Aún el sol no castigaba con fuerza. La suave brisa y la sombra de envejecidos árboles, cobijaban algunos bancos del parque. Los pájaros competían en gorjeos a cual más poderoso tenor e iban de rama en rama celebrando la mañana. Evaristo Rojas, con setenta años a cuestas, jubilado por obra y gracia de la vejez, obseso de la rutina y de profesión observador, ubicó su banco favorito al lado de eso que llamaban la laguna de los patos. En realidad flotaban papeles, hojas viejas que desnudaban a los árboles, alguna colilla de cigarrillo desarmada y bolsitas de pepitos, papas fritas y chicharrones que vendían en la cantina del parque. Evaristo no recordaba haber visto patos flotando después de cinco años de jubilación. En realidad, nunca se preguntó por que la llamaban así. Y así fue su vida desde que tenía memoria. Cuarenta y cinco años en un ministerio; un empleado gris, ciudadano gris y ahora jubilado gris... que esperaba inmutable una muerte gris en el lado izquierdo de ese banco.
Iván Centeno, setenta y dos años, moreno locuaz, jubilado y jugador compulsivo, conoció a Evaristo en el parque. Mientras Evaristo tenía la mirada lejana, Iván posaba los ojos en los culos fofos femeninos de quienes se empeñaban en pelear contra la vejez. Pasaban a paso ligero con monos multicolores, raídos la mayoría, sudando los excesos y alguna lagaña impenitente incrustada en la arruga que no miente. Pero, Iván no era exigente y tampoco creía en milagros madrugadores. Si llegara a pasar una señorita de ampulosas curvas a esa hora, terminaría siendo un candidato a la taquicardia que no terminaba de bajar más allá del pecho. Cobraba su pensión los últimos y el resto del mes se la pasaba con los bolsillos vacíos ¡Eso sí! Lleno de sueños millonarios que vendrían de la mano del Kino, el dato del triple que saldría algún día y en los cascos del caballo que nunca pasaba de un décimo puesto. Su lado derecho en el banco nunca le preocupó. Evaristo llegaba primero siempre y jamás se preocupo por establecer un dominio cercado por la rutina.
Iván conoció a Evaristo, mientras Evaristo tardó en conocer a Iván. Muy simple esta ecuación. Iván hablaba con Evaristo, mientras Evaristo divagaba en el nervio de alguna hoja. Iván no podía callar y entrenaba su memoria haciendo amigos en todos lados. Evaristo había aprendido a jugar con el silencio y así no recordaba si lo insultaban ó lo alababan. Iván aprendió a escalar en la administración pública por medio del verbo reiterativo, mientras Evaristo nunca quiso escalar para no perder su trabajo cuando cambiaba el gobierno de partido. Mientras Iván se transmutaba del blanco al verde, Evaristo prefería seguir ocupando un puesto gris que nadie aspirara.
“Le voy a decir una vaina, Don Evaristo. Este Chávez debería dejarse de esas cosas comunistas y hacer un trato con Acción Democrática y COPEI... ¿Coño, que le cuesta repartir un poquito la torta? Míreme a mí, Don Evaristo. Estuve treinta y cinco años dando coñazos con adecos y copeyanos y llegué a ser Jefe de Archivo en la gobernación... Esos carajos son más vivos que Chávez y terminarán tumbándolo por ser tan pichirre con el poder. No entiendo por que ese afán de transformar las vainas. Pobre es pobre, Don Evaristo, y su apellido es mierda (Ese culo si está bueno)... Yo creo, mi estimado, que debería aprovechar y tranquilizar a los cerros con unos cuantos bloques y unas láminas de zinc; pero tiene que dejarse de esas mariqueras con Fidel y con esos países pobretones. Los gringos nos compran el petróleo, nos mandan los chevrolet y nos gusta la Coca-Cola ¿Para que complicarnos la vida con la solidaridad y la lucha revolucionaria?” – Iván estaba convencido de su filosófico planteamiento. No esperaba respuesta de su amigo, por que jamás opinaba de nada. Pero, ese día le sorprendió que la voz de Evaristo se extendiera más allá de un simple sí ó un no...
“Cuándo ves al papa con una tiara triple de oro, cargando a un Cristo con una corona de espinas ¿No te dan ganas de escupirle la cara a un obispo?... Los ratones terminarán comiéndose a los gatos y estamos viendo como los excluidos tienen preocupados a sus opresores. ¿Vea ese culo que le hace suspirar? Se cae, Don Ivan. Se cae y veinte mil vueltas a este parque no evitarán que siga descendiendo, envejeciendo y muriendo. Cuando pudieron mantenerlo firme, no lo hicieron y tampoco pensaron que algún día comenzaría su decadencia. Ahora vienen al parque y no les convence que la naturaleza es más fuerte que su voluntad de dominarla. El error está en seguir luchando por regresarlo a la juventud... La oligarquía, Don Iván, es torpe y estúpida. Detrás de ese convencido poder económico hay siempre el temor a quienes habitan esos cerros, porque la esclavitud no puede seguir impune. La mierda, como dice usted mi estimado Iván, hiede y ese olor no puede ser eliminado ni con Glade Primavera” – Iván no supo que contestar – “(¡Coño, el hombre habla!). Evaristo podía plantear un tema que escapaba a su comprensión y la sorpresa no solo la provocaba una brutal verdad incomprensible, si no que viniera de ese sujeto lamentable y gris – “Don Iván, lo escucho todos los días hablar de los millones que se habrá de ganar por orden de la Providencia y creo, sin temor a ofenderle, que le llevarán flores a su tumba sin haber recibido ese beneficio celestial...” – Evaristo retornó a su hábito de la observación que nunca observa nada. A los setenta años grises, se le agregaba una sonrisa de triunfo que jamás había disfrutado...
En cuanto a Iván, los culos reverenciados en mañanas de suave brisa y sombras que cobijan de la inclemencia solar, perdieron el atractivo en un concepto filosófico tan simple. Le birlaron esas fantasías que confortaban las carencias del tiempo que pasa y no perdona.
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