América rebelde

Han pasado 20 años desde que los cogollos multilaterales acordaron aplicar
en Bolivia, Chile, Costa Rica y México, medidas para reestructurar el Estado
Elegantemente, la Escuela de Chicago, las llamó “Reformas de Primera
Generación”.

Excusados en la agobiante deuda externa que azotaba al continente, achacada
al fracaso de las distintas propuestas para el desarrollo como el Modelo de
Sustitución de Importaciones, el Sistema Generalizado de Preferencias, el
regionalismo abierto, la Ayuda Oficial al Desarrollo, la Carta de Derechos
Económicos y las metas de la UNCTAD, los neoliberales concluyeron que la
panacea a los problemas era el libre comercio, desregular economía y banca,
privatizar empresas básicas y servicios, eliminar subsidios, cobrar
impuestos de manera más efectiva y no dejar de pagar la deuda externa.

Y aunque las noticias del progreso boliviano no eran nada alentadora y la
propia premier británica Margaret Tacher, –madre de la criatura- sentenciaba
que las políticas neoliberales estaban condenadas al fracaso, los
chicagoboys enamoraron a los antes líderes populistas para que impusieran el
oprobioso paquetazo. Así, al principio de la década de 1990, mediante a su
exclusivo “Consenso de Washington”, el capitalismo salvaje intentó tomar por
asalto al resto de la América: Venezuela (1989), Perú (1990) Argentina
(1991) y Colombia (1991).

Bajo la oferta engañosa de aumentar el gasto público en salud se sometió a
los pueblos a una política de impacto que eliminó las conquistas
socioeconómicas de los trabajadores, estudiantes y sociedad civil en general
Esto originó reacciones inmediatas y espontáneas de la población, la más
emblemáticas las de Venezuela y Argentina en 1989 y 1990. Pero a pesar de la
intensidad de las protestas, manchada con la sangre de miles de ciudadanos
mandados a masacrar por los gobernantes de turno (en Venezuela Carlos Andrés
Pérez y su ministro de la defensa Italo del Valle Alliegro), los
washingtonianos lograron las maniobras y acuerdos con dirigentes corruptos
para continuar con su rapaz intento, “las reformas de segunda generación”.

Pero si la década de 1980 fue llamada “perdida”, la de 1990 fue “la década
preñada”. En ella se engendró la conciencia política de los pueblos que
parirían para el nuevo milenio verdaderos movimientos organizados de
resistencia antineoliberal. La violencia ya no sería la principal arma, en
el mejor de los casos quedaría relejada a la categoría de accidente
provocado por la represión neoliberal a las exigencias de los pueblos.

Ahora los movimientos obreros, campesinos, indígenas, estudiantiles, de
género y ambientalistas esgrimen, junto a la presión, argumentos de derecho
nacional e internacional, conquistas ancestrales, premisas constitucionales
y la exigencia no negociable de participar en la conducción de su destino.
Es una corriente que entrelaza naciones, superior a los dogmáticos acuerdos
de integración económica.

Argentina y Ecuador (2001), Venezuela y Brasil (2002), Colombia, Guatemala (2003) y próximamente Paraguay, El Salvador y Uruguay son muestra de la agigantada conciencia política de los pueblos de América Meridional (así la llamaba Simón Bolívar), en rebelión creciente contra modelos explotadores y en sintonía con la premisa de “otro modo es posible”.


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Reinaldo Bolívar

Investigador, fundador del Centro de Saberes Africanos, vicecanciller para África

 reibol@gmail.com      @BolivarReinaldo

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