Una de las más peligrosas debilidades de este proceso político ha sido la falta de balance. Hemos asistido a decenas de hechos trascendentes, no sólo los electorales, también políticos, sociales y hasta climáticos, y no se ha realizado un balance serio que nos permita precisar los aciertos y errores cometidos.
El balance es el acto de analizar causas y efectos de situaciones específicas, caracterizar momentos políticos y ejercer la crítica y la autocrítica. En los partidos revolucionarios estas herramientas son insustituibles para el trazado del camino correcto y la obtención de victorias sostenibles.
En nuestro caso, el balance ha sido despreciado. Ni siquiera en una coyuntura grave como fue la del 2 de diciembre de 2007, ante la pérdida de la Reforma Constitucional, fuimos convocados a un acto de balance. Basta con las acostumbradas alocuciones del Presidente Chávez y todo el mundo se va a casa a continuar con su rutina sin dar el debate necesario para los esclarecimientos.
No hubo balance tras la Asamblea Nacional Constituyente, no se valoró la actuación de los constituyentes y las posiciones asumidas que, en muchos casos, marcaron rupturas ideológicas con la Revolución. Tampoco se hizo un balance después de la fractura del 2000 que trajo como consecuencia la pérdida total del Zulia. Pero ni siquiera hemos hecho balance de las gestiones de nuestros alcaldes o gobernadores para lanzarlos a reelecciones o cargos más altos, cuando en realidad no se lo merecían.
Si no somos capaces de evaluarnos no seremos capaces de superar errores. La realidad nos enseña a gritos, que no bastan los gritos del líder. No hace falta maltratar tanto las cuerdas vocales de Chávez y complicarle más su agenda presidencial, cuando la clave del asunto está en que seamos de una vez por todas un Partido Revolucionario. Para eso no basta ganar elecciones.
Tenemos por delante un escenario económico muy complejo y difícil de manejar. La danza de los petrodólares ha parado y no se sabe si volverá. Lo más seguro es que no vuelva. Hoy mismo, en puertas de un crudo invierno, hemos vendido barriles de petróleo a menos de cuarenta dólares. Nuestro gasto burocrático es demasiado grande y los frutos de las actividades verdaderamente productivas que hemos emprendido son muy escuálidos y azarosos.
No debemos entrar en otra batalla de esta vorágine electoralista sin antes discutir qué clase de partido queremos ser que es respondernos al servicio de qué clase queremos estar. Un movimiento de masas para ganar elecciones no es necesariamente un partido revolucionario. El amasijo ideológico que sigue siendo la verborrea socialista de moda, no tiene aún definidos sus contenidos. En ese mar pululan los oportunistas y piratas de la política, siempre en procura de un botín.
Confusionismo ideológico, vaguedad disciplinaria, abundancia de recursos y poco control del gasto, son terreno abonado para la corrupción, campeona de la cultura política que hemos heredado de la IV República y que continúa enseñoreada en nuestras filas. Es bolivariano y guevariano que Revolución y corrupción son excluyentes.
¿Quién nos convocará al balance? ¿Se decidirán las autoridades transitorias del PSUV a asumir el papel de dirección que nominalmente les ha tocado ostentar? O, ¿nos tendremos que conformar con la cada vez más rutinaria y calichosa versión de VTV y sus cada vez más escasos analistas?
Pareciera que el escenario natural para el debate son los batallones. ¿Se les convocará, o, esperaremos otras elecciones para que sólo sean “patrullas”?
Hace falta un Partido Revolucionario. Hace falta un balance.
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