“La quintudicíplica hormonal quántica de los factores mediáticos en la manipulación de los genes hemisféricos que originan una estabilización macrobiótica en el individuo que lee noticias en internet, regulan sus funciones esferoidales que pudieran ser afectados por la escatológica función de los diarios que afectan el nivel freático de la intemperancia psíquica”
Revolucionario por genética y sin praxis, Esteban asumía ser la vaina más arrecha que pariera esta Venezuela patria. Madre guerrillera y Padre filósofo, confirmaban su tesis ultrasónica de los elementos que conformaban a un buen revolucionario en plena era informática.
Sus conocimientos lo elevaban a la quinta esencia y su ego, muchas veces malinterpretado, al relegado rincón de los sabelotodos que creaban enemigos hasta sentado en la poceta de un baño con un libro de Baldor.
Sabía de todo y no sabía nada. Estudiaba fórmulas mágicas y hurgaba en escrituras chinas; al final terminaba con la misma inquietud:
”Que por saber tanto, sé tan poco, que tengo que alimentar mi ego con la presunción de saber mucho… ¡Qué vaina conmigo cuando se mucho! ¡Qué vaina cuando entiendo que no sé un coño!...”
Intelectual de bolsillo, perdía los estribos con facilidad cuando se le contradecían las teorías. No perdía oportunidad para codearse con el embajador de Libia y discutir algún error del Libro Verde en consonancia con la revolución bolivariana. A decir verdad, el embajador libio se mostraba incómodo cuando Esteban lo visitaba y terminó por cerrarle las puertas de la embajada cuando supo que era un güevón sin más altura que el metro setenta que lo medía. Sin embargo, terminaría más de una vez una conversación banal, asumiendo su amistad con el insigne personaje.
”¡Qué arrecho soy yo! ¡Qué vergatario soy!... No sé que sería mi vida sin mí… Cada día confío más en mí y no puedo entender porque Chávez no me llama a Miraflores… Si me conociera, de inmediato me nombraría ministro, asesor… qué se yo… acaso su delfín…”
Esteban no dejaba de plantear batallas con su insistente teoría a la que llamó “Reacción en Cadena de los Métodos Cibernéticos en el Cerebelo de las Formaciones Depresivas en la Comunicación Quántica”. Nadie le paraba la más mínima bola y quienes se detenían a escucharle, terminaban excusándose con un almuerzo olvidado con una tía o un asunto urgente que no podía obviarse.
A Esteban le arrechaban esos desplantes, pero el ego de inmediato se instalaba en su pituitaria y sustituía la imagen de una hamburguesa de la Calle del Hambre, con su flamante rostro en un cuadro de la academia de ciencias de la extinta URSS. Sentía que su ego se inflaba como un globo aerostático y el desplante era olvidado con un breve comentario.
”Estos ignorantes no saben el caudal de conocimientos que llevo en mi caja de pensar… Solo están pendientes de comer arepa con queso en José Félix Ribas en una de esas reunioncitas de Barrio Adentro… Si me dejaran evaluar ese proyecto, ¡las vainas que cambiaría!... Es que ni Linus Torvalds podría emular el proyecto médico cibernético que tengo en mente…”
Esteban asumía el marxismo como método científico para dominar a esa masa de zarrapastrosos que pretendían gobernarse a sí mismos y no pudo escapar a unos cuantos coñazos ganados por la fuerza de su ego, cuando ilustraba forzosamente sus apreciaciones en una reunión con la plebe.
Firmaba cualquier papel con su doctorado en ciencias informáticas, número de inscripción en el Colegio de Ingenieros y un anexo de los postgrados en Houston, Cambrigde o La Sorbona; postgrados que por cierto nunca fueron entendidos y se los entregaron por fastidio a pesar de haber plagiado unos apuntes de John Mauchly. Pero, Esteban defendía sus postgrados con encono.
”¿Quién es ese John Mauchly, nojoda? ¿Son tan ciegos que no ven la sabiduría que adorna mi cabeza de laureles? ¡Qué se jodan!... Igual tuvieron que firmarme los postgrados…”
Acudió Esteban a una invitación que le hiciera Manuel Caballero. Quiso negarse a tal compromiso. Su chavismo sufría los avatares de la incomprensión y la alimentación adictiva de su pituitaria necesitaba dosis más altas de egocentrismo. Imaginó poder convencer a Manuel Caballero y lograr insertarlo en el círculo de Roberto Malaver, Roberto Hernández Montoya, Earle Herrera o Luis Britto García. Incluso ¿Por qué no? Que pudieran invitarlo al programa Como Ustedes Pueden Ver y hacerlo un converso a las ideas bolivarianas.
Esteban habló solo una vez y Manuel, caballero al fin, en retruque le dictó una cátedra de los vinos que se había perdido por estar influenciado por la vulgaridad chavista. Le habló de dóllares, de proyectos, de la NASA, de su inexcusable falta académica en Harvard, de las bolas que tiene Chávez al desperdiciar tanto talento y de los logros económicos que este gobierno comunista, tiránico y falto de glamour le había negado…
Esteban, con camisa de flores tropicales, sostiene una piña colada en Parrilla del Polo en Lincoln Road de Miami. Los mesoneros le huyen y el barman pidió que lo cambiaran de turno. Solo lo atiende un cubano sordo de a bola que le puso Manuel Caballero a su lado.
”¡Qué arrecho soy! ¿Verdad, Manolito? Y eso que no te he hablado de la arritmia suprarrenal que provocan los algoritmos chavistas… ¡Coño, Manolito!... Es que soy arrechísimo, chico… Ni yo mismo me soporto tanta sabiduría… ¡Cosa más grande!..."
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