“El enemigo avanza, nos retiramos; acampa, lo hostigamos;
se cansa, lo atacamos; se retira, lo perseguimos.”
Mao Tse-Tung
Quienes andan promoviendo, nuevamente, un acto para recoger firmas y solicitar, posteriormente, un presunto revocatorio presidencial, saben muy bien cuán imposible les resultará alcanzar el objetivo deseado. Varias razones nos permiten afirmarlo.
Primera: cuatro días, y con testigos de todos los partidos, serán insuficientes para reunir las rúbricas necesarias. Pueden llegar, si tienen suerte, a dos millones. Si no fueron capaces, durante dos años, cuando anunciaron haber recopilado 27 millones, y no pasaron del uno y medio, ahora menos.
Segunda: la supervisión del CNE, el reglamento aprobado por esa instancia (sobre todo el referido a la desinformación –fraude sistemático-- que suelen transmitir algunos medios), la presencia de observadores internacionales y la vigilancia del Plan República, impedirá cualquier manipulación del resultado final. Los datos ya no serán extraídos de cuentas bancarias. Y las planillas deberán ser originales, no fotocopiadas.
Tercera: demasiados intereses, dentro de sus auspiciantes, han ahuyentado gran parte de quienes ven en Chávez al único responsable de los problemas actuales del país. Súmenle, también, que esa misma gente no ve con buenos ojos a sus propios dirigentes. Es decir, ¿qué pueden ofrecer tipos como Salas Römer, Enrique Mendoza, Antonio Ledezma, Timoteo Zambrano o Claudio Fermín? Salir de Chávez a juro, ¿y después?... ¿regresan ellos? Los caraduras de siempre. Sin liderazgo confiable y sin plan alternativo de gobierno. Crisis de representación política, sostiene Baudrillard en “A la sombra de las mayorías”.
Cuarta: los planes nacionales implementados por el gobierno central han aumentado, en términos porcentuales, la popularidad del Presidente. Negar, por ejemplo, el impacto social causado por las misiones Robinson, Sucre y Ribas; o el “Barrio Adentro” y Mercal, resulta absurdo, pues esos programas benefician directamente a los sectores más desposeídos de la población venezolana, y donde está ubicado el mayor número de potenciales firmantes.
Quinta: las denuncias ciertas sobre posibles actos terroristas, hechas por diputados del cambio, ha alertado al colectivo acerca de las verdaderas intenciones de quienes aparentan ser demócratas. La conversación telefónica entre Ortega y Cova, ratificada por éste último, donde involucran a diversos factores de la vida nacional, demuestra que tienen la derrota pintada en la frente.
Sexta: la posibilidad de repetir acciones como las de abril pasado, con Golpe de Estado incluido, paro nacional y sin diciembre tranquilo, no lo aguanta ningún sector serio de Venezuela ni la comunidad internacional, que ya ha sido alertada sobre las pretensiones del neofascismo a la venezolana.
Séptima: los cambios hechos en PDVSA y dentro de las Fuerzas Armadas impedirán cualquier posibilidad planteada para quebrar el hilo constitucional o romper la paz ciudadana.
Octava: el descalabro de los gobiernos boliviano y colombiano, amén del escaso apoyo del presidente peruano y el ecuatoriano, influye indirectamente sobre los escenarios planteados desde el Pentágono para controlar todo su patio trasero ubicado en América del Sur. Agreguémosle, también, la valiente resistencia iraquí ofrecida al omnipotente ejército invasor. Ante tanta derrota junta, el poder norteamericano –y sus aliados nacionales-- estará obligado a modificar su plan del control global, en el cual nuestro país tiene gran importancia estratégica.
Novena: el alto nivel de las reservas nacionales permite disminuir el riesgo-país de nuestra nación. Esta realidad abre otros escenarios en los mercados financieros internacionales. Vendrán nuevos inversionistas. La balanza fiscal tiende a equilibrarse. El apátrida capital venezolano ya no tendrá elementos para justificar el carácter “comunista” de Chávez.
Décima: la realidad política nacional está definida. Ninguna campaña podrá sumar o restar apoyo suficiente como para asistir, o no, a firmar durante esos cuatro días. Los venezolanos ya dejamos de chuparnos el dedo. La torpe oposición se niega a reconocerlo.
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