José Tadeo Monagas, era hijo de un ganadero de Calabozo de apellido Monagas Burgos, y de una Ortiz, prima hermana de Doña Dominga Ortiz, la esposa de Páez, lo que explicaba, según algunos, la tirantez existente entre el Centauro y el nuevo Presidente, que profesaba a Doña Dominga, abandonada por su marido, fraternal afecto.
Antes de la Independencia, murmuraban sus enemigos, era jefe de una cuadrilla de bandoleros, junto con su hermano José Gregorio. Perseguido por la justicia, huyó hacia Maturín, donde sirvió de mayordomo a un español generoso llamado Fernández, a quien sacrificó, invocando el decreto de guerra a muerte, donde se condenaba al exterminio de todo español inocente o culpable. Luego de ultimarlo se apoderó de sus bienes.
El Presidente Monagas, al igual que José Gregorio, abrazaron la causa independentista, destacándose por su valor y capacidad de llamar a la aventura. Entre 1830 y 1833 se dedicaron al bandolerismo, asaltando diligencias y matando a los viajeros. Un juez les siguió proceso penal por esta causa. Dado su prestigio, mando y riqueza, era el dueño del Alto Orinoco y de la provincia de Maturín, de donde sacaba sus mesnadas para intervenir a favor o en contra del gobierno de turno, según sus gustos o intereses. Todo quedó en nada.
Con el gobierno de Monagas se inicia el peculado en gran escala, lo mismo que el nepotismo y el tribalismo. Como si Venezuela fuese un reino y los Monagas una dinastía. En Venezuela ha quedado siempre en el aire un olorcillo de monarquía, que los eufemistas llaman nepotismo. (Todo para ellos, nada para los demás) Falcón lo practicó en su tiempo, Guzmán lo haría luego, y el Benemérito intentó lo mismo con su hermano Juancho y con su hijo José Vicente; esa manía de nuestros gobernantes son reminiscencias feudales de los conquistadores.
Los Monagas van más allá de todas las suposiciones políticas encuadradas en nuestra historia. No sólo tienen ambición de mando. Más que afán de gobierno y mando, tienen sed de sangre, de torturas e injurias. No son los políticos que luego de anular a su adversario se desentienden de él, y hasta llegan a la conciliación, de serle útil o de encontrar baldado al enemigo. Los Monagas no son tan solo los feroces e implacables perseguidores de sus enemigos: son de los que hacen enemigos gratuitos para darles igual trato.
A comienzos de 1848, los conservadores, que tienen mayoría en el Congreso, urden un plan para derrocar a Monagas. No obstante los graves delitos en los que ha incurrido, no hay sin embargo, pruebas para ser procesado de conformidad de las leyes.
Con excepción de la munificencia inexplicable de la que hace gala, ¿Dónde están los documentos y los testigos que demuestren el peculado? Monagas ha ordenado varios asesinatos. La explicación siempre es la misma: ley de fuga. Hay un documento, sin embargo, que habla por si mismo: el expediente que se le instruyó a Monagas y su hermano José Gregorio por bandoleros y asesinos, en lejanos tiempos. Un asalta caminos, como lo prueba el expediente, no puede ser Presidente de una nación digna.
El 24 de enero de 1848, en el momento en que el Congreso está reunido para destituir al dictador, una turba armada irrumpe en el recinto disparando contra los congresantes. Hay varios muertos y una decena de heridos. Santos Michelena es asesinado por una bayoneta de mano anónima. En aquella Venezuela, mandaba el que podía, no el que quería. Eso, es una verdad irreprochable, que ha sucedido desde los orígenes de la República hasta 1999. El poder de la legitimidad debía estar acompañado del poder militar; quien pretendiese gobernar sin contar con ambos factores, estaba tumbado...
El gobierno de José Tadeo Monagas y luego el de su hermano José Gregorio, fue un auténtico desastre. La deuda Pública y Externa creció desmesuradamente, al igual que el peculado. Más de cien millones de pesos se robaron los dos hermanos. José Gregorio libertó abruptamente a los esclavos, no sin antes vender los suyos en Curazao. Pasado el entusiasmo del primer momento, los negros se dieron cuenta de lo que habían perdido con la libertad. Si antes sus amos los cuidaban con el mismo esmero que tenían para su caballo fino, ahora les exigían más trabajo, pagándoles tres miseros reales por salario, importándoles poco o nada su salud, alimentación y vivienda. Muchos no aceptaron tal estado de cosas dedicándose al bandolerismo. Eran tan pocos los que decidieron volver como peones libres a casa de sus antiguos amos, que las haciendas y hatos se vinieron al suelo por falta de mano de obra. La tensión entre dueños de fundos y antiguos esclavos llegó al rojo vivo, temiéndose en cualquier momento el estallido de una lucha racial.
Caracas y el resto de Venezuela, que ya crepitaban de malestar por los desmanes del déspota, estallaron de indignación. La gente protestaba, y en voz muy alta en los corrillos y mentideros, en el mercado y en la Plaza Mayor, los curas desde sus púlpitos, los profesores en la universidad, los comerciantes en sus tiendas y los militares en sus cuarteles. No se puede ejercer la tiranía, sólo por el gusto de hacerlo; es indispensable tener la férrea condición de los déspotas, como lo fue Monagas. Para asesinar a gente indefensa es necesario tener un aval de muertos para militar bizarría.
