Cuando la muerte pasa por estos sitios

La carretera llega hasta San José de Perijá y no sigue. Hacia adentro viaja una enramada de caminos que irán llegando, como los arroyos de un rio muerto, al Lago de Maracaibo. San José se queda ahí, como Encontrados, como Machiques, al final de los caminos. Por eso dicen que nadie oye nada cuando la muerte pasa por esos sitios.

En el 2002, una ráfaga de plomo le arrancó el alma al Dr. Pedro Doria, a solo una cuadra de su casa. Su sangre se quedó allí por un largo rato, en el puesto de arepas. San José no quería creerlo, se trataba de un hombre querido por su gentileza y buen trato. Andaba con el asunto de la Ley de Tierras, ayudando a unos campesinos por unos acres en los fondos de San José. A diferencia de lo que uno puede imaginarse, contaminado por los pseudo-heroismos polarizados de la TV, su familia no lloraba ninguna injusticia oligarca, sino una cosa más simple: el derecho a escoger la vida. Su madrastra y sus hijas lo dicen paralizadas por el terror: “¿Por qué no lo amenazaron siquiera?... Él hubiera dejado todo así”.

En el 2001, le tocaba a Hercilia y a Antonio. Ellos comenzaron todo con un acto de impensable osadía política: montar una panadería. La panadería de enfrente, propiedad de los hacendados de siempre, incapacitada de ver el lucro en manos de chavistas, empezó a mover sus influencias, a hablar con las familias, una por una, a recordarles comprisos, créditos, descréditos, logrando así apretar, aislar y asfixiar el consumo al otro lado de la plaza. Un día los panes de Hercilia y Antonio se hicieron poquitos, fueron desapareciendo y se endurecieron. La última vez que los vi, ya no sabía qué decir. Me abrazaron con cariño y me hablaron de los días por venir, como si nada, pero la panadería era una vitrina seca, vacía, sin sillas, sin navidad y con el televisor encendido en el canal 8.

Por aquel año se les ocurrió lo de la radio comunitaria. Reunieron los papeles y, sorprendiendo a los demás medios que andaban por ahí, lograron demostrar el carácter plural y participativo de su proyecto ante CONATEL. Así fue como, en San José de Perijá, Parroquiana FM obtuvo su habilitación y otros medios gigantes, como Bolivariana, tuvieron que renuciar al título para convertirse en radios comerciales. El primer transmisor se les quemó. El segundo transmisor, modesto, de poquitos vatios, poquito alcance, simplemente, fue alcanzado por el frio de una pistola. Un grupo de gente armada, sin capucha, de rostros conocidos por todos en el pueblo, destruyó los equipos con saña, amenazando de muerte a Hercilia, Antonio y su familia. Ya corrían finales del 2003.

A principios del 2004, como si no hubiera sido suficiente tortura, la muerte le tocó al padre del Dr. Pedro Doria, el Sr. Pedro Doria. Un Cavallier blanco y seis balas, se interpusieron entre él y su vida. Seis balas, una por una, entrando, una y otra vez, en un cuerpo hace tiempo sin aliento. A su familia ya no le quedó sangre en la mejillas para seguir llorando. Todo pasó aquel domingo en que la oposición se le ocurrió la brillante idea de ir a incendiar Caracas porque no querían llevar sus firmas a reparo y “había que aprovechar la reunión del G15”. Aun la GN no había respondido como respondió (ese es otro artículo sobre el prcio de la vida). El mismo domingo en que Chávez hablaba retumbando su furia contra los Estados Unidos, a todo riesgo. Así que los medios estaban muy ocupados en la contienda anunciada, como para notar que el Sr. Doria se desangraba por allá en San José de Perijá. Y luego, como era de esperarse, la noticia no fue cubierta, o si acaso someramente, por los medios opositores, mostrando, como tantas veces sucede, cómo nos cuesta llorar los muertos de los otros en Venezuela.

¿Pero por qué matan al Sr. Doria?¿Era un hombre peligroso, un terrorista armado, algún jefe de alguna mafia de invasores de tierra? No. Pedro Doria, el papá, era un hombre simple, viviendo con su familia. Pero luego de la muerte de su hijo, el Sr. Pedro Doria vivo es un índice que acusa, sin hablar. Cuando compra el pan, en la panadería que fuese, es un recordatorio de la sangre que esos ganaderos derraman en San José. Los pobladores no son gente desalmada, y es lógico que digan algo así como “...ahí va el Sr. Doria... cuánto ha tenido que sufrir esa buena familia desde que murió el doctor”. La tesis que más he escuchado es la más lógica pero también la más aterradora: La Guardia Nacional había logrado ultimar al asesino del Dr. Doria en el 2003, en el contexto de un enfrentamiento, de esos que nunca se pueden aclarar. Por tanto, los asesinos se vengaron con la sangre de su padre, como para dejar bien claro quiénes mandan en San José de Perijá. Y el índice silencioso, pero acusador, ahora baja, cierra el puño, a punta de rencor y vergüenza.

Porque los que jalan el gatillo son los mismos que asesinan en Encontrados a los dirigentes de Tierras, hijos de los mismos que asesinaron a los indígenas en el Areicuazá, primos de los mismos que destruyeron Perijanera FM en Machiques, cuñados de los que cerraron Parmalat durante el paro y echaron toneladas de leche en el Kunana y amigos de los que hacen silencio en Maracaibo y Caracas.


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Daniel Castro Aniyar


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