En las luchas políticas de la Venezuela actual, la Constitución de 1999, inicialmente rechazada por casi toda la oposición, fue paulatinamente ganando su puesto en la sociedad venezolana, hasta ser hoy el texto normativo más defendido y más alabado en todo el país. Tirios y troyanos acuden a su contenido para sustentar sus posiciones, en distintos aspectos de la vida política del país, y prácticamente todos se dicen sus defensores. El texto constitucional siempre estuvo vigente desde su aprobación en referéndum, pero hoy goza del consenso que en un principio no tuvo, por lo que se puede afirmar que se legitimó en la lucha política venezolana, al demostrarse que su contenido protege los derechos de los ciudadanos, los intereses generales de la sociedad y los más elevados valores de la patria. Este proceso de legitimación se dio en forma si se quiere natural, en virtud de las fuerzas de la dialéctica social. Hoy, es la Constitución de todos los venezolanos, sin distinciones de ninguna clase.
Luego de la legitimación constitucional y como producto de los últimos dos procesos electorales, el Consejo Nacional Electoral (CNE) también se ha legitimado. Su legalidad, desde el mismo momento de su creación, no ha estado en duda ni comprometida. Fue creado según lo establecido en la Constitución, integrado de acuerdo a lo ordenado por ésta y ha organizado un gran número de procesos, mejorando constantemente su desempeño, pero en medio de fuertes críticas y cuestionamientos de la oposición que, en lugar de reconocer sus derrotas, denunciaba permanentemente la existencia de fraudes electorales. En los dos últimos comicios, sin embargo, la oposición ha tenido que aceptar, a veces a regañadientes, que el CNE es un organismo técnico, eficaz, eficiente y confiable. Es el único poder gubernamental que goza hoy de una casi total credibilidad. ¿Que eso se debe al reconocimiento de los triunfos logrados por la oposición? Seguramente; aunque esta realidad no descalifica ni lo que se afirma ni la importancia de esta nueva situación política.
Tanto ésta elección, como la inmediata anterior, demostraron también que los seguidores del presidente Chávez ya no votan por los candidatos tan solo porque él les levante la mano, ni tampoco apoyan automáticamente las directrices del Jefe del Estado. En el referéndum modificatorio, el Presidente colocó la situación así: Votar SÍ es votar por Chávez, votar “NO” es votar contra Chávez. Sus seguidores simplemente no fueron a votar y se perdió. En esta elección, el Presidente expresó su apoyo a Mario Silva, Diosdado, Di Martino, Jesse Chacón, Fariñas, Aristóbulo y al candidato del Táchira: Todos perdieron. Las mayores victorias fueron independientes de la decisión presidencial: Lara y Monagas, cuyos candidatos tenían respaldo propio, respaldo que, en el caso de Henry Falcón, evitó que lo expulsaran del PSUV, cuando alguien recordó que era el único capaz de ganar la gobernación de Lara. Ganamos en Guárico porque el electorado le pasó factura a los desaciertos de Manuit, en Bolívar porque la oposición fue dividida y en Barinas casi perdemos.
Independientemente que el gobierno tiene 17 gobernaciones, mayoría de legisladores en todos los estados menos en Zulia y Nueva Esparta y casi todas las alcaldías, la oposición avanzó en términos de respaldo al ganar en sitios de alta concentración de la población: Gran Caracas, Miranda, Carabobo y Zulia, las zonas económicamente más importantes y supuestamente con más desarrollo político. Si hablamos de socialismo, los obreros están precisamente en las regiones donde se perdió, lo cual es un contrasentido. En la reelección presidencial, la diferencia entre los votos del gobierno y de la oposición fue de a 26 puntos porcentuales. En las elecciones regionales recientes, la diferencia se redujo a la mitad: unos 13 puntos porcentuales. El mapa geopolítico es rojo rojito, pero el demográfico es hoy menos rojo rojito que antes, a pesar de que haya chavecistas que se nieguen a verlo. La oposición tiene un 44% de respaldo y nosotros sacamos un 57%; no aceptarlo no modifica esta realidad.
Por último, la mayoría de la oposición demostró que es capaz de votar por un palo de escoba vestido de candidato presidencial, siempre que esté enfrentado al presidente Chávez. Son visceralmente opositores, lo que los hace difícilmente cambiables. Votar por Stalin, Ledesma y Capriles lo demuestra. Se requiere una estrategia particular para el sector minoritario.