En febrero del próximo año se cumplen diez años de la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de la República, poco tiempo después de este acontecimiento el presidente anunció el comienzo de la revolución bolivariana. En enero de 2005 el propio presidente hizo un nuevo anuncio donde estableció que la meta de la revolución bolivariana era el socialismo. Lo lógico sería suponer que luego de diez años de revolución y de cuatro en la vía socialista, ya la burguesía no debería existir como clase social o, por lo menos, debería estar en vías de extinción, y, por lo tanto, el apoyo social a sus propuestas capitalistas, en medio de una crisis mundial del capitalismo, debería ser nulo o casi nulo. Sin embargo, la realidad es otra bien distinta, la burguesía y sus representantes no sólo no están muertos sino que gozan de buena salud. Prueba de ello es lo ocurrido en el reciente proceso electoral que acabamos de vivir en Venezuela, donde nos hemos encontrado a la mayoría de los candidatos del PSUV envueltos en una reñida competencia con los candidatos de la burguesía. Esta última, a través de sus candidatos, logró competir cabeza a cabeza con los abanderados “socialistas” y, a pesar de todas sus disputas internas, finalmente ganar importantes espacios en las elecciones regionales de este 23 de noviembre. En buena parte del país y, sobre todo en Caracas, las masas revolucionarias deben estar a estas horas preguntándose el por qué de ello y cuestionándose la validez de la consigna tantas veces coreada de “¡No volverán!” y del discurso reformista de que la revolución estaba consolidada y era irreversible, ya que la reacción sí está volviendo a ocupar los espacios de los cuales fue desalojada por esas mismas masas. Como tantas veces dijo Lenin: las masas no aprenden de los libros sino de su propia experiencia.
1.- La campaña electoral del chavismo
El PSUV inició la campaña electoral con plomo en el ala, presentando unos cuantos candidatos que, a pesar de haber ganado sus respectivas candidaturas en una contienda interna, era evidente que no contaban con la simpatía de la mayoría de la base chavista. Varios de ellos, sobre todo los que eran alcaldes y gobernadores y aspiraban a reelegirse o los que sin serlo gozaban de la bendición del aparato burocrático, ganaron su postulación utilizando el ventajismo que les otorgaba dicha posición al disponer de recursos casi ilimitados que no estaban al alcance de otros precandidatos. Esta es la única explicación para que una serie de personajes grises y cuestionados por nefastas gestiones previas de gobierno, que incluso no despertaban entusiasmo ni en sus propias familias, apareciera representando las candidaturas del PSUV. Cuando comenzó la campaña para estas elecciones, en el mes de agosto, el panorama era francamente desolador para gran parte de los candidatos chavistas, tanto, que el rumor generalizado en el chavismo, incluso dentro de la dirigencia, era que se podían llegar a perder de diez a quince gobernaciones. El ventajismo inicial de la burocracia reformista se había vuelto en su contra. Sólo la entrada en escena del presidente Chávez, asumiendo personalmente la campaña electoral en cada uno de los Estados, salvó de un naufragio apoteósico a la burocracia. En los innumerables mítines de campaña que pudimos observar a través de la televisión daba pena ajena oír a candidatos repitiendo lugares comunes, hablando de cualquier cosa sin realizar ni una sola propuesta verdaderamente revolucionaria que entusiasmara a las masas, centrándose en llamados desesperados a votar por ellos mismos y nada más. Todo esto no les llevaba más de cinco minutos, luego se volteaban hacia el presidente y le entregaban apresurados el testigo. Si alguien hubiese llegado por esos días a Venezuela sin saber que las elecciones eran regionales, sin lugar a dudas que hubiera pensado que lo que se estaba disputando era la presidencia de la República. Chávez debió realizar un esfuerzo sobrehumano, multiplicándose por todo el país, para darle vida a candidaturas muertas y terminar convirtiéndose, una vez más, en el eje de la contienda, porque hay que estar claros que la inmensa mayoría de quienes votamos por los candidatos del PSUV en realidad votamos por Chávez, él mismo reconoció indirectamente esta situación las veces que apeló a la lealtad de las masas hacia su persona para invitarlas a votar por los candidatos psuvistas, así como quienes votaron por los candidatos de la reacción en realidad votaron en contra de Chávez. Algo que quedó confirmado en esta campaña electoral es la pobreza de los cuadros con que cuenta la burocracia reformista que ni siquiera han sido capaces de hilvanar un discurso coherente en esta línea ideológica, y que deja al desnudo la inmensa soledad de Chávez al frente de la revolución. Esta última situación se hace aún más evidente cuando el presidente habla sobre el socialismo (es el único que lo hace con cierto criterio) y los burócratas que lo rodean se lo quedan viendo como si les estuviera hablando en chino. Finalmente, la pregunta que cabría hacerse es qué hubiese ocurrido si los candidatos del PSUV hubieran participado con un discurso y un programa que simplemente planteara que en caso de obtener la victoria, inmediatamente se proclamaría que todos los medios de producción en Venezuela son de los trabajadores venezolanos y que toda la tierra de Venezuela es de los campesinos venezolanos, seguramente, que el resultado hubiese sido muy distinto y Chávez no habría tenido tanto trabajo.
