Transcurrido los primeros escarceos entre los analistas políticos de oficio sobre los resultados del 23N y sin pretender con ello asumir una posición ecléctica, conviene que los actores políticos de ambas partes, hagan un ejercicio reflexivo responsable desde una perspectiva realmente crítica y autocrítica. Lo peor que pudiera ocurrir es que dejemos pasar ésta extraordinaria oportunidad, para calibrar objetivamente la voluntad popular que se expresó en el último evento electoral.
La participación masiva del electorado, rompiendo records históricos, evidenció la confianza que los ciudadanos le tienen hoy a la plataforma electoral, la cual sin duda, ha pasado todas las pruebas, incluyendo las del aparato de control que montó SUMATE sin interferencias del CNE, a pesar de ser ésta una organización probadamente vinculada a intereses extraños al país. El sistema electoral al estar plenamente automatizado, ser completamente auditable y certificado en reiteradas oportunidades por observadores internacionales reconocidos, se convierte así en un instrumento fundamental que le da un piso sólido a la democracia venezolana y al ejercicio pleno de la soberanía popular. Los que en las sombras, aún acarician la idea de irrumpir contra la constitución a través de una aventura golpista o intervencionista con la justificación del fraude electoral, recibieron una derrota política estratégica.
A pesar de la polarización que impuso la confrontación política entre gobierno y oposición, las agendas de problemas locales y regionales no abordados satisfactoriamente por las autoridades salientes, tuvieron un peso significativo en la voluntad de los electores, especialmente en algunas zonas densamente pobladas. Este hecho, es una muestra de la importancia que tiene para el pueblo el ejercicio concreto de la política a través de la gestión pública, porque “obras son amores, no buenas razones”