"Sólo pide justicia, pero
sería mejor que no pidieras nada"
San Agustín
Insistimos: el señor Basaltar Córrale (así le llama Sant Roz al obispo de marras, en su último libro: LAS JINETERAS) debería dedicarse definitivamente a fortalecer su carrera política, y considerarse como delegado único -ante ausencias clamorosas de liderazgos e intereses irreconciliables- de esa cosa denominada coordinadora democrática. Caso contrario, su iglesia seguirá perdiendo adeptos y caería, sin remedio, en el olvido de los siglos eternos. Pastor que se precie de tal, debe predicar, sobre otros asuntos mundanos, la palabra del Cristo redentor. Asumir su ejemplo como bandera. No darle prioridad a cuestiones de otros géneros. Mucho menos tomar partido de un solo sector, sobre todo cuando éste representa a la derecha más reaccionaria y recalcitrante de un país. ¿Estamos equivocados? ¿No es la voz de Basaltar Córrale la misma de quienes impulsaron el Golpe de Estado en abril 2002 y el "paro cívico" que nos obligó a hacer colas para conseguir gasolina, gas doméstico y alimentos?
¿No sonreía en Miraflores, junto a los golpistas de turno, mientras Chávez estaba secuestrado?
Ya nos pareció extraño. ¿Cómo logró permanecer "callada" la jerarquía católica durante los dos procesos de recolección de firmas? ¿Cómo hizo su presidente para no emitir opinión en esos ocho días? ¿Cómo no inmiscuirse si nos tenía acostumbrados? ¿Acaso habría tomado cierta dosis de mesura? Gallina vieja esta gente, decía Alí Primera.
Ocurría: cuando el pueblo intentaba reaccionar, ¡zas!, aparecía la voz del cura alertándolo sobre la justicia divina si los rojos asumían el poder, y el chopo del comisario para calmar los ánimos de quienes nunca podían reclamar sus derechos. Con Chávez no vale sermón de cura ni represión justificada que amedrente.
El pueblo de Bolívar ha vuelto a despertar y reconoce dónde está la verdadera verdad. No cree en catecismos impuestos. Sabe quiénes son los representantes de Dios en la tierra, y ya no confía -como antes- en santos de altares, politiqueros disfrazados de obispos, curas en púlpitos con discursos amenazantes, ni en panfletos repartidos en homilías para revocarle el mandato al "inquilino" de Miraflores, ni en vírgenes descabezadas por "hordas furibundas". Ni ponen ni dejan la culequera, insistía el cantos del pueblo venezolano.
En Venezuela, durante la invasión y luego en plena época colonial, siempre se usaron figuras religiosas para adoctrinar "salvajes herejes", y defender o atacar las gestiones de cualquier gobernante o partido político. Fuesen dictadores o "demócratas". Pérez Jiménez o Lusinchi, por ejemplo. Sobran casos. La historia nacional está allí, para quien desee revisarla. La cúpula eclesiástica, desde sus orígenes, ha cuadrado sus intereses con los del gobierno de turno. Pocas veces corrían papas, cardenales y obispos a evitar el uso -y abuso- de sus iconos en campañas a favor o en contra de equis candidato. Santos y vírgenes estaban a disposición de quien ofreciera más dividendos -económicos, por supuesto- a la Iglesia Católica. Porque el interés supremo de esta institución ya no es salvar almas o procurar vida eterna o reconciliarse con los pobres, sino cuántos ingresos materiales debo acumular para seguir manteniendo mi status quo.
El caso de la Plaza Altamira es patético. Durante meses se utilizaron imágenes sin que ningún alto prelado dijera pío. Ni Basaltar Córrale pidió castigo al señor de su cielo. Hubo muertos, incitación a la violencia terrorista, desconocimiento de la Constitución y las leyes, droga y quién sabe cuántas cosas más; pero como toda la parafernalia era contra Chávez, los medios y los "dirigentes" opuestos al gobierno la ocultaron premeditadamente. Bastó sólo que una imagen quedara sin cabeza, para armar escándalo y culpar -cosa rara- sin averiguar, al Presidente y a todos sus seguidores. Si nos descuidamos, puede ocurrírsele a alguien levantar un templo en plena plaza y canonizar al gral. González González, con la bendición del señor Basaltar.
Estamos en contra de cualquier manifestación violenta. Deben respetarse todas las doctrinas, cultos e ideologías. "La contradicción es la única prueba de la libertad", sostenía Artigas. Encender la señal de alarma para cualquier sector de la vida pública nacional. No podemos defender a unos y atacar a otros, cuando ambos están cometiendo los mismos desafueros y provocando desórdenes a toda hora y en todas partes. La justicia debe repartirse equilibradamente y en el momento preciso. Las gallinas viejas ponen o dejan la culequera.
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