2.- Los números del 23 N
El domingo 23 de noviembre, día de la votación, se cumplieron todos los rituales electorales que ya son característicos en el bando chavista: el toque de diana en la madrugada y los cohetes como señal a sus militantes para levantarse y salir hacia los puntos de votación. Hasta allí todo se desarrolló como de costumbre, sin embargo, a medida que transcurrían las horas se hacía evidente que la participación iba a ser bastante mayor que en otras elecciones similares donde no estaba en juego la presidencia de la República. Indudablemente, el esfuerzo de Chávez había dado frutos y logrado que a los casi cuatro millones cuatrocientos mil votos positivos que había obtenido la reforma constitucional el año anterior se les unieran un millón doscientos mil votos más, esto era algo que en la última etapa de la campaña se podía prever dada la alta y entusiasta participación de los batallones socialistas del PSUV en la misma. Una vez más, los sectores más conscientes de la base chavista supieron oler el peligro de lo que iba a significar para la revolución una victoria de la derecha y, a pesar que los candidatos no ayudaban mucho, dieron un paso al frente y obtuvieron una votación total en torno al 56%. La contrarrevolución, por su parte, perdió unos cien mil votos con respecto a los cuatro millones y medio que había obtenido en el referéndum constitucional. No obstante estos números, la reacción fue más efectiva a la hora de movilizar a su gente ya que logró una alta participación que en los sectores del este de Caracas superó el 80%, gracias a ello pudieron vencer en el municipio Sucre que a la postre fue decisivo para sus triunfos en el Estado Miranda y en la Alcaldía Metropolitana. Está claro que la polarización de la sociedad venezolana y la feroz lucha de clases que se desarrolla en su seno se mantiene en un punto alto, prueba de ello es la baja abstención a que hacíamos referencia. En este panorama, también quedó demostrado que una buena parte de las masas mantiene sus esperanzas en la revolución, a pesar que muchos de sus problemas aún permanece sin resolverse, y que, además, continúan siendo una fuerza considerable que permitiría al gobierno tomar medidas más radicales en dirección hacia el socialismo sin demasiada resistencia. Estamos seguros que de tomarse dichas medidas revolucionarias, que no serían otras que la expropiación de los grandes medios de producción y de la tierra, la nacionalización de la banca, y su posterior entrega al control y administración de trabajadores y campesinos, su efecto sería multiplicador y muy rápidamente sectores que se han vuelto apáticos, que se han desmoralizado o que se mantienen dubitativos e, incluso, buena parte de la clase media se pasarían en masa al bando revolucionario.
3.- Triunfo o derrota
Se suele decir que unas elecciones son como una fotografía que permite visualizar en un momento dado cómo se encuentra la lucha de clases en esa sociedad, la correlación de fuerzas entre dichas clases y, muy importante, si estas elecciones se dan en medio de un proceso revolucionario, en qué momento de la revolución nos encontramos. En ese sentido, las elecciones del 23 N han dado lugar a diferentes lecturas, dependiendo de quién las realice. Como dice el refrán: cada quien arrima la brasa para su sardina. De ahí que todos los contendientes traten de magnificar victorias y disminuir derrotas. Los marxistas no debemos caer en el terreno tan caro a los reformistas de ver la realidad a través del corazón y no del cerebro. La realidad es tal cual es y aunque no nos guste no va a cambiar sólo porque lo deseemos. Un revolucionario debe basarse siempre en la verdad y trasmitirle esa verdad a las masas, aunque sea dolorosa, para corregir con ellas las cosas cuando no han salido bien. Como decía Trotsky: “… no hay mayor crimen que engañar a las masas, que hacer pasar las derrotas por victorias”. Por qué decimos esto, porque hasta el momento todos los voceros de la burocracia reformista que hemos oído se han referido a los resultados del domingo como una gran victoria, y esto no es totalmente cierto. Es correcto que cuantitativamente se mejoraron los resultados del referéndum constitucional, pero aún estamos lejos de los 7.200.000 votos de las elecciones presidenciales de 2006. Es cierto que se ha ganado en el 80% de las alcaldías pero también es verdad que en las elecciones regionales de 2004 se triunfó en 20 gobernaciones y ahora en 17, la reacción conservó las dos que había ganado en aquel entonces, Zulia y Nueva Esparta, e incorporó tres más, Carabobo, Miranda y Táchira. Los reformistas hacen cabriolas y argumentan que en realidad la oposición fue a estas elecciones con el control de 7 gobernaciones