En líneas generales he sido un hombre sano y en buena medida me alegra no visitar a médico alguno haciendo uso de ese pésimo axioma que “es mejor no saber nada de vainas de medicina para no terminar sabiendo mucho y enfermo por quítame esta paja…”. Siempre he tenido el temor de hacerles una visita por síntomas de gripe y terminar en el oncológico Luis Razzeti entubado por una cosa peor.
Los médicos, hasta echándose palos en una fiesta, tienden a examinarte visualmente y casi siempre hay un coño hipocondríaco que le pregunta por una “carraspera” en el güergüero o un “dolorcito” en tal parte del cuerpo que origina una serie de pronósticos nada halagüeños para el pajuo que se le ocurrió hacer la pregunta. Por eso prefiero hablar de cualquier tema con ellos, temas siempre alejados de cualquier remota mención a su profesión y que no termine en un viaje de exámenes que le llenen el bolsillo a los laboratorios.
Ayer conocí a un gastroenterólogo bien particular. Acompañé a mi hermana a que se hiciera un ecosonograma y una gastroscopia. Me sorprendió la dulzura poética de este carajo cuando estaba revisando las fotos del ecosonograma – “Que lindos están tu riñoncitos… y mira, mira, los pulmoncitos sin manchas… que beeeellos…” – Mi hermana fuma más que puta presa y ese poeta medicinal haciendo loas de unos receptores de nicotina y alquitrán por más de treinta años. Cuando se puso a hablarle de la vesícula, hablo de una - “ligera manchita (¡casi ná!) qué podía ser una calcificacioncita que no era del otro mundo” – Y mi hermana, con la boca abierta, casi adorando al cabrón que la iba desnudando amorosamente.
Por otro lado, eso del ecosonograma y lo clarito que se ven las cosas, me hizo recordar a todos aquellos que dicen (¡Ojo, no les creo!) reconocer las formas que se ven en esas fotos. “Mira, ahí está la cabeza del carajito… Mira las manitos… Ayyy, que lindo, es un varoncito. Mírale las bolitas”. ¡Coño! O soy ciego o muy bruto para reconocer “algo” dentro de ese cuadrito abstracto, porque hasta la fecha no he podido jamás visualizar las formas retratadas en un eco; menos en el televisor que te ponen en frente para explicarte lo que encuentran, mientras estás como un pendejo diciéndole que sí a todo.
Había un otorrinolaringólogo muy famoso en Ciudad Bolívar, el Doctor Grillet. Este especialista tenía en su consultorio una de las primeras computadoras que conocí y allí hacía sus anotaciones, mientras te ponía la paleta en la boca y te jorungaba la lengua. Tenía en la pared un estante repleto de casetes de música clásica y solía escucharla mientras auscultaba a sus pacientes… Era un hombre muy parco, pero excelente otorrino. Imagino, que al pasar de los años y vista los interrogatorios de sus pacientes, optó por subir la música para que no lo ladillaran con preguntas pendejas.
Mi hermano, fumador igual que yo, se sentía mal de la garganta y asistió a la consulta del Doctor Grillet. El doctor le pidió que abriera la boca, le encasquetó la paleta, toda esta acción paralelamente acompañada con un fondo musical de Haendel y, sin decir nada, escribía en el computador algunos apuntes que mi hermano, en medio de su cagazón, no lograba ver. La paleta en la lengua, diga “¡Ah!” y vuelta a hacer los apuntes, hasta que a mi hermano se le ocurrió preguntarle por encima del ambiente musical – “ ¿Doctor usted que cree? He estado pensando que podría ser cáncer en la garganta…” – El Doctor Grillet de inmediato dejó de escribir y volteó a ver a mi hermano con una sonrisa irónica y le dijo – “¡Nojoda, muchacho! Tú no has visto llaga”.
El profesional de la medicina en este país es como el mecánico. Da un culillo enorme visitarlo. Porque ese ruidito que te jode en las mañanas y el tiqui-tiqui de la rueda trasera, se convierte rápido en una cuenta de varios ceros. Es muy difícil encontrar a un médico que te diga “Mira, panita, vamos a hacer algo mejor… Vete al hospital donde tengo consulta, para que no tengas que gastarte unos reales…” La vaina es al contrario; si pueden llevarte del hospital a la consulta es mejor. ¡Eso, sí! No tengas cara de pela bola porque ahí si es verdad que ni siquiera te van a tocar el estomaguito, ni el pechito, para sacarte una radiografiíta que no salga carita.
Se lo dije a mi hermana, cuando el carajo se alejó con su obra de arte en las manos – “Tanto amor me confunde y te van a joder la cuenta bancaria…” – La poesía se acabaría cuando le pasaron la factura.
La medicina en este país nos pasó del rango de pacientes al de clientes. Ese odio desmedido por el Plan Barrio Adentro, tiene sus fa y sus bemoles. Por eso, sigo prefiriendo no saber un coño para no morir en el intento.
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