El domingo 15 de febrero, Venezuela volvió a ejercitar por enésima vez la práctica de la democracia participativa en el terreno electoral. De nuevo, la ciudadanía del país fue consultada para decidir sobre la posibilidad de enmendar la Constitución, y permitir que todo cargo de elección pública pudiese optar a la reelección continua, al igual que ocurre en muchos países de la Europa occidental.
Toda una lección de democracia en el ámbito internacional, ya que en la mayoría de las autodenominadas «democracias avanzadas», las enmiendas a la Constitución suelen realizarse directamente desde el poder ejecutivo o legislativo, sin consultar al pueblo.
Estrategia de deslegitimación
Sin embargo, tanto instancias nacionales como internacionales han pretendido deslegitimar este ejercicio de democracia participativa. Por un lado, grandes medios de comunicación europeos han intentado manipular la realidad afirmando que el referéndum era para «perpetuar a Chávez en el poder», cuando en muchos de sus países la monarquía continúa detentando la Jefatura del Estado, en este caso sí de manera perpetua y sin previa consulta popular (en algunos casos, incluso, nombrados por antiguos dictadores).
Por otro lado, en las horas previas al referéndum, un eurodiputado español, hijo de un alto mando falangista durante la dictadura franquista, violó de manera flagrante la ley electoral venezolana, sembrando dudas en torno a la pulcritud del proceso comicial e injuriando al presidente venezolano, tachándolo de «dictador». La expulsión inmediata del país dictada por parte de las autoridades venezolanas, evidenció un fortalecimiento de la democracia en la República Bolivariana en términos de respeto a la soberanía nacional.
Tras la derrota de la derecha, algunos «expertos» internacionales han tachado estas elecciones como desiguales por la supuesta ventaja del «bloque del sí» en términos financieros, debido al empleo de fondos del Estado. Todo un insulto al intelecto humano, si tenemos en cuenta que los recursos del «bloque del no» son realmente desproporcionados: por el sostén económico de la burguesía venezolana, por la financiación directa de agencias del Gobierno de los Estados Unidos, por el apoyo irrestricto de la gran mayoría de los medios de comunicación (más del 75% de los medios nacionales apoyaron al «bloque del no» en el referéndum, según un reciente y riguroso estudio realizado por académicos venezolanos).
El comportamiento de la gran mayoría de los ciudadanos fue pacífico y ejemplar, gracias a la nueva cultura política que se está gestando en el país, que ha permitido la práctica regular del ejercicio electoral. Quince convocatorias en apenas diez años de revolución son el mejor ejemplo de esto, a pesar de que todavía hay sectores que -como señaló hace un tiempo un profesor de la Universidad Central de Venezuela- tienen «odio a la democracia» (una señora residente en una urbanización de lujo de Caracas, ante la pregunta de unos documentalistas respecto a qué le parecía tener la oportunidad de participar más de una docena de veces en actos electorales, respondió de manera iracunda: «¡repugnante, repugnante!, ¡me parece repugnante!»). Pero, sin ninguna duda, el acontecimiento más lamentable de la jornada, fue la quema del centro de estudiantes de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Central de Venezuela (en manos de la izquierda), por parte de grupos proto-fascistas.
Análisis de los resultados
Con el 99,57% de las actas escrutadas, los datos del Consejo Nacional Electoral mostraron una victoria amplia del «sí» por casi un 10% (54,85% frente al 45,14%), y por más de un millón de votos (6.310.482 frente a 5.193.839). Sin embargo, resulta fundamental realizar una lectura comparada y más profunda de estos datos, lo que nos obliga a rescatar los resultados de los tres últimos procesos electorales.
En primer lugar, hay que destacar un aumento sostenido del voto chavista tras la debacle del referéndum de 2007, donde se perdieron tres millones de sufragios respecto a las presidenciales de 2006 (de 7.300.000 a 4.300.000). En las regionales y municipales de noviembre de 2008, se recuperó más de un millón de votos, acercándose a los cinco millones y medio, y en este referéndum de 2009, se ha subido casi otro millón, superando los 6.300.000, aunque todavía a más de un millón de votos del récord histórico.
En segundo lugar, la oposición, a pesar de haber salido derrotada, ha logrado su récord histórico, además de romper la barrera simbólica de los cinco millones de votos. Si desde el revocatorio de 2004 había fluctuado alrededor de los cuatro millones de sufragios (con el pico de 4.500.000 en el referéndum de 2007), ahora ha sobrepasado los cinco millones, demostrando que su potencial se puede ampliar.
En tercer lugar, una mirada a los resultados en términos regionales, evidencia que los estados pequeños son determinantes, porque es allí donde el chavismo arrasa, con tasas superiores al 65% y el 70% de votos; mientras que en los grandes centros poblacionales (Zulia, Miranda, Caracas, Carabobo), las diferencias favorables para unos y otros oscilan entre un 4% y 5%.
Celebración con cautela.
Cuando el CNE dio los resultados oficiales del primer boletín anunciando la victoria del «sí», la explosión de júbilo en las zonas más humildes de Caracas fue incontenible. Tras la derrota del 2007 y el revés en la Gran Caracas en el 2008, los sectores populares estaban ansiosos de volver a celebrar una victoria bolivariana. La avenida Sucre, arteria principal de las populosas parroquias del 23 de Enero y de Catia, se colapsó con el paso de la marea roja, que se dirigía al Palacio de Miraflores, a celebrar junto a Chávez en el «Balcón del Pueblo».
La alegría desbordante a esas horas de la noche no nos permitió olvidar una reflexión contundente que nos transmitió un militante popular del 23 de Enero en horas de la tarde, en un lenguaje coloquial pero certero: «Si Chávez no se pone las pilas, nos ganan en el 2012».
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* Sociólogo vasco, autor de «El Sur en Revolución»
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