El Espíritu de Ayacucho tomó Caracas el 9 de diciembre de 2002
Ninguna persona que vive hoy puede contarnos con exactitud los sentimientos y las emociones que vivieron quienes lucharon contra los españoles allá en Ayacucho, hace tanto tiempo ya, en la que algunos denominan "la Batalla Final" entre las fuerzas imperialistas de turno y el pueblo latinoamericano. Tenemos que conformarnos con los relatos en los libros y las obras en óleo que dejaron algunos artistas.
Pero el Espíritu de Ayacucho continúa vivo; merodea en Sudamérica buscando el momento apropiado para despertar. ¿cada cien años, junto al espíritu de Bolívar? No lo sé. Sólo Neruda podría responder. Pero el año pasado todos lo vimos; es más, en aquella ocasión se adueñó de nosotros.
Fue el 9 de diciembre de 2002. Hacían ya ciento setenta y ocho años desde los gloriosos hechos de Ayacucho. Ya los guerreros no iban a caballo, pero su corazón latía indómito como siempre, a pesar de que las batallas ya no eran como antes. En algunos lugares del mundo, misiles guiados por luces podían viajar miles de leguas y acabar con cientos de vidas inocentes en un breve parpadeo, con una exactitud pasmosa.
En otros lugares, se ensayaban nuevas formas de batallar y de luchar. Ya las órdenes no las daba un vistoso general en su caballo blanco, con un pecho lleno de medallas. Las daba una cajita mágica, que el Espíritu Oscuro hacía brillar gracias al poder de cuatro Hechiceros, y que tenía el peligroso don de convencer a quien la viera, de que poseía la única e inexorable Verdad.
En Venezuela se viven tiempos difíciles. La esclavitud como tal ya no existe, pero la necesidad abate a la mayor parte de los venezolanos. Y en medio de un proceso que intentaba mejorar las condiciones de un país llevado a la ruina por años de un mal gobernar, la rutina diaria de nuestro pueblo se vio interrumpida por un paro patronal. Inexplicable, pero cierto: los patronos te decían que no fueras a trabajar, y que tampoco te pagarían. Estaban molestos con el Presidente, pero decidieron que el culpable era el más humilde, y era él quien tenía que pagar las consecuencias y ser castigado.
Sin duda que la cajita mágica era todo un artilugio; ¿cómo logró esa cajita tan pequeña convencer a los inteligentes patronos de que una estupidez como esa podría dar resultado?
Pero parecía estar funcionando: esa cajita tan pequeña, tan colorida, tan llamativa, había logrado dejar sin petróleo y sin gasolina al país. Y con gasolina es que movemos a nuestros caballos. ¡es como si la cajita los hubiera matado! Además, había hecho que se acabara la comida y nos había dejado sin forma alguna de calentar nuestros alimentos. Había logrado que los vecinos se atacaran y que los hermanos dejaran de hablarse.
En medio de todos estos hechos, se movilizaron las fuerzas. Los uniformes rojos del Ejército Realista habían sido sustituidos por prendas y banderas negras. Los patriotas ahora eran quienes usaban las prendas rojas. Era un brillante juego de ajedrez, donde las piezas se apostaban para proteger, no al rey, sino al recurso del cual se alimentan nuestros caballos modernos: el petróleo.
Pero la cajita no funcionaba sola. Necesitaba que ocurrieran ciertos eventos, los cuales esa cajita podía manipular para convencer a las fuerzas de unirse a la batalla. En efecto, este nuevo género de soldados no saben que son soldados. Ni siquiera saben a quien sirven. Pero la astuta cajita puede convencerlos de luchar sin que eso importe mucho.
La mano de un desquiciado, enviada por el Espíritu Oscuro, cubrió una plaza caraqueña en Altamira, el 6 de diciembre en la noche. Esa mano acabó con la vida de tres venezolanos e hirió a veinte más. Un hecho horrible, que la cajita mágica podía manipular para reclutar a más fuerzas con las cuales podría acabar con el Presidente que amaba al pueblo.