y que, por lo tanto, con estos resultados perdieron 2, pero se olvidan que de esas 7 gobernaciones, 5 las había ganado el chavismo, y el hecho que después esos gobernadores saltaran la talanquera es harina de otro costal. De mantenerse esta tendencia, para las próximas elecciones regionales en el año 2012, si para ese entonces aún existe la revolución, el chavismo obtendría unas 10 gobernaciones y oiríamos a los reformistas declarar satisfechos que ello es un éxito después de tantos años de gobierno revolucionario. En la otra orilla, a pesar de no haber aumentado su votación histórica de 40%, la contrarrevolución sí logró un avance cualitativo al hacerse con el gobierno de 3 Estados estratégicos, además de la Alcaldía Metropolitana de Caracas y de 4 de las 5 alcaldías caraqueñas. Esto mejora considerablemente su posición estratégica de cara a acumular fuerzas y aumentar el nivel conspirativo en contra de la revolución, no hay que olvidar que fue precisamente de la gobernación de Miranda y de la Alcaldía Metropolitana de donde provinieron las principales fuerzas de choque de la reacción durante el golpe de Estado de 2002. Tampoco es casualidad que el día 25 de noviembre, durante el acto donde se le estaban entregando las credenciales como nuevo alcalde mayor a Antonio Ledezma, Freddy Guevara, uno de los líderes juveniles de la derecha y flamante consejal metropolitano, declarara que una de las prioridades del nuevo gobierno era recuperar el control de la policía Metropolitana. La derrota en el municipio Sucre y en la Alcaldía Metropolitana, unida a la del Estado Miranda, es dolorosa y sumamente peligrosa, porque, además, quienes han ganado allí son los sectores más reaccionarios y golpistas de la oposición: Ledezma es el líder del tristemente célebre Comando de la Resistencia, y Capriles Radonzki, gobernador de Miranda, y Carlos Ocariz, en el municipio Sucre, son dirigentes del partido neofascista Primero Justicia. Sólo la burocracia reformista parece no darse cuenta de ello. El sentimiento dentro de las bases de apoyo de la reacción es de euforia, y ya han comenzado a corear la consigna de “sí se puede”, mientras en los sectores populares, que son mucho más inteligentes y perceptivos que los reformistas, se riega el comentario de por qué si supuestamente vencimos en las elecciones, como repiten los reformistas, nos sentimos tan mal. Las masas sí entienden lo que está ocurriendo y se preocupan porque son las que ponen los muertos cuando la contrarrevolución arremete. El gran derrotado de estas elecciones fue el modelo reformista y contrarrevolucionario de una burocracia inepta y corrupta que no ha logrado ni logrará jamás movilizar a las masas porque es incapaz de satisfacer sus mínimas necesidades.
4.- La agudización de la lucha de clases
Como decíamos en el punto anterior, sólo los reformistas en sus delirios utópicos parecen no ver la realidad. Uno de sus mayores sueños es tener una oposición democrática con la cual alternarse en el gobierno como hacían en la cuarta república AD y COPEI, o como hacen en los EEUU republicanos y demócratas, al mejor estilo de las democracias burguesas. Sin embargo, la vida es muy distinta a como los reformistas desearían que fuera. En una entrevista, al día siguiente de las elecciones, dos de estos personajes realizaban sesudos análisis a partir de los cuales concluían que era evidente que la oposición había aprendido la lección de sus fracasadas intentonas golpistas y que ahora parecían encaminados por la senda democrática. Esto sería cómico sino fuera por el peligro que se esconde detrás. Es obvio que la oposición aprendió la lección, no son tan imbéciles como los reformistas, pero no la aprendió en el sentido que se imaginan éstos. La contrarrevolución necesitaba urgentemente de un triunfo de estas características para ocupar espacios que le permitan acumular fuerzas, levantar el ánimo de sus seguidores, y continuar preparándose para cuando la correlación de fuerzas, que aún les sigue siendo desfavorable, cambie y puedan hacer un nuevo intento de asalto al poder. Esa es la lección que aprendió la burguesía y sus representantes. Mientras ello no ocurra se los oirá alabar las virtudes de la democracia y no habrá demócratas más abnegados que ellos, y los reformistas felices creyendo que su sueño se hizo realidad. Pero los revolucionarios debemos estar claros que sólo es cuestión de tiempo para que esta gente se lance en una nueva intentona golpista. Ayer mismo, Víctor Manuel García, un activo golpista en abril de 2002 y dueño de la encuestadora CECA, reconocía en una entrevista que “sería inevitable un choque de trenes a alta velocidad”, aludiendo a una posible confrontación entre chavistas y opositores.
