Últimamente está tomando auge una tendencia política de la Revolución Bolivariana, que pudiésemos denominar, en forma genérica, “obrerista”. Es decir, una tendencia que reivindica el papel de la clase obrera o, en otros términos, de los trabajadores, en los cambios que experimenta la sociedad venezolana, bajo el gobierno del presidente Chávez. El despuntar de esta tendencia resulta interesante, dado que el propio presidente Chávez había pedido, desde hace tiempo, la organización de un movimiento sindical o de los trabajadores, que les permitiera asumir mayores niveles de compromiso revolucionario.
Hasta el presente, no se había logrado y, todavía hoy, se observan divisiones en el seno del movimiento sindical bolivariano, que han impedido la consolidación de una federación nacional fuerte y organizada, para la defensa de los derechos de los trabajadores y su necesario aporte a la concepción y puesta en marcha de las políticas revolucionarias.
Las tendencias políticas obreristas son de innegable raíz marxista, puesto que fue Marx quien le asignó un papel de protagonista a la clase obrera, en el proceso de derrocamiento del poder burgués y de construcción de una economía socialista. Esto ya hace necesario tomar ciertas precauciones, en el sentido de que Venezuela no es un país capitalista industrializado y, por lo tanto, no existe entre nosotros un proletariado en términos “clásicos”, como el que describe Engels, en su investigación sobre la clase obrera inglesa, o como el que engruesó los contingentes bolcheviques, protagonistas de la revolución rusa y de la construcción socialista de la Unión Soviética.
En esto siempre tienen vigencia las advertencias del presidente Chávez, quien, citando a pensadores nuestros, como Simón Rodríguez o José Carlos Mariátegui, insiste en la originalidad de la Revolución Bolivariana, así como del socialismo del siglo XXI. Para contribuir al debate respecto al papel de los trabajadores en la Revolución Bolivariana, pongo sobre la mesa unas reflexiones acerca del proceso del trabajo.
¿QUÉ ES EL TRABAJO?
En el mundo actual, los dos principales factores que constituyen la economía son el trabajo y el capital. La relación entre ellos es de explotación: el capital explota al trabajo o, mejor dicho, a los trabajadores. Ese proceso de explotación es notorio en los países más pobres. En nuestro país también se observa, aunque está atenuado por la renta petrolera. Pero, incluso en los países industrializados, los trabajadores experimentan los efectos de la explotación capitalista. Allí también está encubierto ese proceso, porque los países industrializados se aprovechan de la explotación de los países pobres, para mantener a sus trabajadores dentro de un nivel de vida relativamente mejor. Sin embargo, aun cuando un trabajador de un país industrializado disfrute de mejores salarios, también contribuye con su sudor al enriquecimiento de los capitalistas propietarios de las empresas donde trabajan. En resumen, tanto en los países industrializados como en los que no lo están, en los que tienen grandes reservas de materias primas, como en los que no las tienen, la relación entre capital y trabajo es la misma: el capital se acumula sobre la base de la explotación de los trabajadores.
Los teóricos liberales y neoliberales, que se dedican a justificar la existencia del capitalismo, le atribuyen al capital el progreso económico de los países y del mundo. Dicen que gracias al capital se generan fuentes de trabajo y producción y que, por esa razón, debe haber ganancias que retribuyan a los capitalistas su aporte a la sociedad. Lo que no dicen estos teóricos es que la riqueza puede producirse sin capital, pero nunca sin trabajadores. Lo prueba el hecho de que el capitalismo es un sistema económico con apenas unos tres siglos de existencia, mientras que la humanidad tiene cincuenta mil o más años sobre la Tierra y durante la mayor parte de este tiempo ha vivido sin capital ni capitalistas. Hoy en día sí puede ser cierto que no es posible producir riqueza sin capital, porque los capitalistas son dueños de los medios de producción: la tierra, las maquinarias, las fábricas, las edificaciones, los medios de transporte y comunicaciones, la banca. Con la globalización de la economía capitalista, los países se encuentran en un estado de dependencia de un modo de producción, que desencadenó dos guerras mundiales, destruyó dos ciudades con todos sus pobladores usando bombas atómicas, que ha provocado un grave desequilibrio ambiental y una larga lista de calamidades de todo tipo.
El proceso político promovido en Venezuela por el presidente Chávez apunta hacia la conformación de un modelo económico diferente al capitalista. Se le ha denominado socialista siguiendo la tradición histórica de los movimientos de izquierda. No obstante, las revoluciones socialistas que se desarrollaron durante el siglo XX tienen en común la lucha contra el capitalismo, pero cada una de ellas siguió derroteros particulares y todas experimentaron problemas dignos de analizar, en su intento por sustituir el modo de producción capitalista y reemplazarlo por otro, en el cual se erradicara la explotación de los trabajadores. El más claro ejemplo de dichos problemas lo representa la Unión Soviética, que después de setenta años de construcción socialista terminó desintegrándose y adoptando elementos propios de las economías capitalistas.