El 25 de marzo, Monagas fue destituido de su cargo, su casa fue saqueada por la multitud. Señoras de lo más “decentes” compraban por encargo los despojos de la familia presidencial. Una señora de lo mejor de Caracas, y para colmo, de las habitué de Doña Luisa, le dijo a un negrito; (Tráeme dos lámparas azules que hay en la sala y te daré cuatro reales). O: (Doy un peso por las alfombras del Presidente) Los pueblos son perversos con los que caen en desgracia; cobran ante quienes se humillaron el precio de sus desvergüenzas.
La chabacanería salaz de José Antonio Páez, quien con su vandalismo torció el rumbo de la República; ni el despotismo infame de los Monagas, que la acuchillaron; ni las vacilaciones oportunistas del desalmado de Julián Castro, que se creía un nuevo Libertador, cuando él fue el jefe del piquete que hizo preso al Dr. Vargas el día de la carujada.
La gente se olvida que Julián Castro fue el brazo ejecutor de Monagas en Carabobo, y que si hoy clama venganza contra su antiguo jefe, hasta hace poco era el más servil de sus lugartenientes; Como tampoco se entiende el que dos héroes de la Independencia, como lo son Febres Cordero y José Laurencio Silva, estén de edecanes de este sinvergüenza.
No erraban las opiniones sobre el doblez de Julián Castro. El 2 de junio de 1858 publicó un decreto de amnistía, y cinco días después expulsó del país a Falcón, Zamora y Antonio Leocadio Guzmán. (El padre de la Mentira)
Una larga crisis sigue a la presidencia provisional del cabecilla que derrumba a Monagas, el General Julián Castro (1858-1859). Era tanto el descontento existente por los desaciertos de Julián Castro, que llegó a verse en José Tadeo Monagas, asilado en la legación de Francia, como el salvador de aquella situación que había sumido al país en la más grande desesperanza. Esas crisis terminan en la Guerra Federal o de Cinco Años, 1858 a 1863, cuando se enfrenta el Gobierno y la revolución.
-Esa es la historia de Venezuela-. Tan pronto cae un presidente todo es entusiasmo y optimismo, achacándosele al caído el origen de todos nuestros males. Ya todo estaba organizado para que Falcón, con el apoyo del almirante inglés que sitiaba la Guaira, desembarcara en el Puerto. Jamás nos imaginamos a Falcón capaz de tamaña canallada. ¿Como es posible que se halla aliado con las fuerzas imperialistas que humillaban a su Patria? –Los políticos profesionales son la peor fauna que existe sobre la tierra, y en especial en nuestro amado país.
José Antonio Páez, quien había jurado fidelidad a la Constitución y lealtad al presidente Manuel Felipe Tovar, de un papirotazo lo derrocó, erigiéndose en dictador supremo. Todo eso de la alternabilidad republicana, voluntad de la mayoría, Leyes y Constitución había sido para él simples pazguatadas, siempre hizo lo que le dio la gana, a pesar de los hermanos Monagas, quienes creyeron usurparle el mando por diez años. Venezuela no pudo sustraerse a la influencia omnímoda de José Antonio Páez, por más que oficialmente estuviese execrado ¿Cambió acaso con los Monagas el sistema político y social que le impuso el Centauro? Las relaciones entre opresores y oprimidos siguieron siendo las mismas; los ductores del pensamiento y los electores del poder de fuego, salvo contadas excepciones permanecieron imperturbables; como fueron las mismas damas de la alta sociedad que rodearon a Barbarita Nieves quienes lo hicieron con Doña Luisa Oriach de Monagas. La libertad de los esclavos, ordenada por José Gregorio Monagas en 1854, nada significó en la práctica.
El caudillo llanero prosiguió siendo el eterno ausente, al que todo el mundo esperaba verlo retornar, por que más las circunstancias momentáneas parecieran hacerlo imposible. No hay nada más sincero en nuestra vida política que la autoproclamación de la dictadura de los jefes de Estado; porque eso y no otra cosa es lo que han pretendido ser nuestros gobernantes; han aspirado siempre a perpetuarse en el poder de malas maneras o con hipócritas artimañas. Tan sólo tres, y nada más que tres, han logrado este propósito en toda nuestra historia: el mentado Páez, Guzmán Blanco, y El Benemérito, como lo tienen ustedes más que sabido. Cada uno de ellos ha ocupado largos lapsos históricos, con las manos en la tramoya desvergonzadamente al descubierto, moviendo títeres a su antojo, haciendo sentir hasta los tuétanos de los venezolanos su omnipotencia y predestinación.
Además de todopoderosos son omnipotentes, artífices, guías y conductores de la horda. Como en las fratrías huérfanas que se someten a los mandatos del hermano mayor, fungen de adultos sin dejar de ser niños, al igual que la partida que conducen. Este es el papel de los llamados hombres providenciales, gendarmes necesarios, déspotas ilustrados o reyes medioevales. Venezuela, al igual que Hispanoamérica y la misma España, ha sido regida por monarcas absolutos desde hace milenios, sin más ley que sus voluntades ni otro destino que aquel que elijan.
Los jefes de la horda, llámense caciques, reyes o presidentes vitalicios, son los responsables directos y únicos del atraso o del progreso de sus pueblos, mientras éstos no alcanzan el nivel de desarrollo de los llamados cultos, a los que falsamente imitamos en la forma. Cuando los países crecen y llegan a la edad de la razón, sus mandatarios dejan de ser fuentes causales, para ser puros efectos de la voluntad colectiva. ¿Quién puede negar que Páez, Guzmán, Gómez, Betancourt, Caldera o Pérez Jiménez, no son genuinos representantes del pueblo venezolano?.
Salud Camaradas.
Hasta la Victoria Siempre.
Patria. Socialismo o Muerte.
¡Venceremos!