Así como hay cojos cojonudos, existen funcionarios inhabilitados cuya habilidad para la faramalla resulta asombrosa, pues son capaces de exhibirse como damnificados por una supuestamente injusta discapacitación política ante los más diversos escenarios nacionales e internacionales.
En sentido estricto, son sacrificados por procedimientos, la mayoría de las veces simples formalidades anexas a las normas administrativas que rigen el manejo de la cosa pública. Lejos de ser víctimas de campañas tramadas en laboratorios de guerra sucia, son las bajas de un sistema que, si bien no logra condenar a los apóstoles de la corrupción, de vez en cuando amonesta a un monaguillo.
Así pues, los inhabilitados por la Contraloría General de la República en la cacareada lista de Russián no constituyen una nómina infamante y mucho menos un "quién es quién" de la alta cleptocracia vernácula.
Lo curioso es que, durante años, las increpaciones contra el contralor Clodosvaldo Russián fueron frecuentes y constituían un reclamo unánime.
"¡Ese señor no sanciona a nadie! ¡El Contralor está pintado en la pared!". Sin embargo, un buen día el modesto funcionario, quien pasaría desapercibido si no fuera porque usa unos fluxes de colores tan chillones como sus víctimas, empezó a evacuar sanciones administrativas como si fueran ristras de chorizos carupaneros, y entonces la totalidad de la oposición y buena parte del oficialismo pusieron el grito en el cielo.
Para ser sinceros, las mentadas inhabilitaciones son algo así como darle golpes de pañuelo al funcionario negligente o descuidado, a la vez que el sancionador lo reprocha diciéndole quedamente: "¡Eso no se hace!".
Lo menos que se le puede exigir al que no ha rendido cuentas de manera adecuada es que se inhiba de ocupar cargos públicos durante un plazo limitado y relativamente breve. Con todo y eso, los opositores inhabilitados despotrican a diestra y siniestra, como si los estuvieran condenando al peor de los destinos.
Lo verdaderamente cierto es que esta vez no van pa’l baile, pero siguen en la fiesta, lo cual es muy distinto y bastante menos grave que enviarlos a la cárcel, como muchos lo merecen de sobra.
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