Otra vez, la navidad llega

El tiempo azul, como caravana de remusgos i efluvios, parece adjudicar a los días de diciembre, una calidad distinta que, si el año anterior la violentaron aquellos en cuyos corazones no revive el espíritu de la Navidad, nada divino ni sobre natural, sino herencia sociológica con matices psicológicos; los cristianos la asimilan al nacimiento de un redentor, pero siendo una mayoría de los habitantes del planeta los que no creen en leyendas, fábulas o historias creadas, sin embargo, como reminiscencias tal vez, de aquellos festejos antiguos al solsticio de invierno, la epifanía de un Niño-Dios en parte del hemisferio occidental i, finalmente, las influencias mercantiles que azotan al llamado mundo civilizado o civilización occidental, fueron creando, especialmente en los dos últimos siglos, un mundo mágico de Navidad, especialmente blanqueada de nieve, sin detenerse a pensar que en el hemisferio sur, sucede todo lo contrario i viven los meses más calurosos del año. Pese a todo, he sido toda mi vida, tal vez demasiado influido por el extraordinario “cantor de la Navidad” Charles Dickens, un entusiasta admirador de estos días “de amor i de paz”, acaso porque sufriendo durante unos catorce años, la lejanía de mi única hija para entonces, le conté la Navidad en un libro, imaginando que ella me solicitaba esa hermosa narración. Luego las circunstancias cambiaron, i la vida me dio dos hijas más i los oasis de felicidad de la existencia, se han hecho más frecuentes; tengo a las tres a mi lado, como estrellas en el firmamento, mientras las sombras de los tres varones, están perdidas en la niebla del tiempo. Entonces, me parece escuchar a Schiller: “No es la carne ni la sangre, sino el corazón, los que nos hace padres e hijos”.

Mas, cuando otra Navidad nos llega, siempre existe en mi espíritu una especie de nostalgia que tiene aroma de pino, de jamón de pierna i vinos, por una parte que considero material; pero por otra, es un aroma de tiempo irrecuperable, de vida que pasa, de ausencias que duelen. En esta, ¡cómo crecen tantas i tantas ausencias! Todo me lleva a pensar…¿vendrán otras Navidades? ¿Acaso, será esta la última? ¿Qué razones existen para querer alargar la existencia un poco más? ¿Quién puede dar alguna respuesta? Nadie. Recuerdo al hombre solo del cuento de Guy de Maupassant, La Soledad, que se sentía aislado aun rodeado de semejantes; o tal vez la soledad de Dios, según los breves versos de Benedetti:

Dios morirá de viejo
pesaroso y hastiado
triste por no poder
encomendarse
a dios

El llamado “espíritu de la Navidad” puede intuirse en aquella narración del abuelo Gus a su nieto Mark, en un bello cuento de Jonathan Show, titulado El regalo más bello, cuando el mago Buffello, a quien su rei había encomendado encontrar ese espíritu i llevarlo a su presencia, acata las indicaciones de su nieto Buffetto i al presentarse ante el soberano, voltea un saco vacío sin salir absolutamente…¡nada! Ante el asombro i las protesta de todos, Buffetto aclara: “el espíritu de la Navidad, majestad, en una palabra: nada. Es algo que no se puede ver, ni tocar ni probar. Es algo que nace aquí -se señaló con el dedo índice- en nuestro corazón. Ninguna alquimia puede crear semejante maravilla”. I volviendo a nuestra realidad, también sucede lo mismo. Cierto es que el corazón, como médicos lo sabemos mejor, es una bomba maravillosa, centro de la vida del hombre; pero los sentimientos i las ideas no radican allí sino en nuestro cerebro que, por razones fisiológicas desconocidas, cede en poner a nuestro pecho latiente, como fuente de vida i centro de nuestro más noble i puro sentir. Entonces, el corazón rei, parece gritar sus más sublimes pasiones, como la libertad, la justicia i fundamentalmente el amor. I esa siembra con semillas voladoras o esporas, reventando como fuegos artificiales en el espacio, parece renacer cada año el solsticio del alma, a la par con el astro rei, el sol, en este tiempo azul, como suave favonio que denominamos Navidad. Volvemos a ser niños i aspiramos a la candidez de su conciencia, los que sentimos que revolucionar al género humano, es buscar la paz, la equidad i el amor, para dicha de todos; porque revolución , aun pareciendo paradójico para algunas personas dogmáticas, casi nunca es violencia i son más, las revoluciones pacíficas. Por ello la Navidad i su sentimiento más puro, es algo que nace aquí, i no se puede ver, ni tocar ni probar. Por eso, hai que conquistar las cosas. Así dijo Proust: “El amor, tanto en la ansiedad dolorosa como en el deseo feliz, es la exigencia de un todo. Únicamente nace y subsiste si queda una parte por conquistar. Sólo se ama lo que no se posee por completo”. Amemos, pues, ¡la Navidad i la paz!



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Roberto Jiménez Maggiolo


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