Hoy quiero hablar de números, de esos que nos matan, de esos que nos colocan en una carnét y luego nos llevan a cambiar la foto todos los años, para que no veamos que estamos envejeciendo y solo servimos para parir más números.
Hoy quiero hablar de los números que llenan al patrón, los que nos etiquetan, el que nos puso un seguro que luego es regateado en una clínica mientras al patrón le importa un coño si tienes apendicitis, dolor de estómago o una cosa que le llaman colesterol que termina matando al más pintao y no vale ni siquiera que el patrón, Dios todopoderoso, interceda con el diablo para que ingreses a una discoteca en el infierno.
Hoy quiero hablar de esos números que han enriquecido a torpes, mientras nos jodemos para que el torpe se enriquezca y creemos que el torpe nos quiere que jode y a final de cuentas, cuando salimos todo asustados de la oficina del torpe, este esta cagao e’ la risa por esta manía que tenemos los mortales de tenerles miedo al salario.
Hoy quiero hablar de Alberto Dorante, un hombre como yo, con defectos iguales a los que arrastro y virtudes que me adornan, cosa que le importó un coño a quien nos dio trabajo y nos convertimos en la rueca que hiló nuestras vidas por décadas. Él, Alberto, casi un animal de costumbre en una vaina que se llamó el Bloque De Armas y yo, otro que creía en esas décadas que nos acostumbran, también hile la mitad de mi vida en medio de números que pudieron llenar de clavos mi ataúd; el mismo que encerró a Alberto y que terminó en una esquela tres días después en el 2001.
Igual le pasó a Belardi, él que hizo Mi Silabario y Lector Venezolano de 2do. grado, terminó en el Seguro Social de Valera esperando la muerte con la decencia de los ilustres, todavía ahorrándole a quien se enriquecía y le importaba un coño su decencia. Nunca cobró un céntimo por los derechos de autor; pero el maestro Belardi se convirtió en un número más de la empresa. Como se convirtió Alberto, como se convertirán muchos que todavía siguen creyendo en la interacción numérica del capital versus la humanidad.
Alberto y yo teníamos diferencias. Uno más arrecho que el otro o porque creímos en esa supremacía de la arrechera como don de trabajo. Me llevó alguna vez a cazar con escopeta unas cuantas potocas; era yo un cagaleche cuando las cargaba por orden de su vozarrón. Pero, me hice grande y llegué a ocupar el puesto que él ocupaba y llegué a ser su colega en un medio que te inyectaba lentamente la muerte.
Alberto abandonó Barquisimeto y se vino a morir en Guatire esperando una operación. Fue esa generación de convencidos que querían convencernos de lo que hoy no estoy convencido. Era, simplemente, Alberto Dorante. Y no me di cuenta de eso hasta que entendí que nos llevaban a una tumba llena de números. Cada vez que revisábamos un parte de caja, nos colocaban un cañón en la cabeza, pero nos importaba poco ese pequeño juego a la ruleta rusa que aún hoy me llena la cabeza de cuervos.
Todavía quedan muchos Albertos dentro del Bloque De Armas. Aspirando a un recordatorio en el 2001, porque allí te recuerdan cuando la naturaleza te reclama y te va transformando en barro. Alberto tuvo amigos y no podría contarme entre ellos, pero hoy escribo con arrechera su muerte que nos ha llevado a conversar siempre de las mismas miserias. Todavía hay quien se llene la boca y diga “¡Que buen amigo fue Alberto!” Pero, murió Alberto ¡Carajo! Y no es cosa de llenarse la boca con mariqueras y recuerdos de saludable amistad… Usted, que fue amigo de Alberto, igual está muriendo al aceptar que exista un comentario, una risa irónica, acompañada del miedo que le embarga al saber que lo enterrarán e igual pasará.
Le recuerdo a la empresa y a sus propietarios que ese Alberto, pudiera cuantificarse en muchos millones de ingreso. Más de cuarenta y cinco años llenándoles los bolsillos a usted, a usted y a usted. ¿Todo eso para qué? Para que te aparten cuando las estadísticas en ventas no perdonan y el carnét no puede renovarse por vejez.
Ciertamente. Alberto, tuvimos una diferencia, tú más de cuarenta y cinco; yo solo diecinueve. Hoy tengo sueños que van para cuatro, me siento un recién nacido. Tú te fuiste cuando aún empezabas a soñar. Pero voy a regalarte un sueño y me importa poco lo que pueda provocar…
¡Que hijos de puta son! ¡Que hijos de puta son! ¿Verdad, Alberto? Descansa en paz…
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