Solo había visto los pumarrosos desde el balcón de una fotografía; hasta una adivinanza que perdió en sus hojas una ardilla. Se construye la revolución y se construyen los rostros que nos ayudan a creer en nuestras pinturas muy particulares. Con los pumarrosos en frente, sin fotografía que los tape, me encontré con una rosa sola erguida en su tallo de espinas. Era la primera flor, de esas flores que se van regando cuando el amor y la revolución te invitan a investigarlos.
Tierra verde; verde en extremo que no calla la miseria. Es la Cuenca del Chama que recibe la visita de Barrio Adentro. El Hugo Chávez se muestra andino o por lo menos así lo escucho en sus voces; el sentimiento es el mismo aunque el sonido cambie. Es época de graduaciones y Mérida se viste de fiesta. Carne asada y un ovejo que no toca la parrilla; el dominó y la jerga que me enreda en la memoria una historia antigua que me llevó de forastero a habitante de Valera; y de habitante a jefe y de jefe a renunciante… Es otra historia… Pero allí, en medio de risas, jolgorio y los tragos que te unen a los solidarios desconocidos, la rosa se convirtió en clavel; lenguaje silencioso que se convierte en estrella y un roce que te dice “¡Estoy aquí!…” Esta revolución es una vaina seria… Puedo asegurar que los camaradas percibieron mi cabeza repleta flores.
Me hablaron de Dimas y salió de su casa repleta del frío que cobija las ideas. Extraño ambiente para arrebatar la dialéctica. Una puerta de madera, el piso de ladrillo que recuerda a nuestras abuelas y un enorme cuadro de Lennin perdido en los sueños de una pared rodeada de verde oliva. Primera sorpresa: Dimas tiene internet y rebusca en las noticias para salir luego a reunirse y defender este proceso y explicar este proceso y joderse por este proceso y unir cuatro mesitas de tablopan para construir la camilla que utilizará la médica cubana. Mérida arriba y Dimas habla conmigo en una brecha herida por el río.
Maritza lo acompaña y repite las preguntas de ayer, anteayer y las del mes pasado; son vecinos y no se cansan de programar, construir, debatir, ilustrar el significado de una revolución que se cuida a si misma, por encima del abandono de algunos dirigentes… A mi lado llueven las orquídeas y una de ellas, la más hermosa, le pregunta como pueden estar tan bellas… “Se cuidan solas…” – Contesta Dimas con cien años de ilusión a cuestas. No puedo evitar verlas y llenarme del morado que las hace fuertes. Sobre todo aquella que habla con Dimas. Es la más fuerte y revolotea con el frío; casi coquetea con mi interés y le parpadean los pétalos. Tengo un jardín en la cabeza… ¿Cómo voy a dejar de verla?
“No había donde alojar a la médica… Pues la metí en la habitación que hospeda a la familia y después llamé a mi mujer… ¡Está listo, carajo! Después me arreglo con ella” – Dimas no solo es solidario; también es temerario. Mira que pasar por encima de los debates familiares y convertirse en posada de la revolución. Pero, de allí nace el poder popular. De sabias pretensiones, de ilustres decisiones y de peos familiares que conozco de sobra. La valentía no solo la encontramos con un fusil en la mano; hay flores que le dan olor y color al futuro que vamos construyendo. Dimas no sabe cuan cerca estoy de su sonrisa triunfal; díscolo sentimiento que me obliga a ser determinante en esta lucha diaria.
La carretera hacia arriba serpentea. La gobernación del estado está arriba y la ranchería que pisa la orilla del Chama está abajo. Allá arriba dedican el tiempo a la política y aquí abajo se hace la revolución. No me interesaron los museos y, quizás, me divertí con los tambores que se atrevieron a cerrar el tráfico de una Mérida que está de fiesta, de bohemia, de discusiones y de traiciones que “Dios, mediante, habrán de caer…” Pero, insistí en dejar que mis flores se convirtieran en mariposas que luego volvían a ser flores y al final, a mi lado, muy cerca, se convertía en una hermosa margarita…
El adiós, hasta pronto, que se intercambia con la esperanza del retorno, se fundieron en un abrazo de camaradería. Dimas, se dejó ganar por el atropello de las explicaciones y yo tengo este ramo de flores que quiero disfrutar en soledad… El clavel y la rosa me acariciaron la oreja; la orquídea y la margarita abultan el bolsillo sin darme tregua.
Volví a los pumarrosos y le regalé un cometa que regresará por estas tierras. La ardilla, aquella que se me escondió y no pude ver en el balcón de aquella fotografía, sigue tan campante de rama en rama… No sabe que su residencia está amenazada por esas vainas de la seguridad en los tiempos modernos… Pero, la ardilla me recuerda que la revolución siempre ha estado amenazada y que por su terquedad de vivir tejiendo meses en la enramada, de seguro ganará…
Y las margaritas llenaron su bolsillo…
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