Silencio bolivariano, hipocresía opositora

Si alguien pensó que no tenemos nada en común opositores y revolucionarios se equivoca. Tenemos preocupaciones comunes y una de las más notorias es la corrupción. Claro que, una vez preocupados, el enfoque que damos al problema es completamente distinto.

Siendo este un asunto tan grave y, a veces, tan obvio, me extraña araña que no sea un tema explotado por los medios de comunicación privados. Y es que sería tan fácil rascar la picada para que pique más…

Pero ¿cómo puede El Nacional, por ejemplo, denunciar a Juan Barreto? ¿Qué le pasó a Globovisión con el maletín? ¿Denunciarían a un funcionario del INDEPABIS que se haga la vista gorda, digamos que, con La Polar?

Está bien, estoy hablando de las grandes ligas. Ubiquémonos entonces en las ligas menores, es decir, el ciudadano de a pie, perdón de a camioneta último modelo: Personas normales y corrientes que solo aspiran a vivir como Dios manda: carro nuevo, acción del club, floreciente pequeña o mediana empresa, viajes a Disney una vez al año y brinquito a Aruba cuando los cupos lo permitan.

Estos ciudadanos de a camioneta son de los que más amargamente se quejan de la corrupción. No pueden reconocer ningún logro de nuestro gobierno porque la mancha cochambrosa de la corruptela afecta su moral impoluta de tan modo que los ciega de rabia e impotencia.

¿Impotencia? -Pregunto yo.

La verdad es que exageré: la impotencia se siente cuando uno no puede hacer nada para cambiar una situación. Mis queridos ciudadanos de a camioneta pueden hacer y no hacen.

No una, sino muchas veces, me he topado con con esta conversación: ‘’La corrupción nos está matando. Imagínate que el otro día llegó a mi empresa (pequeña empresa) un funcionario a pedir un presupuesto y, con la cara tan lavada, me dijo que lo inflara un 12% para cubrir su comisión. ¿Lo puedes creer? Así como si eso fuera lo más normal del mundo.’’

Y yo, como la cosa más normal del mundo, les pregunto: ¿Que hicieron? ¿Lo denunciaron? ¿Lo sacaron a escobazos de su oficina?

La respuesta es siempre la misma: Nooooo, ¿tu estás loca? Si lo hago no me dan más contratos y se van a la competencia. Entonces yo ¿de qué voy a vivir?

Aquí es cuando uno debe definir concretamente qué significa vivir y, ya que es tamos en eso, definir también qué es corrupción.

Si vivir es poder tener muchas cosas que no necesitas, si es poder pagar una acción de un club y un apartamento para pasar vacaciones. Si vivir es poder viajar a Disney cada año, llueva, truene o relampaguee… si vivir es que tus hijos tengan juguetes nuevos todo el año de modo que en navidad haya que inventarse unos regalos obscenos para que se note que es navidad. Si vivir son cinco relojes, veinte carteras con sus zapatos a juego, si vivir son blackberries para toda la familia... si eso es vivir, pues, la verdad es que sin pagarle a un corrupto no se puede vivir.

Luego estamos los que vivimos ‘’a medias’’ pero somos ‘’perdedores resentidos envidiosos y por eso somos chavistas’’.

Ahora vamos con la corrupción: Si no hay quien corrompa, es decir, si no hay quien se preste a pagarle a un funcionario para que le adjudique un contrato, entonces no hay corrupción. El niño que llora y el otro que lo pellizca, diría mi mamá. Y agrego yo que, para colmo, el pellizcador termina llorando por un mal que él mismo genera y del que obtiene sabrosos beneficios.

Ahora dejemos a un lado la hipocresía de la oposición y adentrémonos en el silencio bolivariano:

Si todos sabemos que fulano es un corrupto, ¿para qué callarnos? Que le damos de comer a la canalla, dicen los que dicen cosas. Pues yo les digo que la canalla siempre come aunque sea a punta de mentiras. Que el momento político no es el adecuado, que puede perjudicar el resultado electoral tan necesario para nuestra revolución, siguen diciendo los decidores. Incluso hubo alguna periodista que me culpó de la derrota del candidato de la revolución en Margarita porque yo me dediqué ¡horror de los horrores! a denunciar unas marramuncias asquerosas que se estaban cometiendo en el Mercal de Pampatar. Es decir que la culpa no fue del los corruptos que siguen por ahí con sus franelas rojas rojitas y sus caras tan lavadas, sino de esta escritora que se dedicó a denunciarlos.

Y yo les digo que la gente honesta se sentiría más cercana a nosotros si, con valentía y claridad, señalamos a nuestros traidores. ¿Cuántos votos hemos perdido por puro desencanto?

¿Hasta cuándo van a poder tapar el sol con un dedo sin terminar pareciendo cómplices? ¿Cuántos cómplices tenemos dentro?

Uno, revolucionario de a pie, o de a carro magullado, no deja de preocuparse…

Si así como se investiga, y con razón, a Manuel Rosales por aquellos relojes carísimos y quien sabe qué otras linduras… Decía, si así mismo se investigara y procesara a otros que fingen ser ‘’nuestros’’ cuando en verdad juegan en contra de la revolución, les aseguro que los tan anhelados diez millones en lugar de ser hoy cinco y pico serían diez de verdad, verdad.

Al final es siempre lo mismo: Ellos, como lo han venido haciendo con la guarimba alimentaria, logran debilitar el proceso mientras se forran de dinero. Y nosotros los vamos dejando hasta que llegue el día en que perdamos la credibilidad, se nos caiga todo encima y nos maten por pendejos.

A ver si espabilamos...


tongorocho@gmail.com




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Carola Chávez

Periodista y escritora. Autora del libro "Qué pena con ese señor" y co-editora del suplemento comico-politico "El Especulador Precóz". carolachavez.wordpress.com

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