Soy un margariteño y, por ende, venezolano, de mente amplia. Jamás me
han corroído los sentimientos xenófobos de un nacionalismo mal
entendido que consiste en despreciar al extranjero. Antes por el
contrario, me hice adulto bajo el estímulo de los lemas de la
Asociación Pro Venezuela, fundada por mi tío, Alejandro Hernández, uno
de cuyos axiomas nos enseñaba que lo que importa no es donde se nace,
sino donde se lucha.
Por lo demás también he sido extranjero en otras tierras y pude
apreciar lo que se siente cuando se labora lejos del suelo nativo, cosa
que no siempre resulta tan fácil como aquí.
Hacia Colombia y los colombianos tengo sentimientos bien definidos de
cordialidad y camaradería, así como deseos de compartir con ellos las
bondades de esta tierra, que alcanzan para nosotros y para otros
ciudadanos del mundo que no tuvieron la suerte de nacer en una patria
como esta.
Lo que no puedo entender, por mucho que me esfuerzo en encontrarle
algún sentido, es la creciente tendencia que se manifiesta en diversos
medios de comunicación supuestamente criollos, donde todo lo que se
hace en Venezuela es malo, mientras todo lo que ocurre en Colombia es
de maravilla.
De hecho he sentido que en muchos canales de televisión privados de
este país existe una campaña soterrada hacia la colombianización de la
audiencia. Las telenovelas, la música y los artistas de la hermana
república, a quienes no les niego calidad, reciben la permanente
atención de dichos medios. El asunto pica y se extiende en cuanto a las
noticias, pues los canales privados presentan todo lo de allá como
fabuloso y todo lo de aquí como siniestro.
Estas circunstancias me han hecho pensar en algo que salta a la
vista y poco se menciona. ¿Cómo es que, si bajo el gobierno de Uribe, y
los Santos que lo acompañan, todo es color de rosa y bajo el régimen de
Chávez esto es una dictadura, los colombianos siguen viniendo a
trabajar a Venezuela y no son los venezolanos los que emigran hacia
aquel lado?
Tal vez este régimen, al que tanto desprecian, tiene algo que
algunos criollos no estiman, pero que otros, menos ciegos, aprovechan
sin enrollarse tanto.