El hombre no podía creerlo: su mujer lo había finalmente abandonado. Demasiadas infidelidades, demasiadas promesas de rectificación rotas, demasiadas borracheras y malos tratos. Lo peor del asunto era que había buscado refugio en otro. Alguien que la comprendía, que la amaba a pesar de todos sus defectos, y por encima de todo, la trataba con dignidad y respeto.
Una rabia creciente, un sentimiento de impotencia y de frustración se fue anidando en el corazón de aquel hombre ¡Si no es mía, no será de ningún otro, coño! ¡Dejarme por ese don nadie, ese advenedizo, ese que no tiene un cuero donde caerse muerto, eso es humillante! La empezó a buscar en su casa, en el trabajo, la llamaba a cada hora para que volviera con él, que ahora sí sería un tipo distinto, que todo cambiaría, que empezarían una nueva vida.
Sin embargo, inflexiblemente, y del brazo del otro, con la fuerza que da el desengaño y los años de olvido y mentiras, lo rechazó. El hombre juró entonces vengarse, los destruiría y les haría la vida imposible ¡ese rufián, ese maldito patán no se saldrá con la suya! Los llamaba de madrugaba y los insultaba, se aparecía en los lugares donde almorzaban o cenaban formando escándalos. Se tornó irascible, descuidado y sombrío. Buscó ayuda, como lo había hecho antes, en sus amigos de parranda y su madre sobreprotectora, con el fin de obtener lo que quería con tanta fuerza y desesperación.
Demandas infames, jaurías de abogados de levita, presión de comisarios de policía. Bigamia, actos reñidos con la moral, agavillamiento y conspiración para dejarlo sin un centavo, eran sólo algunas de las conductas delictivas y viciosas que fabricaba en contra de ambos ¡no los dejaré en paz, por siempre jamás, carajo! Al no poder lograr su cometido, finalmente, enfermo de celos y de frustración, tomó una determinación brutal: los mataría, y luego, si no lo asaltaba la cobardía, se suicidaría. Todas las cosas carecían de interés, ya nada le importaba. Convertido en un monstruo ególatra, incapaz de amar, con la soberbia propia de los que han vivido sólo para sí, se encaminó a encarar su destino, por él mismo construido.
Un asesino enloquecido puede ser detenido y neutralizado, si se reconoce a tiempo el peligro y la naturaleza de su mente desquiciada. La unión de la nueva pareja, el amor que se profesan y la convicción profunda de estar haciendo lo correcto; probablemente (aunque desgraciadamente no siempre) lograrán impedir la consumación de este horrendo crimen.
Es para mí claro que la oposición actúa como ese hombre, el Presidente es el “otro”, y la mujer ultrajada representa la Patria. El oscuro objeto del deseo de la oposición, se condensa en un sentido enfermizo de posesión sobre toda la República, la cual se asume como un objeto, susceptible de ser comprada, vendida, regalada o incluso destruida, dependiendo sólo de la voluntad de su dueño. No media el amor, sino la posesión, no hay sentido de la responsabilidad compartida, sino más bien se apela a una suerte de derecho de cuna a tomar o asumir el liderazgo de la sociedad, como algo natural, incuestionable y fuera de toda duda. Así de simple.
Juan Carlos Villegas Febres
Profesor
Universidad de Los Andes- Mérida