Es decir, me parece justo que el musicólogo y pedagogo venezolano
reciba un premio, tan solo lamento que éste se lo otorgue el heredero
de la monarquía española, una especie de salto atrás en los sistemas
políticos democráticos, quien, además, en lo personal carece de méritos
relevantes o tan siquiera de la gracia para otorgar reconocimientos
científicos, deportivos o cívicos.
Se trata de un caso de quien intenta ser notable por asociación, a
base de codearse con personajes que han realizado tareas en beneficio
de la Humanidad. Por cierto, vale la pena recordar que dicho premio le
fue otorgado a la periodista Patricia Poleo y también al camarógrafo de
la filmación chimba sobre los "Pístoleros de Puente Llaguno", quienes
no son precisamente benefactores de sus prójimos.
Este año, por lo demás, el premio que se otorga por actos a favor
de la extrema derecha le correspondió a la liberada colombiana Ingrid
Betancourt, presente en todos los saraos aristócratas en condición de
mártir o sobreviviente.
Desde hace rato albergo la sospecha de que los reyes de España
pretenden emular al premio Nobel en una versión guachafitera, que
incluya a las Poleo y las Betancourt. Dicha presea será añorada por
quienes añoran los títulos de nobleza y otras ridiculeces anacrónicas
que sirven para figurar en la revista "¡Hola!".
El señor Nobel, a fin de cuentas, inventó el TNT, explosivo utilizado
para volar muchas cosas, incluyendo uno que otro ser humano. En
compensación el caballero sueco decidió premiar a quienes contribuyeran
con sus inventos a mejorar la condición del hombre, tanto en lo
científico como en lo intelectual.
Recibir el Premio Nobel es una distinción que supera con creces el
beneficio monetario, que tampoco es malo, pues por lo general son más
de un millón de dólares.
Por cierto, ignoro si el Premio Príncipe de Asturias conlleva una
gratificación en metálico, lo cual sería extraño pues el rey Juan
Carlos tiene fama por practicar el sablazo, o sea por no tener empacho
para recibir regalos o comisiones en euros o hasta en pesetas, si el
asunto lo amerita.
En todo caso, ni siquiera un estipendio de proporciones muy
realistas le podría impartir prestigio a un premio proveniente de la
sucesión franquista.
Lo contrario sería mucho más sensato. Me refiero a la posibilidad de
crear un premio con el nombre del maestro José Antonio Abreu, que se
otorgue a los creadores de obras tan trascendentes o edificantes como
la suya.
De lo que pueden estar seguros es que bajo ninguna excusa el
príncipe de Asturias acumularía méritos para recibir dicha presea. A
menos que, en un arranque de nobleza, se le ocurriera renunciar a ser
rey de España por la mera gracia de Dios.