Conversando con la Virgen de Altamira


Tengo la manía de conversar con los imposibles. Me ha costado algunas incomprensiones y de vez en cuando ese rumor de una locura inminente. Pero, me preocupa más perder esta manía que la persecución de un rumor. Por ejemplo, si voy al velorio de un amigo o amiga que el destino haya alcanzado, me empeño en fijar la vista en su rostro tratando de encontrar el más leve movimiento; un parpadeo, una respiración, un breve signo de vida, entonces me da por hablarle en voz baja y preguntarle cualquier pendejada “¿Cómo es la vaina por allá?”, “¿Existe el infierno, el purgatorio, el cielo o son mariqueras de los curas para mantenernos en vilo?”, “¿Te dolió que jode o la muerte es una morenota culona que le quita a uno las angustias?” En fin, trato de arrancarle respuestas que invariablemente no llegan y concluyo que Dios es bien jodido con sus misterios por que, aparte de la charlatanería de algunos mediums que pretenden ser portavoces de los muertos, no he logrado que nadie me confirme un contacto del tercer tipo con un familiar después de haber pelado bola.

Igual me pasa con las imágenes de los santos y santas que están en las iglesias. He tratado de entablar una conversación de temas puntuales con San José, San Francisco, San Antonio, San Onofre, la Virgen María, Santa Marta, hasta con el mismísimo Nazareno y se quedan inmutables, con la misma expresión de sufrimiento, de perdón eterno, de calma exasperante, en la misma posición y sin emitir ninguna expresión que se originó en un taller de yeso y pintura. He estado largas horas sentado frente a un altar tratando de establecer una comunicación telepática con el santo o santa cubierta de flores, de casitas, de carritos, de charreteras y de toda suerte de ofrendas sin poder lograr una comunicación abierta y sincera que le de descanso a mi curiosidad.

Hace dos semanas me atreví a visitar la Plaza Altamira. Digo me atreví, por que soy un chavista convencido de las malas influencias y polvos extraños que allí se consumen. Sin embargo, mi manía no tiene límites y la virgen que allí se encuentra no tiene la culpa de estar secuestrada por esos bandoleros. Es más, si hay una virgen que tiene muchas cosas que contar es ella que ha sido testigo de tantas conversaciones sobre planes conspirativos, depravaciones humanas y manipulaciones religiosas. No podía excluirla o echarle la culpa por estar plantada en medio de golpistas, amarrada a estos fundamentalistas fascistas disfrazados de militares.

Si hay algo que impresiona en esta vida es la soledad absoluta, incluso cuando en ella se debaten cuatro pendejos en una lucha sin sentido. Esta verdad se hace indiscutible en la Plaza Altamira. El otrora bastión del “heroísmo anticomunista” se encuentra quebrado, solitario, asistido por animales de la última escala grupal; esos que esperan el milagro divino de un Dios del trueno que extermine a los negritos usurpadores del White Power. Allí están cuatro pelagatos con la mirada perdida, rojiza, esquiva y desconfiada tratando de adivinar los pensamientos de los curiosos de extraño color y no deja de ser estúpida esta labor de vigilancia enfermiza y parcializada, por que a mí que soy un recalcitrante chavista con cara de escuálido, apenas si llegaron a notarme. En el reino de los leones, hasta los cachorros son enemigos potenciales. Pero, la brutalidad y los esquemas los vulneran; en consecuencia, heme aquí como perro por su casa recorriendo todo el sector para entrevistar a la virgen cautiva.

“¡Hola, virgencita!... ¿Cómo está la vaina?” – El introito no puede ser más común e irreverente. Según la Biblia escrita por los hombres, estamos hechos a imagen y semejanza de Dios Padre. Entonces ¿Para que tanto protocolo?... Estudio el entorno baladí que rodea a mi entrevistada y entiendo por que mantiene la vista baja. Hay vergüenza, pena ajena y el esfuerzo inútil de quien ve perder a sus hijos en actos miserables. Es la resignación en espera del final ineludible… - “Entiendo que sientas vergüenza, virgencita. Pero, los milagros no se venden en Makro y no se fabrican en Malasia para una consorcio americano… ¡Arréchate, chica!... Levita, arma un peo y ponle una escoba en las manos para que limpien toda la mierda que han regado por aquí…”

Ella se mantiene inmutable con la mirada repleta de perdón. Me desespera el martirio como profesión. Nos han llenado de parábolas y las mejillas del pueblo están hinchadas de tanto coñazo impune – “¿Te parece justo que estos carajos utilicen tu imagen para conspirar?... Te tienen aquí, con ese solazo del carajo, sola y con flores de plástico adornando una mentira… ¿Y que dicen tus representantes, obispos golpistas?... ¡Nada!... Es una falta de respeto, chica… No es que sea, por que no lo soy, el mejor representante de la comunidad católica; tengo un montón de años que no asisto a misa y en honor a la verdad tengo mis dudas bien fundamentadas, pero ¡Carajo! Estos tipos no son precisamente unos querubines enviados por el Todopoderoso… A ver si vas aprendiendo a clasificar a tus come hostias; sobre todo a aquellos que le lamen las botas a los franquistas… ¿Qué no? ¿Qué ellos también tienen derecho a la piadosa intervención del Señor? ¡Coño! Entonces, más vale pedirle una cita a Belcebú para reservarle unos puestos a esos vagabundos…”

Ella seguía manteniendo la expresión perpetua y los cuatro solitarios, ilustres vigilantes de una plaza pública convertida en República, sospecharon de este chavista con cara de escuálido.

“Mira, carajito… Déjame estos locos a mí y no sigas hablando tonterías… No solo te van a joder por chavista. Te van a enterrar en un manicomio hasta que le reces diez padrenuestros a Carmona Estanga” – Mi sorpresa fue mayúscula. Tanto apretar para que un muerto o un santo hablara y en una frase me mandaban pa’l carajo. Le sonreí a los sicarios que la vigilan y me despedí con un gesto de la primera imagen que me hablaba.

No se cual es su nombre ni su fecha de celebración. Pero, a esa virgen si le voy a prender una vela… Hablé con Roberto, un coño que estaba planeando secuestrarla para dejar en ridículo a los militares de Plaza Altamira. Le dije que si no fuera por ella, esos milicos estarían matando pueblo en los cerros. Roberto me dijo que no le hiciera caso a sus desvaríos fracasados; que también sintió su presencia en el balcón de su apartamento y le dijo no se que cosa, que solo el pueblo salva al pueblo y que ella haría un milagro para que estos miserables desarmen sus tiendas y la dejen en una iglesia cerca de Catia. El rezo de la gente que esgrime sonrisas de esperanza, es más poderoso que cuatro generales empalándose con su bastón de mando.

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Mario Silva García

Comunicador social. Ex-miembro y caricaturista de Aporrea.org. Revolucionó el periodismo de opinión y denuncia contra la derecha con la publicación de su columna "La Hojilla" en Aporrea a partir de 2004, para luego llevarla a mayores audiencias y con nuevo empuje, a través de VTV con "La Hojilla en TV".

 mariosilvagarcia1959@gmail.com      @LaHojillaenTV

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