Está claro que en el período que comienza después de estas elecciones veremos una agudización de la lucha de clases. Como ya hemos dicho, la reacción se ha hecho con posiciones claves desde donde incrementará el ataque en contra de la revolución. Aún no se han juramentado los nuevos gobernantes de Miranda y la Alcaldía Metropolitana y ya bandas fascistas de Primero Justicia han comenzado a asaltar puestos de la Misión Rivas en Fila de Mariches, a atacar la sede de la UNEFA en Los Teques, y a amenazar con sacar a los médicos cubanos de Barrio Adentro. La diferencia está en que las masas revolucionarias han elevado mucho su nivel de conciencia con respecto a abril de 2002 y también han aprendido la lección, va a ser muy difícil que la derecha pueda ir en contra de los logros sociales de la revolución sin obtener una respuesta contundente desde los sectores populares. En el Nacional, el barrio más populoso de Los Teques, capital del Estado Miranda, había una gran indignación después de conocerse los resultados electorales y ya se comenzaban a organizar para enfrentar al nuevo gobernador. Como decía Marx y se ha repetido tantas veces: a la revolución le hace falta el látigo de la contrarrevolución para avanzar. Con seguridad estas derrotas parciales, dentro de lo negativo que conllevan, van a servir para que las masas saquen nuevas y más revolucionarias conclusiones como, por ejemplo, que el destino de las revoluciones no se decide en las mesas electorales sino en las calles, con su activa y protagónica participación, y que para vencer deben dotarse de una dirección revolucionaria que no esté pendiente de conciliar con la burguesía ni vacile a la hora de luchar por el poder.
5.- Otra vez, ¿qué hacer?
Contrariamente a lo que se ha dicho desde algunos sectores del chavismo, lo ocurrido en el referéndum constitucional no fue un accidente, los resultados de estas elecciones regionales demuestran una conexión entre uno y otro evento: el cansancio y la apatía de los sectores más atrasados de las masas, que se comenzó a ver el 2D, continúa presente y si no se reflejó más claramente en estos resultados se debe al gran esfuerzo de Chávez y del sector más conciente de las masas revolucionarias que echaron el resto para evitar una derrota. Es obvio que la revolución comenzó un declive el 2D y que el mismo se mantiene, y si no se cambia el rumbo rápidamente, profundizando la revolución, nada evitará la derrota final de la misma. Parafraseando a Trotsky podemos decir que el gran problema de la revolución bolivariana continúa siendo la crisis de la dirección proletaria que mantiene paralizado al movimiento obrero y ha dejado en manos de la burocracia reformista las riendas de la revolución. Desde los sectores honestos del gobierno bolivariano se ha planteado correctamente que se debe construir y fortalecer el poder popular, darle más participación y toma de decisión a las masas, y en ese sentido se ha apostado por la organización de los consejos comunales, sin embargo, estas elecciones, además de confirmar la incapacidad de la burocracia, también han servido para demostrar que los consejos, aunque han contado con una buena participación popular y apoyo desde el gobierno, son incapaces de ponerse al frente de las masas y movilizarlas, básicamente, por la heterogeneidad de su composición que les impide actuar con coherencia de clase. En el sistema capitalista sólo existen dos clases sociales antagónicas capaces de luchar con éxito por el poder: la burguesía y el proletariado, los explotadores y los explotados, y la victoria de una de ellas significa, irremediablemente, la derrota y el aplastamiento de la otra. Con esto queremos insistir, una vez más, que la suerte de la revolución bolivariana sólo se decidirá favorablemente para ella si la vanguardia del pueblo, la clase obrera, da un paso adelante y se pone al frente de las masas para conducirlas a la victoria. Mientras esto no ocurra y la dirección del proceso bolivariano se mantenga en manos de la burocracia reformista, mientras no se expropie a la burguesía y se satisfagan las necesidades básicas del pueblo, si de algo podremos estar seguros será del continuo declive de la revolución hasta su derrota final. En este momento, en el cual, como decíamos antes, todo indica que se avecina una agudización en la lucha de clases, la tarea principal de los marxistas debe ser trabajar con nuestro mayor esfuerzo por organizar a la clase obrera, ganar a sus mejores elementos para las ideas revolucionarias del marxismo e incorporarlos a la organización revolucionaria.