Desde hace años tengo la sensación y el orgullo de vivir en el país más democrático del mundo, o, cuando menos, en una nación que nada le envidia a los sistemas que mayor fama han adquirido como garantes de los derechos políticos de sus ciudadanos.
Ello no quiere decir que nuestra democracia sea perfecta o no existan problemas de naturaleza política, incluyendo algunas violaciones a los derechos humanos, pues, al fin y al cabo, ya alguien observó que no somos suizos.
Pero al menos nuestro sistema electoral se encuentra entre los más avanzados del orbe y merece mayor confiabilidad que el arcaico proceso de votación que emplean en los Estados Unidos. Ni siquiera en Europa nos pueden dar clases sobre lo que constituye una elección ejemplar y mucho menos si quienes quieren enseñarnos son representantes de las vetustas monarquías que aún imperan por aquellos lados.
Hay que ver lo ridículo que resulta en un país moderno, culto y altamente desarrollado la presencia de una familia real que parece extraída, como en efecto ocurre, de las revistas más cursis de farándula. Allí, mezcladas en igualdad de circunstancias, aparecen las últimas puterías de cualquier actriz, modelo o cantante de moda, compartiendo titulares con las babosadas que comete alguna infanta o princesa (¡dígame las de Mónaco!), si es que algún príncipe, como el de Gales o el de Asturias, no acapara la atención de los “paparazzi”.
En cuanto al rey Juan Carlos, las leyes “democráticas” de España consagran la inviolabilidad de su persona, que no puede ser criticada por la prensa aunque cometa las peores aberraciones, a las que, por cierto, son bastante propensos los borbones, pues de raza le viene al galgo (y que me perdonen los canes).
Por fortuna nuestro sistema todavía no ha evolucionado hasta el extremo de crear una jefatura del Estado vitalicia y hereditaria o prohibir, bajo severas penas, que se emitan conceptos poco edificantes sobre nuestro presidente. En tal caso no habría un solo medio comercial de comunicación al que no le hubiesen impuesto severas sanciones.
Vistas así las cosas, todavía no entiendo cómo es que nuestras autoridades electorales toleran la presencia de observadores procedentes de dichas monarquías. ¿Será que vienen a darnos clases de cómo elegir un monarca?
En cuanto al Partido Popular de España, si no me equivoco los correligionarios de Aznar eran, hasta hace pocos años, los miembros más conspicuos de las huestes franquistas, herederos legítimos de la Falange fascista, aliada de los nazis y los camisas negras de Mussolini. ¿Se puede saber qué hacen esos individuos en una elección democrática, como no sea sabotearla?
En este momento me permito felicitar al ex dirigente polaco Leich Walesa por haber tenido el buen tino de suspender su visita a Venezuela tras la advertencia que el Presidente Chávez (¡por fin!) le hizo a dicho asesor golpista acerca de la vigilancia extrema que el gobierno ejercería sobre sus actividades en nuestro país.
También me congratulo por la expulsión destemplada del diputado español Luís Herrero, lamentando tan solo que le hayan permitido a los medios transmitir sus expresiones ofensivas contra nuestro Jefe de Estado. Eso no lo habría tolerado el gobierno español en los medios de allá.