En virtud del carácter problemático de la sustitución del modelo capitalista y de la diversidad de caminos hacia el socialismo, solamente queda aceptar que se trata de un proceso de transición, a partir de las estructuras heredadas del capitalismo. Es, entonces, un proceso contradictorio, definido por el presidente Chávez como algo que no termina de nacer y que convive con lo que no termina de morir. Lo importante de este reconocimiento de los problemas y las contradicciones, consiste en que nos coloca ante el reto de generar respuestas creativas, para superar las dificultades. Desde hace mucho tiempo, los venezolanos no teníamos la oportunidad de participar en un proceso tan trascendental, que nos permite rediseñar el país y acercarnos a un estado ideal de bienestar y felicidad para todos, como lo quería El Libertador.
Pero, al analizar las experiencias de otros países y los problemas que han experimentado, debemos también tener presentes las diferencias de época y de contexto, entre esas experiencias y nuestra propia situación. Por ejemplo, la imagen del trabajador que se extrae de los procesos revolucionarios europeos es la del obrero fabril, la fuerza de trabajo de la industria de los países capitalistas del llamado Primer Mundo. Obviamente, esa no es la condición que prevalece en Venezuela. Por lo tanto, no podemos copiar modelos. Tenemos que profundizar en el conocimiento de nuestra realidad y promover iniciativas acordes a nuestro ser nacional y suramericano.
Lo primero que se nos viene a la mente, al pensar en el trabajo, es nuestra propia forma de trabajo: La actividad en la oficina: documentos, comunicaciones, reuniones, planes, cronogramas, mapas. Pero esta es una forma moderna. Otra forma, también moderna, es la imagen del obrero fabril, un hombre o una mujer vestidos con braga, botas, guantes y casco, que realizan tareas duras y sucias, en un ambiente industrial. Distinta a la del proletario, que emergió con la llamada Revolución Industrial y que dio motivo para que naciera el movimiento socialista europeo, cuyas ideas posteriormente se esparcieron por todo el mundo, a medida que se extendía la economía capitalista.
Para hacernos una idea clara del tipo de obrero que produjo la Revolución Industrial, deberíamos leer las páginas del excelente estudio hecho por Federico Engels, el inseparable amigo y compañero de lucha de Carlos Marx. Me refiero a “La situación de la clase obrera en Inglaterra”, donde Engels describe las deplorables condiciones de trabajo, de alimentación, de vivienda y de salud a que estaban sometidos los obreros de las nacientes industrias capitalistas inglesas. La lectura de este texto le dio un fuerte estímulo a Marx, para realizar su trabajo de investigación sobre el capitalismo, que se convirtió en el más riguroso aporte teórico al pensamiento socialista.
Entonces, para reflexionar sobre el trabajo, su concepto, sus variaciones o modalidades, la dinámica en la que se encuentra inmerso y las potencialidades que puede desarrollar, es bueno comenzar por preguntarse: ¿qué es el trabajo? En principio, el trabajo tiene una mala imagen histórica. En la mitología griega y en la religión católica, se le asocia a las condenas y los castigos de los dioses o a las difíciles pruebas que deben superar ciertos personajes, para alcanzar determinadas recompensas. La palabra trabajo proviene del latín tripalium, que designa a un instrumento de tortura. Como puede verse, en la tradición occidental, el trabajo está asociado a ideas negativas, que causan rechazo. Por otra parte, en esas mismas sociedades antiguas, las clases dominantes concebían el trabajo como una actividad denigrante, propia de esclavos, mientras que ellos se reservaban el ocio, como modo ideal de vida.
En esta tradición occidental, hay que llegar a Karl Marx, para encontrar una concepción del trabajo completamente distinta. Marx es el autor de El capital, cuyo subtítulo es Crítica de la economía política. Esta obra constituye un extenso y consistente estudio crítico de la economía capitalista, completamente vigente, especialmente en el clima globalizado actual. Aun cuando se considera a Marx un autor difícil de leer y comprender, la sencillez de su definición del trabajo sorprende gratamente. En las primeras páginas de su obra maestra, Marx describe el trabajo como sigue: “En su producción (de objetos útiles), el hombre sólo puede proceder como procede la misma naturaleza, es decir, haciendo que la materia cambie de forma. Más aún. En este trabajo de conformación, el hombre se apoya constantemente en las fuerzas naturales. El trabajo no es, pues, la fuente única y exclusiva de los valores de uso que produce, de la riqueza material. El trabajo es, como ha dicho William Petty, el padre de la riqueza, y la tierra es la madre.” (Marx, Karl. El capital. México, FCE, 1975. T. I., p. 10).
Unos capítulos más adelante, profundizando en el tema, en la primera sección del capítulo V, “Proceso de trabajo y proceso de valorización” (Ibid., p. 130), dice: “El trabajo es, en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso en que éste realiza, regula y controla mediante su propia acción su intercambio de materias con la naturaleza. En este proceso, el hombre se enfrenta como un poder natural con la materia de la naturaleza. Pone en acción las fuerzas naturales que forman su corporeidad, los brazos, las piernas, la cabeza y la mano, para de ese modo asimilarse, bajo una forma útil para su propia vida, las materias que la naturaleza le brinda. Y a la par que de ese modo actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él y sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina.”
