya sabe negro mandinga. Muera callao y espere a esta noche. Don Donato va pa’ llá con el Rigoberto… Búsquese el chivo, las palomas y el gallo… No se preocupe por los reales, negro pendejo. Haga la vaina como es y más ná…” – La negra Carmela trancó el celular y comenzó a cantar suavecito – “Ibarakou mollumba eleggua ibaco moyumba ibaco moyumba. Omote conicu ibacoo omote ako mollumba eleggua…”
Donato no había sentido miedo desde que era carajito. Se recordó a si mismo en Roma con siete años, cuando los camisas negras habían fusilado a su tío Pascuale. Se salvaron de vaina él y sus padres. Cogieron para América cinco días después. De ese recuerdo solo le quedó la sensación de temerle a la muerte. Por que en Venezuela, treinta años después, justifico la muerte de su tío – “¡Por huevón! ¿A quien se le ocurre ser comunista?”. Pero, ahora volvía el temor a la muerte ó, quizás, a entregarle su destino a otro – “Y encima, tener que pararle bola a un negro…” No supo cuando llegó. Los recuerdos de carajito no lo abandonaron en todo el trayecto. Ni siquiera cuando cogieron por el camino de tierra. “Patrón, llegamos…” – le despertó Rigoberto.
De vaina pudo ver la cara de Filemón. Ese carajo no era negro; era azul. En la oscuridad, apenas partida por el resplandor de unas velas, se podía ver el blanco de los ojos y la sonrisa con dos enormes dientes de oro. La bata y el gorro blanco irradiaban un círculo que cubría al santero. Parecía que flotaba y esa visión sorprendió a Donato. Filemón hablaba en tercera persona cuando se dirigía a Donato. “Al aleyo le echaron afoché… ¡Ano Burukú!...” – Le sacudieron en la cara a Donato, que no sabía de que hablaba Filemón. Le mandaron a quitarse los zapatos y a sentarse en una estera. Filemón que lanza los caracoles y cae el trece – “¡Metanlá!... El aleyo debe hacerse un ebbó urgente… El aleyo debe traer diez manzanas coloradas, una tela roja, hojas de plátano, un gallo colorado y seis mates rojos…” – Donato mira e interroga a Rigoberto – “¿Cómo es eso que debe traer? ¿Qué coño le dije a la negra Carmela?” – Filemón, brinca de la estera y le dice – “El aleyo manda en su fundo, pero aquí manda el Babalawo… se me calla la boca ¡Carajo!...” – Los ojos del santero brillaron y Donato Mezzerone, el ultra vergatario banquero financiero de Mientovisión, tuvo que meterse la lengua en el culo…
A Donato lo llevaron al río; lo desnudaron de pies a cabeza, le dieron unos vergajazos con una vera de guayabo. Le pusieron un emplaste en la cabeza con un trapo que hacía de turbante y lo convertía en un segundo Kaliman; lo vistieron de blanco para que tomara una vaina que olía a sudor de gallo. Lo pusieron a vomitar cinco veces, mientras le bailaban alrededor con un Iruké de Oyá. Se le iba el alma en cada arcada y Filemón le daba un vasito con aguardiente para pasar el amargor del vómito en la garganta. Donato prefería la Grappa que tenía guardada en la gaveta de la oficina, pero había que tomar cualquier vaina para pasar este mal gusto.
Luego de seis horas continuas, Filemón lo despidió. Tenía que amanecer con el turbante puesto y benditas las ganas que tenía Donato para que lo vieran llegando a su casa con el vestido de gurú. Pero, el sacrificio valía la pena. Ese cabrón terminaría renunciando hoy, ó llamaba a Pérez Recao para contratar a un francotirador salvadoreño. Ordenó a Rigoberto prender el carro y le dijo que enfilara para Caracas. Filemón los vio partir y le causó gracia ver a Donato alejándose en la camioneta con su turbante amarradito. Marcó un número en el celular y dijo sin preámbulo alguno – “Dile a tu jefe que son tres melones y medio… efectivo… ¡Claro! Medio melonzote pa’ usted, mi negra bella…”
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