Ayer estuve allí. Estuve en ese lugar con olor y colores propios. Me llevó el nexo familiar y la necesidad de procurar un objeto; no un objetivo. Se agolparon años de miseria y un círculo vicioso que no eran superados por el pánico a perder el salario. Sentí alivio y culpa. Alivio por que ya esos olores y colores no forman parte de mi vida; culpa por que otros están encerrados en aquellos temores del pasado y utilizan las mismas justificaciones que yo esgrimí.
Un abrazo y la sorpresa de quienes me ven liberado – “No es dinero, panita… Es la libertad de abrir los ojos cuando el cuerpo lo desea… Es decir: creo y soy, soy y creo…” – Que va. No entienden y la ironía se hace patente, a pesar de envidiar esta especie de libre albedrío que desconocen los autómatas. “¿Te obligaron a firmar, verdad?” – Ahora soy yo quien ironiza una pregunta inclemente y la respuesta rebota contra las paredes, vergonzosa, inaudible, evasiva, con los ojos buscando un retrato, una hoja de cálculo o la caja de cigarrillos que se convierte en objeto perverso para calmar la conciencia. A nadie le gusta confesarse culpable – “¿Y que iba a hacer?... Tengo un carajito, pago alquiler y estos hijos de puta metieron a uno de los que botaron de PDVSA… Y que Contralor Interno, dijeron… ¡Contralor un coño!... El tipo vino con poderes divinos, reunió al personal y a los coñazos dijo que aquel que no firmara se iba pa’ la mierda… ¿Qué iba a hacer?... Nada podía hacer, viejo…” – Podría sentir pena y quizás habría sido solidario con esa respuesta. Pero, a estas alturas, la cobardía me parece un acto de estupidez y proseguí la conversación en tono inquisidor – “Podrías haber firmado mal… No sé… Colocar mal un número de la cédula. Cualquier vaina. Podrías haber hecho tantas vainas para evitarlo… Es cuestión de conciencia... ¿Sabes a que me refiero, verdad?” – La mirada se tornó en súplica y el gesto de desconcierto en molesta incomodidad – “La mayoría lo hizo… No tenían nada que perder…”
Los olores y los colores, esos que me acompañaron durante diecinueve años, se mezclaron y no quise reprocharle su actitud egoísta. ¿Para que recordarle que todos tenemos mucho que perder? No se trata solo de un salario, de un cesta ticket, las utilidades, incluso el puesto de trabajo que lleva el mercado a casa todas las quincenas. Se trata de la impunidad del patrón cuando enajena al empleado; se trata del chantaje que enmudece la idea; se trata del valor que tenemos cuando creemos en algo y nos convierten en perritos falderos que cuidamos la perrarina o las sobras de un almuerzo. ¡Si, señor! ¡Como no, señor! ¡Claro que sí, señor! ¡Siempre a su orden, señor! ¡Tiene razón, señor!... ¡Hasta cuando coño, señor…!
“Pero, si vamos al referéndum, voto por Chávez ¡Nojoda!...” – Convencido inútil que cree en segundas oportunidades y en descuidos fascistas. Esta frase salió con mirada fija y pretendida valentía. Detrás de sus pupilas, el miedo que no se puede ocultar; el desconcierto y una voz que pide ser creído, aceptado, quizás disculpado. Pero, sigo abrazado a mi fe y mi trinchera se ve profunda – “¿Y quien te dijo que íbamos a un referéndum en contra de Chávez? ¿Tanto te ocupas de proteger tu sueldo que no sabes lo que ocurre a tu alrededor?... Mira, carajito. Está bien que estés cagao por ese pelón de bolas, pero te conviene salir de esta vaina y observar, percibir, sentir y entender más a este pueblo… Una pregunta, panita: ¿Quién está más asustado? ¿El que obliga a sus empleados a firmar y los chantajea con botarlos o este pueblo hermoso que anda por las calles sonriendo y vigilando que esos vagabundos no sigan robándonos el país? ¡No me jodas!” – No hay respuesta inmediata. No hay posibilidad de duda cuando la vida se hace flor. Los empresarios, los que protegen su capital, los que dedican su esfuerzo para regresar a tiempos de usura y poder, de miseria y represión, tendrían que aplastar grandes extensiones de dignidad. Sin un solo metro cuadrado de dignidad los incomoda ¿Cómo aplastar el avance inexorable de la verdad?
Los olores y los colores se despiden de mis recuerdos. Se convierten en algo indefinible, extraño; algo que pasó y la memoria borró. Solo lamento no haber visto esta especie de película en Cinemascope diecinueve años antes o ¿Por qué no? Diez o quince años antes. Pero, algo me dice que los tiempos llegan y llenan los vacíos de un rompecabezas que vamos solucionando con la perfecta anuencia de un destino preñado de luz. Ya no deseo hurgar en su culpa. Bastante tengo con borrar días de existencia pagana. Mi fe está en el obrero que no aceptó el chantaje; en el empleado que le mentó la madre al patrón que lo obligaba y que apostó al reto de ver que carajo iba a hacer el amo con su rebeldía - “Despega el culo de esa silla, amigo mío. Levántate y nútrete de esta vaina que se llama Revolución. Apuesta por tu dignidad y no olvides que tus hijos bien valen un minuto de lucha…”
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