Fueron tres días terribles los que vivieron los venezolanos desde entonces. Aquel 6 de diciembre en la noche y en la madrugada, los soldados de ropas negras acorralaban a sus propios vecinos inocentes. Algunos fueron golpeados; otros simplemente fueron insultados. Quemaron varias casas del partido del Presidente. El odio exhalaba por sus poros, quebraba amistades y destruía familias. Fuertes ruidos que los más ricos hacían con cacerolas, junto a grandes marchas de los soldados de negro en las desérticas avenidas, parecían marcar el fin del gobierno que, por unos 3 años, quiso despertar de nuevo el espíritu del Libertador. Los más humildes estaban desesperanzados; sus corazones se sentían tan melancólicos como se sintieron ocho meses atrás, aquel 11 de abril de 2002.
Pero entonces, algunos de los guerreros de la luz, impulsados por la caballería patriota, decidieron dar un duro golpe. Desde una de las sedes donde protegían el petróleo, ubicada en La Campiña, un batallón de valientes guerreros partieron, fuertemente armados con sus gargantas y su coraje, al lugar donde uno de los Hechiceros hacía que la cajita mágica más poderosa funcionara.
La cajita mágica clamaba por auxilio, no sabemos a quienes. Tal vez al mismísimo Espíritu Oscuro, suplicándole que enviara los misiles con lucecitas a rescatarla. Pero su llamado sólo sirvió para que otros batallones populares dejaran el temor, salieran de sus casas y rodearan a los otros tres Hechiceros que también eran dueños de cajitas mágicas. Los cuatro palidecieron de temor.
Fue así como miles de personas rodearon los medios de comunicación golpistas aquel glorioso 9 de diciembre de 2002: primero Globovisión en la Alta Florida; luego RCTV, Televen y por último Venevisión. En completa paz, sin más armas que su garganta y tal vez algún pote de pintura en spray.
De esa manera, el espíritu de Ayacucho tomó el pueblo de Caracas, y se adueñó de sus corazones.
Pero el Espíritu Oscuro respondió en socorro de sus súbditos. No envió misiles guiados con luces, sino a un emisario, el Supervisor de las Colonias. Disfrazado convenientemente, este señor trataba de esconder los hilos que usaban sus titiriteros -nada menos que los Hechiceros mismos- para controlar sus movimientos.
"¡Reprima a su gente, reprima al pueblo!", ordenaba el Supervisor de las Colonias al propio Presidente, en una memorable declaración que dio, escoltado por los Cuatro Hechiceros. "¡De inmediato!", sentenció.
Pero el Espíritu de Ayacucho algunas veces utiliza al guerrero más pequeño para darle duros golpes al contrincante más poderoso. Tenía guardada una pequeña cajita mágica que era incapaz de usar para el mal. Y uno de sus enviados, un pequeño emisario que los Hechiceros miraban con desdén pues lo consideraban insignificante, le preguntó al Supervisor de Colonias:
"¿Por qué usted nunca condenó los seis días de acoso continuo que ha recibido nuestra cajita mágica de parte de los manifestantes de la oscuridad?"
En efecto, los soldados de negro habían rodeado por seis días la sede de la pequeña cajita mágica de 8 colores, la que el pueblo utilizaba para buscar la verdad que no encontraba en las cajas de los Hechiceros de la Oscuridad. El 8 de diciembre la habían pintado con graffitis: "¡Romero Anselmi asesino!", decía uno de ellos.
Fue entonces cuando uno de los Hechiceros de la Oscuridad perdió el control. "¡Pero es que tú no entiendes, estamos en vivo, estamos en vivo!", gritó en su lenguaje posmodernista, mientras su traje (blanco, como los reyes para quienes trabajó) se tornó agrio y oscuro. "Ravell", como le dicen, perdió totalmente la compostura, se acercó a Boris Castellanos y casi le manotea la cara. Hacer eso ante las cajitas mágicas era mostrar su debilidad y su temor. Era, en efecto, perder la Batalla.
¡Así, los batallones del pueblo se retiraron victoriosos, no sin antes haber demostrado su poderío y lo que eran capaces de hacer! No hicieron daño a nadie, a pesar de que se les desprecia con los peyorativos de "hordas", "chusmas" y "malandros".
Pero demostraron que, como portadores del Espíritu de Ayacucho, estaban condenados irremediablemente a vencer, como en efecto sucedió casi sesenta días después.
¡Bravo por el valiente pueblo venezolano!