Esta navidad que ya viví


Navidades…¡Han sido tantas i tan distintas! Tengo muchas vivencias guardadas i arropadas, en los años cercanos a las tres cuartas partes de un siglo que, sería imposible tan siquiera abocetarlas; desde las primeras de niño o adolescente, allá en la casona de la Calle Derecha o en el Hato de Bella Vista, con la presencia de tantos seres queridos que ya no están, hasta la cúspide, cuando hacía familia nueva, sembraba en la tierra del amor árboles i estrellas, para entonces soñar que transitaría por un acirate de frondosos verdes al amparo de brillantes soles, o seguiría la ruta nocturna, no con una sola estrella como la de Belén, sino con muchas estrellas hasta una meta lejana i desconocida que, como el Absoluto de alguna filosofía de la Historia, sería algo verdaderamente milagroso i feliz. Entonces, ¡fueron tantos los momentos felices puros, o de tristezas malvas! Siempre la Navidad tiene un revuelo de alegrías i tristezas que, al pasar los años van ganando las segundas i nos pone a luchar contra ello, porque si la melancolía nos embarga, debemos pensar que para la descendencia i los que ahora levantan vuelo, no debemos empañar los limpios cristales a través de los cuales miran la existencia. La Navidad no huele a pino, vinos i fiestas, sino que su aroma predominante debe ser de hogar. En los países de cuatro estaciones –como viví algunos años– hogar no solamente es casa, es chimenea, fuego donde destullecemos las manos después de jugar con la nieve i nos abrazamos con los seres amados; en este trópico bello i cálido que no cambio por lo primero, el calor de hogar no es la chimenea, sino todos los ambientes que nos envuelven de cálidos recuerdos, al mirar retratos, libros, porcelanas i cuadros de pintura, evocando hitos. I el pesebre, el arbolito, i cuanta cosa nueva, como San Nicolás, transformado por la agresiva transculturación en Santa Claus, tiene cada vez, diferentes modalidades i encantos.
Sin embargo, ese pasar raudo de la gaviota del tiempo, del que nada sabemos como decía San Agustín o me lo enseñaba Jean Ladrière en Lovaina, en su curso del Tiempo Científico, Cronos, invisible e incomprendido, va dejando huellas. I cuando llegamos a tiempos como el mío, o el de Manuel mi amigo hermano, o como el de Américo testarudo que ya se fue, o el de Tito el caballero andante del idioma o el dolido Humberto que la fecha le recuerda un orto i le devuelve penas, la Navidad cambia; i si cometo el error o la flaqueza de escribir lo que se siente, cuando como aquel poeta anotaba en La Renuncia, tal parece que, “desbaratando encajes, regresaré hasta el hilo”, porque hai dolores, penas o ausencias, inútiles de ocultar o de olvidar. Por eso, porque afortunadamente en mi vida, aunque no tengo árboles de sombra, al menos tengo muchas estrellas en el firmamento. Mis hijas, mis amigas, mis jóvenes alumnas que me consultan de medicina, de arte o de la historia. Mis nietos, que son los luceros que nacen al alba i brillarán mucho mañana; mis pocos pero verdaderos amigos, algunos ya ausentes, i otros prestos a compartir momentos inolvidables, como los mencionados o como Iván, Eddie o Ruperto, cuando entre poesía, cantos i filosofía de la vida, creemos construir un mundo, o esfumar entuertos. Por eso esta Navidad, aunque siga desbaratando encajes, ha sido la más sencilla i hogareña de todas i ha traído bellos momentos.

Primero que todo, he compartido con mis hijas; una estuvo de visita, porque tiene compromiso con su hogar, pero las otras dos a mi lado. Las tres son las que mantienen los latidos de mi corazón. Mis nietos, los he tenido a todos, menos al mui lejano en España; pero un niño dulce e inteligente, me cantó un villancico en mi cuarto i una nietecita que es un remolino de estrellitas, volando como una libélula i repartiendo encantos, representa a todos, incluyendo a los que tratan de alejar de mí. Mas, la vida tiene recompensas para quienes, ni odiamos ni guardamos rencores i, entre las tantas alegría de compartir en modesto grupo la Navidad que ya viví, un libro escogido con acierto i, más aún, una breve pero bella dedicatoria, ha sido un repique de doradas campanas en el interior de mi reparado miocardio, cuando una joven se expresa: “A quien he amado como un padre y le debo tanto cariño que trataré de devolvérselo en el resto de mi vida”. Es la mejor amiga de mis hijas i prácticamente otra hija i una estrella más en el firmamento de mi vida: Diana, nuestra querida Gusi.

Así, inesperadamente, esto ha sido una distinta, tranquila i bella nochebuena, en la tibia ternura del hogar. Evocando la sombra verde que perdí; mirado en el firmamento mis estrellas, escuchando en el costado los latidos que canta el pico de canario, de mi válvula mitral. Todo depende de cómo detengamos los recuerdos del pasado, i por unas horas dejemos de pensar en el futuro; entonces hacer del presente, un remanso, una pausa en el camino. Olvidar a los que nos han herido o detestan la Navidad, como Bernard Shaw o Menkel que la maldice i cree payasada; pero tampoco, fantasear como Dickens que, nos quiere volver niños otra vez. En fin, no es lo religioso, lo tradicional ingenuo, ni lo comercial; es algo simplemente, que se siente aquí: revisemos la conciencia i encendamos las luces del amor.











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Roberto Jiménez Maggiolo


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