Marx parece estar describiendo lo que la biología llama metabolismo, es decir, el proceso mediante el cual las células absorben sustancias del medio, las procesan, las asimilan y las excretan, para garantizarse de esa forma la vida. Puede concluirse que el trabajo es para Marx una necesidad vital: la vida misma. Los seres humanos, mediante el trabajo, nos apropiamos de la materia natural, para satisfacer nuestras necesidades y producimos, en el proceso, residuos. Por necesidades de la descripción, está hecha considerando los individuos, pero, los seres humanos vivimos en sociedades, de manera que todo el proceso del trabajo es un proceso social y sigue siendo social, incluso en el capitalismo, aun cuando esté atravesado por las contradicciones propias de este tipo de sociedad clasista que es la capitalista.
También merece la pena citar la distinción que hace Marx entre el trabajo humano y el trabajo animal, porque contribuirá a configurar una idea cabal de la trascendencia de esta actividad y, por tanto, a valorar mejor el efecto de la organización capitalista de la producción sobre los seres humanos. Dice Marx: “Una araña ejecuta operaciones que semejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, por su perfección, a más de un maestro de obras. Pero, hay algo en lo que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro.” (Ibid., p. 130). El trabajador, en su actividad vital, se distingue del animal porque compromete la cualidad que lo diferencia de los animales, su capacidad consciente. Pone en ejercicio sus facultades físicas e intelectuales.
LA ALIENACIÓN CAPITALISTA DEL TRABAJO
La organización capitalista de la economía pervierte el proceso natural del trabajo, tanto física como espiritualmente. Coloca la actividad al servicio de la acumulación de capital y no de la vida social y le hace perder sentido trascendente, porque le impone una finalidad que no depende de la conciencia o la intencionalidad del trabajador, sino de los motivos lucrativos del capitalista. Ello permite entender por qué Marx llega a tener una visión tan crítica del capitalismo: es éste un sistema que niega la esencia de la actividad humana. Y, al pasar el tiempo, el desarrollo capitalista ha llegado al extremo de amenazar la propia existencia de la vida sobre el planeta. Esto puede parecer una exageración, debido a que cada uno, desde su modesta posición de individuo, no alcanza a concebir que existan fuerzas tan poderosas, como para amenazar la continuidad de algo tan complejo y grandioso, que es el resultado de millones de años de evolución. Sin embargo, ya tenemos muchas señales y advertencias de que realmente es así, que la organización capitalista de la economía mundial ha logrado vulnerar el equilibrio ecológico global.
La conclusión a la que debemos llegar es la de reivindicar el trabajo como actividad vital, organizada de manera diferente a la capitalista. Algo en lo que está comprometida la Revolución Bolivariana y que ahora, gracias a las iniciativas internacionales promovidas por el presidente Chávez, se está convirtiendo en un compromiso de todos los pueblos de Suramérica, El Caribe, África y Asia y hasta de los mismos pueblos del mundo industrializado. No es un mérito solamente venezolano, porque las graves situaciones vividas en las décadas finales del siglo XX, despertaron la conciencia de muchos movimientos populares en todo el mundo, pero nosotros hemos asumido esas banderas y les hemos dado un gran impulso, que también estimula a todos aquellos pioneros. Lo mismo se puede decir de la reivindicación del trabajo y los trabajadores, que es una lucha iniciada casi con la emergencia del capitalismo y que ha experimentado avances y retrocesos, pero que la Revolución Bolivariana ha alimentado con su iniciativa.
Ahora, deberíamos reconocernos como trabajadores, preguntarnos cómo y qué clase de trabajo reivindicamos. Evidentemente, no puede ser el trabajo que empobrece al trabajador, mientras engruesa la acumulación capitalista, ni puede ser el tipo de trabajo que para atender a las necesidades sociales agrede a la naturaleza y agota los recursos indispensables para la vida. Nuestro trabajo debe rehumanizarse y volver a ser un acto socialmente cooperativo y armónico con la naturaleza. La reforma constitucional, con la reducción de la jornada laboral y la reivindicación de la propiedad social, apuntaba hacia ese fin. No lo comprendimos así, la sociedad venezolana no estaba madura para dar ese gran salto.
En la Revolución Bolivariana, tenemos una gran oportunidad para crear un modelo de relaciones humanas y ecológicas. Sirva esta oportunidad como un estímulo a nuestra creatividad y a nuestro compromiso revolucionario, para sentar las bases de una nueva economía, en la que los trabajadores recuperen esa condición humana integral, que más allá de las reivindicaciones salariales y de las óptimas condiciones de trabajo, debe llevarnos a construir una sociedad distinta, solidaria, fraternal, en la cual esté definitivamente erradicada la explotación de los trabajadores y se rehaga el vínculo vital con la madre tierra. Es la mejor herencia que podemos entregarle a las futuras generaciones.